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UNA CITA EN EL ALTAR


Hola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a entrar en la presencia de Dios, porque en
medio de los ruidos que produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más importante- obedecerla. No
hablamos del altar de incienso donde Zacarías se encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común
en el Antiguo Testamento.
Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de religiosidad, las cuales muchas veces pierden su
valor espiritual. No creemos que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la sentencia
divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí

con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un
mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…”Isaías 29:13
El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los límites de nuestras formas religiosas; desea que
en la intimidad de nuestra vida y en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el salmo 5:
“…Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré .”
La iglesia de Cristo tiene una deuda con el altar. Hay un déficit moral en nuestra alma, un vacío, y si me permiten el
término, un hueco, que no se puede satisfacer en los escarceos de lo que “hacemos” muchas veces distraídamente en
eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de oración!; hablamos de “estar” en la
presencia de Dios. Eso es diferente a traer una lista de peticiones para que Dios las resuelva La honestidad nos impone
reconocer que pasar tiempo en el altar es una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas
del mismísimo infierno.
Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús será nuestro punto de partida. Sus discípulos le
pidieron: “Enséñanos a orar”. Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de estar
con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos. ¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar!
Cuando leemos el capítulo 11 del evangelio de Lucas nos sorprende la narración de un feliz encuentro entre uno de los
discípulos y Jesús. El Hijo de Dios, -como era su costumbre-, se había apartado a orar en un lugar solitario, y el
discípulo, en nombre de un grupo mayor le hace una curiosa petición a Jesús: Señor, ENSÉÑANOS A ORAR como Juan
enseñó a los suyos.
Este es un incidente demasiado serio, con un valor sustantivo muy denso, el cual merece nuestra máxima atención,
porque pone en boca de una persona que tiene, al menos, tres características: a) es un adulto, b) es un judío y c) es un
discípulo de Cristo; que está manifestando claramente que él, junto con el grupo que representa, (enséñanos) no saben
orar.
Si una persona con esas credenciales declara que no sabe orar, entonces eso nos plantea preguntarnos qué era lo que
sabía y que era lo que ignoraba acerca de la oración. Evidentemente, como judío había aprendido largas oraciones de
memoria que se hacían en horas fijas y con la mirada hacia Jerusalén. Eso representaba el entorno social y religioso,
más no la esencia de la oración. Eso era la religión de la oración.
Justamente, ese es el sentido de la petición de los discípulos. Saben hacer oraciones con rígido respeto a formas
religiosas, pero sólo cuando vieron orando a Jesús sienten que lo que tenían como forma de orar, sencillamente no
funcionaba, y por eso le piden ayuda.
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¿Qué fue lo que impactó a los discípulos de la oración de Jesús?, ¿Fue su contenido, o fue acaso su disciplina? Esto
nos permite hacer una diferenciación pedagógica de primer orden. Hay una diferencia sustancial entre orar (a secas) y
tener vida de oración. Muchísimas personas en el mundo pueden orar, pero pocos, en realidad, tienen vida de oración.
Nadie exhibió jamás un reverente respeto por la disciplina de la oración como Jesús de Nazareth. Cristo apartaba
consuetudinariamente tiempo de su apretada y exitosa agenda para pasarlo en la presencia del Padre. Siempre tuvo el
cuidado de ubicar a la oración en el lugar que le correspondía. Comprendía que la oración utilitaria cuyo sentido es
obtener favores del cielo no es suficiente para ser un creyente victorioso. De manera que pasaba noches enteras orando,
o se levantaba en las oscuras madrugadas antes de que las exigencias del día lo ocuparan. Naturalmente que esa
práctica espiritual producía un nivel ministerial particular. Jesús creyó que Él necesitaba orar intensamente. Entendía
que el hecho de ser Dios mismo no lo eximía de esa búsqueda. Él, al venir a la tierra, se había despojado de su gloria.
No podía usar su divinidad para facilitar su ministerio, porque su santidad inherente no se lo permitía.
Si el Hijo de Dios tenía vida de oración, ¿Será que nosotros podremos sacar de su ejemplo alguna lección?
Los discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con su forma de orar, sólo cuando vieron orando a
Jesús. Es decir, les impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto, mientras que ellos oraban
dominados por la rutina de una religiosidad tradicional. La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No
les dijo –por ejemplo- lo que nosotros tenemos años enseñándolo a la gente: “orar es hablar con Dios”. Eso es tan
superficial como decir que comer es abrir la boca.
El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos la respuesta de Cristo ante la importante
petición de sus seguidores: El Hijo de Dios no se fue por las ramas. Antes de enseñarles propiamente a orar les hace
tres advertencias: 1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en
secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una
cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas que hacemos como marcas de una
religiosidad, pero que no siempre significan intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje,
para pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya necesariamente entrega de la
vida.Jesús habla de oración privada, íntima, no habla de oración casual o impuesta, habla de oración voluntaria. Habla
de un tiempo (no importa si es mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de Dios. Con toda seguridad
que Él también oraba en las ocasiones tradicionales ya referidas, pero siempre tuvo el especial cuidado de hallar un
espacio en su apretada y exitosa agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia de su Padre. Nunca
permitió que el éxito de su ministerio le restara tiempo para estar en oración.
2ª.“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los
hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que el Señor
considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para que la gente crea o se convenza de que somos
más “espirituales” Toda intención que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se
convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para impresionar a la gente.3ª.Y orando, no
uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra
oración no está referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes casi nunca son sinceras y
las palabras sinceras casi nunca son elegantes. Él considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un
discurso. Cuan ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo.Los discípulos habían orado
durante toda su vida, pero la vida de oración de Jesús les hizo entender que ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No
hay que angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Hay gente que se ha pasado toda la vida en la
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iglesia y descubren, después de mucha práctica religiosa, que tampoco saben orar. Con el fin de enseñarlos, Cristo le
indicó a sus seguidores que había tres valores que debían considerar: A.- El entorno de la oración, B.- La motivación de
la oración, y C.- La Esencia de la oración. El entorno se refiere al lugar de intimidad en búsqueda de su presencia y a la
idea de apartarnos a solas con Él. La motivación tiene que ver con lo que nos mueve realmente a orar. Nos advierte de
no orar afectados por la hipocresía porque, en ese caso, la oración estaría mediatizada por un pecado. La esencia es el
contenido de nuestra plegaria. En ese sentido, Jesús dijo “Vosotros, pues oraréis así”:. De manera que asombra que la iglesia
cristiana haya concedido tan poca importancia al deseo del Señor, El Padrenuestro fue reducido a una repetición vacía.
¿Cuánto tiempo apartamos durante nuestro día para estar en la presencia de Dios?; ¿Qué lugar tiene la oración en
nuestra vida?. Cristo nos habló de tres dimensiones en las cuales podemos articular nuestra oración: Pedir, llamar y
buscar (Lucas 11:9). Es impresionantemente triste cómo hemos relacionado la oración sólo con pedir. Pedir siempre es
más fácil. El problema con esa postura es que ignora los elementos más sublimes de la vida de oración, como lo son,
llamar y buscar. El salmista nos lo recuerda: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti y esperaré…”
Salmo 5:3.
Tenga la absoluta seguridad de que cuando se acerque a la presencia de Dios en oración usted va a ser cambiado,
porque nadie se acerca a Él para permanecer igual. Permítame decirle esto con un ejemplo ordinario: ¿Sabe Ud. por
qué la grasa se derrite cuando se acerca al fuego? Se derrite porque ante el fuego ella no tiene opciones. Cuando se
acerca al calor, la grasa pierde su propia naturaleza. El fuego la domina. Lo único que puede hacer para no ser
transformada es no acercarse. Si te acercas a la presencia de Dios en oración vas a ser cambiado. Ningún ser humano
puede acercarse a Dios y permanecer igual. No te preocupes por el discurso en la oración; no te angusties por las
palabras; no midas el tiempo. Orar no es competir con nadie. Si no tienes nada que decir, ¡Por Dios!, No digas nada!.
Quédate en el silencio de su augusta presencia y deja que su Espíritu te toque. Tu sollozo, tu silencio, tu llanto, tu gemir,
tu humillación; tu reverencia; todo eso junto es oración!
Nuestro Padre está esperándonos en el altar. Después de estar con Él nunca seremos iguales “…porque los ojos del
Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a sus oraciones…” 1ª Pedro 3:12. Separa tiempo para estar en oración
y descubrirás la verdadera vida de un cristiano. Nadie sale de la presencia de Dios igual que como llegó. Entra en el
Lugar Santísimo. Hace mucho que Él te espera.
Hay muchos creyentes que desean tener un tiempo de intimidad con Dios porque intuyen que eso es bueno y agrada al
Señor, pero pronto se desaniman y lo abandonan porque descubren que la práctica de la oración tiene evidentes
dificultades naturales que no se experimentan en ninguna otra de las disciplinas devocionales. Cuando alguien decide
tener un encuentro en oración, surgen de inmediato una o varias de estas dificultades: Sueño, cansancio, falta de
concentración, diversas interrupciones, (llaman a la puerta, timbra el teléfono…) miedo, dolores, visitas inesperadas,
etc.Sin embargo, si Ud. decide que va a ver una película, leer la prensa, disfrutar de su programa favorito en TV., o
descansar en una playa; no aparece ninguno de estos accidentes. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué ocurre eso?
Se lo diré en términos coloquiales: ¡Porque su oración causa terror en el infierno!. Un gran hombre de oración lo expresó
así: “La preocupación principal del diablo es impedir la oración de los cristianos. Él no le teme gran cosa a los estudios;
tampoco hace caso a nuestros programas, ni a la religión que se caracteriza por la falta de oración. Él se ríe de nuestro
trabajo, se burla de nuestra sabiduría,... ¡Pero ¡TIEMBLA! cuando oramos!”La oración desencadena la presencia de Dios
de una forma sobrenatural, porque la verdadera oración no es una actividad normal; es un acto de guerra espiritual. La
Palabra de Dios nos reseña el momento cuando Salomón oró durante la consagración del Templo: “…Cuando Salomón

acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la
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casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de

Jehová.” 1ª de Cron. 7: 1-2. La disciplina de la oración produce por sí misma una reacción en el mundo espiritual, que las

fuerzas de las tinieblas no soportan. Por eso es que responden con violencia tratando de anularla. Un cristiano tiene que
saber eso; debe entender cómo funcionan Dios y Satanás durante el proceso de la oración.Tenemos que aprender que la
oración no es meramente una “actividad religiosa”, sino una relación con Dios que tiene que ser cultivada, porque es la
vida misma de un hijo de Dios.La vida de oración va a producir cambios en tu vida que tú a veces no buscas ni esperas,
por la sencilla razón de que todo el que se acerca a Dios se llena de Dios, a la manera de Dios. Acercaos a Dios, y él
se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros
corazones.Sant. 4:8. Cornelio, un centurión romano, fue un militar invasor de Israel en la Palestina del siglo uno. Era de
esperarse que fuera malvado y pagano, pero la Biblia dice que “oraba a Dios siempre”. No sabemos cuándo, cómo y
dónde ocurrió su conversión; lo que sí sabemos es que “oraba” y esa vida de oración convirtió a un pagano enemigo del
pueblo de Dios en un instrumento para que el glorioso Evangelio de Cristo afectara a todo el mundo gentil. ¿No le parece
eso maravilloso? El gran apóstol Pedro vio con sus propios ojos cómo el Espíritu Santo cayó sobre una congregación de
“odiosos gentiles” que Cornelio había reunido.

No te desanimes porque orar sea con frecuencia una tarea difícil. No puede ser de otra manera. Nunca te sientas
derrotado aun cuando no puedas realizar la oración. No te angusties si no sientes gozo.               Él ha dicho que estará con
nosotros “Todos los Días hasta el fin”. Nunca te rindas. Detrás de una montaña siempre habrá un valle.Tengo la
absoluta convicción de que la vida de oración es, sin lugar a dudas, la práctica que produce más transformaciones en
cualquier persona. Cuando alguien descubre esa verdad está a punto de asistir al escenario donde van a ocurrir los más
importantes cambios de su vida. Orar, ciertamente nunca ha sido, no es, y jamás será algo ligero o fácil. En la práctica
de la oración siempre habrá: 1.- Un hombre finito que se acerca al trono de la gracia. 2.- Un Dios infinito que ama al
hombre y siempre le responde, y 3.- Un enemigo de Dios y del hombre, cuyo esfuerzo fundamental es anular la oración
como sistema.
Tenemos muchas dudas acerca de la oración.              Nos sorprenderíamos cómo ellas serían resueltas simplemente si
oráramos. Así de simple. Porque lo más difícil de la oración, es orar. Es curioso que la mayoría de las dudas que la
gente manifiesta acerca de este tema tengan que ver con las “formas externas”; que son -justamente- las que a Dios
menos le interesan.
Cuando hablábamos de la esencia de la oración en entregas anteriores nos referíamos a lo que la tradición cristiana ha
denominado “el padrenuestro”; que no es otra cosa que un bosquejo para orar concebido en el corazón de Jesús. De
manera que no hay especial virtud en repetirlo porque ese no fue su diseño. Si examinamos con detenimiento el modelo
de Jesús, descubriremos que esa estructura es una verdadera revisión de la vida. Debe preocuparnos que la iglesia
universal no ha obedecido la indicación del Hijo de Dios cuando nos exhortó: “…vosotros, pues, oraréis así”.
En un intento de obediencia por rescatar el mandato divino vamos a analizar el padrenuestro para introducirnos en los
elementos constitutivos de lo que debe ser la oración de un cristiano. “Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea
tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y
perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del
mal. Mat 6:9-13. Lo primero que nos impresiona es la palabra “Padre” al comenzar la oración. Eso es un novedoso aporte
que hace Jesús. La tradición judía hasta había olvidado el sonido original del nombre de Dios en un esfuerzo “reverente”
por no tomar en vano el nombre del Altísimo. Lo más interesante de esto es que la palabra que propone Jesús en la
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entrada de la oración es       “padre”, que usada en el Getsemaní, la cambió por “abba”, un vocablo arameo que
representaba la forma más pura e inocente con la que los niños llamaban a su padre. Es decir, Dios; quien es Rey de
reyes y Creador y sustentador de cuánto hay, es, al mismo tiempo y sin contradicciones, no sólo nuestro Padre, sino que
además nos invita a poner a un lado el miedo natural que todos le tenemos a Dios.
De manera que la primera lección que Jesús nos da en cuanto al contenido de nuestra oración es: No hay ninguna razón
para tu miedo. Él es todo lo que es sin disminuir nada y además de todo eso es también tu papá. Él te abraza, y te
acoge, te da seguridad en su regazo, cualquiera que sea tu condición. Por favor, ¡Nunca le tengas miedo a Dios, porque
sin dejar de ser tu Dios, es tu papá.
Es hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que como tal me trata. No tenemos que venir a la
presencia del Altísimo como si nos estuviera esperando para castigarnos. Ese no es el carácter de Dios. Si es cierto
que el padrenuestro es una invitación divina a revisar nuestra relación con Dios, no debemos temer abandonarnos en sus
manos. La figura del padre significa, protección, compañía, afecto, seguridad, provisión. Sin embargo, puede ser que
nuestra relación con nuestro padre biológico no evoque precisamente esas emociones. En ese caso, debemos confiar
en que Dios no es culpable de los errores humanos. Aprovechemos, pues, nuestra relación con Él para sanar todo
recuerdo que nos cause dolor.
Esta sanidad es un proceso y debemos insistir en oración hasta que seamos curados; pues no se trata de una carrera de
velocidad sino de resistencia.Inmediatamente, la oración de Jesús nos invita a considerar al Padre como “Nuestro”. Esta
palabra es interesante porque implica necesariamente relación. No podemos negar que las relaciones humanas son, por
naturaleza, especialmente difíciles. A los seres humanos nos es medianamente fácil interactuar con Dios, pero se crean
muchos ruidos cuando se produce el fenómeno de comunicación entre nosotros. Nos cuesta aceptar a los demás como
ellos son y tampoco es sencillo mirar dentro de nosotros mismos y ser objetivos. El servicio que prestamos a la obra de
Dios se ve obstaculizado cuando no entendemos cómo funciona el Reino de los Cielos en ese sentido. Al respecto, el
Señor enseña: “… Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,

deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu

ofrenda”.Mat. 5:23-24.      Es claro que la oración se ve afectada cuando intentamos comunicarnos con Dios sin antes
resolver nuestro asunto con los hombres.El “nuestro” del padrenuestro está muy lejos de ser una palabra hueca. La
dirección que tenemos en la Palabra de Dios es que quien ora tiene la carga de la prueba al momento de resolver el
conflicto. Hay muchas razones que nos separan y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan; pero cuando
oramos tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener relaciones sanas entre
nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él.
Nosotros somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal que existe: “la culpa no es mía”. Aunque así
sea, la norma bíblica está expresada con un verbo en forma de mandato: “DEJA ahí tu ofrenda…y reconcíliate con tu
hermano”. Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción de que no comenzamos el conflicto. Si
queremos tener comunión con Dios debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien nunca pecó, pero fue quien pagó
por todos nuestros pecados. Imagínate que Cristo hubiese dicho: ¿Por qué tengo que morir?, ¡yo no tengo la culpa!. La
culpa era nuestra, los pecadores somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado estaríamos sin esperanza y sin
Dios. No esperes que vengan a ti; ve tú al lugar donde está el ofensor. Si te cuesta hacer eso, la solución está en la
oración. De eso se trata.
La Palabra de Dios es absolutamente clara cuando nos advierte, a través de cinco verbos en forma imperativa, la
necesidad de revisar nuestra vida interior antes de esperar que nuestra adoración sea aceptada por Él. De manera que
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las expresiones: “deja, anda, reconcíliate, ven y presenta”, marcan el orden divino de actuación, que, de acuerdo a
Mateo 5:23 debe preceder a nuestra oración en caso de que no hayamos resuelto nuestros conflictos humanos. Todo
eso está implícito en la palabra nuestro del “padrenuestro”
Es sano que nos acostumbremos a leer la Biblia con atención, en quietud de corazón, y no como si estamos compitiendo
con alguien o nos vienen persiguiendo. Sólo un corazón en paz podrá percibir toda la belleza ¡y toda la exhortación que
las Sagradas Escrituras tienen para nosotros!
“Padre nuestro “que estás en los cielos…”. Muchísimas personas han repetido esta frase sin tener la más remota idea
de su significado. ¿Cuál es la idea que tenemos de eso que llamamos cielo? En la Biblia se usa esa expresión para
referirse a tres esferas marcadamente diferenciadas: En primer lugar está referida a la atmósfera terrestre inmediata de
nuestra tierra; “desciende de los cielos la lluvia y la nieve…” Isaías 55:10. En segundo lugar y en un sentido más

amplio, se refiere al espacio exterior (el ambiente del sol, luna, estrellas, firmamento, etc.). “Los cielos cuentan la gloria

de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” Salmo 119:1. Finalmente, hay un tercer cielo, el Reino de Dios,

un hogar preparado para nosotros, del cual el apóstol Pablo dice: “…Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce

años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo…” 2ª
Cor. 12:2.
Esta variedad de “cielos” puede producir un natural desconcierto acerca de qué es verdaderamente el “cielo”. Sin
embargo, a la luz de la oración del “padrenuestro” se nos permite preguntarnos: ¿Será posible que nuestro Dios esté en
los campos, en la lluvia, en el sol, en las flores, en las montañas, en el aire que respiramos y en la mirada inocente de los
niños? ¿No dice acaso la Escritura que “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre de las

luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación?”. Santiago 1:17. La verdad verdadera es que ¡DIOS
SIEMPRE ESTÁ PRESENTE EN TODAS PARTES!
La expresión “que estás en los cielos” es un recordatorio de que Dios está verdadera y realmente en todas las
circunstancias materiales inmediatas de nuestra vida. Somos muy dados a magnificar la presencia “espiritual” de Dios,
pero nos olvidamos que vivimos en un mundo prestado por Él a través de un cordón umbilical de oxígeno y de luz solar
sin los cuales sería imposible vivir. ¿Cuándo fue la ultima vez que Ud. le Dios gracias a Dios por una salida o puesta de
sol, o por llenar sus pulmones de aire puro en una montaña, o por admirar la grandeza que hay en la arquitectura divina
de un hermoso árbol, o cuando la oscuridad natural de la noche nos indica que llegó el descanso para el cuerpo? ¿Sabe
que?, según el salmo 104, esas y muchas otras son bendiciones materiales que podemos TOCAR. ¡Aleluya!
Tenemos que pedirle perdón al Señor porque la mayoría de nosotros estamos tan preocupados por nuestros propios
asuntos y nuestro grosero materialismo como para detenernos un poco para percibir la mano de Dios que nos toca
realmente a través de su creación. Si Dios ciertamente nos puede visitar con su presencia y satisfacer las demandas más
sublimes de nuestro espíritu; no menos cierto es que lo podemos “tocar” a través de la maravillosa manifestación de sus
bendiciones manifestadas en un universo de favores que percibimos cada día con nuestros sentidos físicos.
Después de considerar el padre y el nuestro, vengamos ante la presencia sublime del Creador para decirle algo así

como: Señor, perdóname, porque he estado tan ocupado en mis cosas y tan angustiado por mis problemas que no me

había dado cuenta de que yo vivo en tu mundo. Sin tu aire no tendría oxígeno; sin tu sol no sería posible la vida, sin la
noche no habría descanso. Gracias porque cuando veo a los niños correr y jugar y cuando sus ojos se encuentran con
los míos, me acuerdo de la inocencia del Edén antes del pecado. Gracias por el canto de los pájaros, gracias por los
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hijos que nos diste, porque ellos son la prolongación de la existencia. Gracias por entender lo que significa que tú

estás presente en este cielo que puedo ver con los ojos que tú, también, me diste. Gracias por la insondable
sabiduría y el poder que se manifiestan en el diseño y la providencia de tu creación. Amén

Jesús quiso dejar en su modelo de oración una expresión que, por fuerza, nos invita a introducirnos en el conocimiento
de uno de los atributos más hermosos de Dios: Su Santidad. Si consideramos al “padrenuestro” como una revisión de
nuestra vida, se hace evidente entonces que Cristo quiere que nosotros pasemos por el filtro de una categoría que, no
sólo marcó su vida, sino que hizo posible nuestra salvación, pues, durante su ministerio terrenal el Hijo de Dios, no sólo
fue santo, -como lo podemos ser nosotros- sino absolutamente santo.
De manera que “santificado sea tu nombre” no es otra cosa que una invitación a que consideremos con mucha
seriedad nuestra santidad personal. Cuando Dios se reveló a Moisés en el Sinaí fue bien claro y enfático en lo que se
refiere a la naturaleza moral de la nación que estaba formando: “ Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente

santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo,
y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado” Éxodo 19:6-7.
La santidad se convirtió pues, en una constante divina que llena absolutamente todo el concierto doctrinal de la Biblia
desde Abraham en Ur de los caldeos, hasta Juan en la isla de Patmos.
La oración que enseñó Jesús incluye una consideración de la santidad porque la pureza es y debe ser la consecuencia
natural obligada de nuestra condición de cristianos. En otras palabras; si no somos santos, tampoco somos cristianos,
porque ser santo es consustancial con la condición de ser cristiano.
Para entender con propiedad qué es ser santo tenemos que definir el término a la luz de la Biblia, la Palabra de Dios. En
el hebreo se usa el vocablo kadosh, que significa puro en el orden físico, moral y espiritual y separado, puesto aparte o
consagrado. En el griego neotestamentario el término usado es hagios, con los mismos significados que en el hebreo.
Es entendido que cuando hablamos de la santidad de Dios nos referimos a una dimensión absoluta y por lo tanto
perfecta. No así cuando tratamos la santidad de los hombres, pues ésta nunca podrá ser absoluta sino relativa. Nuestra
santidad, pues está referida a una decisión de separar nuestra vida de los valores perversos del mundo, para agradar a
Dios.La santidad ciertamente es un tema muy importante, poco entendido y poco estudiado. Nuestra cultura cristiana le
da más importancia a la teoría doctrinaria que a la conducta; por eso es más fácil hablar de visión, guerra espiritual,
iglecrecimiento, liberación, adoración, finanzas, etc. Lamentablemente, la santidad no es una postura prioritaria para la
iglesia de hoy.Un sentido de honestidad nos impone reconocer que históricamente hemos lastimado la verdadera
santidad al confundirla con nuestros gustos y disgustos en lo atinente a usos y costumbres. El apóstol Pablo lo explica
así a los griegos de Colosas: “…Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué,

como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en
conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen
a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no

tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”. Col. 2: 20-23.
Ese tratamiento antibíblico no debe ser obstáculo para que miremos de frente lo que Dios, en su palabra nos enseña. De
no ser así, Jesús no se hubiera ocupado de dejar bien sentado el lugar de la santidad en la vida del cristiano cuando nos
entregó el “padrenuestro” con la orden: “vosotros, pues, oraréis así”. Mateo. 6:9
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Dios empezó hablando a Moisés de la santidad de las cosas: “…quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú

estás, tierra santa es.” Éxodo 3:5. Más tarde se ocupó de la santidad de las personas: “…Porque yo soy Jehová vuestro
Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo.” Lev. 11:44. Luego, el mismo Dios de
Moisés, en una prueba de la revelación progresiva de su moral, inspira al apóstol Pedro: “…como hijos obedientes, no os

conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed
también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” Iª
Pedro 1:16.
Santidad, en el lenguaje del Nuevo Testamento es: “vuestra manera de vivir”. ¡Que definición tan hermosa e interesante!
Una manera de vivir es la sumatoria de todos los escenarios que mi vida ofrece. Una manera de vivir es la forma de
exhibir mi carácter cristiano. Esa fue la pregunta que el padre de Sansón le hizo al Ángel de Jehová cuando Éste le
anunció el nacimiento de su hijo: “Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la manera de

vivir del niño, y qué debemos hacer con él?Jueces 13:12.La santidad, finalmente (y esto sea lo que más angustia a la
gente) es un requisito bíblico para poder “ver” al Señor: “ Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al

Señor. Hebreos 12:14
Nos interesa si alguien es un gran músico, pastor, evangelista, maestro, cantante, pero, ¿Por qué no preguntamos si es
santo? ¿Por qué Jesús consideró importante tomar en cuenta la santidad personal cuando nos enseñó a orar? ¿Era
acaso un matiz superficial de religiosidad?; ¡Por supuesto que no! El corazón de Jesús demostraba un mundo de
respeto, reverencia, temor y aprecio por la persona del Padre en términos de pureza. En las palabras santificado sea tu

nombre está en juego la naturaleza, la persona, el carácter y la reputación de Dios.
Hay que reconocer que nuestra condición de pecadores nos dificulta para entender la santidad de Dios. Dios es puro,
amoroso, justo, misericordioso, honesto y fiel al mismo tiempo. La santidad inmanente de Dios tiene que producir en
nosotros un sentimiento de pequeñez y de adoración que nos lleven a considerar cuán santos realmente somos. Esa fue
la experiencia del profeta Isaías: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y

sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían

sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo,
Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la
voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre
inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de
los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con
unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio

tu pecado.” Isaías 6: 1-7
El profeta fue consciente de su pecaminosidad cuando se encontró de frente con la santidad de Dios. La santidad no es
un producto que viene en el paquete de la Salvación; tampoco es perfección absoluta. (Fil 3:13; Iª de Juan 1:8). No es el
efecto de un milagro; no es el atributo de una minoría privilegiada. (Iª de Tes. 4:3). No es aislarse del mundo. No es un
modelo humano con atajos, ni menos un logro terminado.
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No nos hacemos santos por accidente sino por decisión. No nos convertimos en santos instantáneamente, sino a través
de un proceso. No somos santos porque tenemos una sana doctrina o firmes convicciones bíblicas.         Las convicciones
son como los termómetros; miden la fiebre, pero no la pueden quitar porque esa no es su función. La santidad es como
un termostato que desconecta la corriente para que no haya accidentes. Las convicciones funcionan en el plano del
intelecto, pero no son eficaces para producir una vida santa. La vida de santidad que tanto preocupó al autor del
“padrenuestro” surge como consecuencia natural de la vida devocional. No hay ni puede haber santidad sin vida de
oración.
Revisar nuestra vida. Ese es el ejercicio fundamental que estuvo en la mente de Jesús cuando sus discípulos le dijeron
“enséñanos a orar” Luc. 11:1. Los médicos usan diversas técnicas para “revisar” nuestro cuerpo cuando estamos
enfermos. Es así como ellos determinan cuál es el origen del mal; hacen un diagnóstico y proponen una forma para
restablecer la salud. La decisión de seguir el tratamiento corresponde exclusivamente a la voluntad del paciente.
“Santificado sea tu nombre” es una invitación a revisar el nivel de santidad en nuestra vida cristiana. ¿Es posible medir
nuestra santidad? Pues sí lo es; en este sentido nos vamos a encontrar con cuatro grupos de personas:
1º. Sin santidad: Son aquellos que viven sin Cristo, practicando toda suerte de pecado, y, en todo caso, alejados de
Dios; no tienen relación con Él, no conocen su Palabra y no se plantean la tentación como un problema. Viven “sin Dios”
porque para ellos, pecar es “una manera de vivir.”
2º. CristianosNominales: Éstos hacen una vida “religiosa” en la iglesia; tienen algún conocimiento de la Palabra de
Dios, saben lo que es una tentación, pero por carecer de vida devocional no tienen la fortaleza para rechazarla y viven en
un proceso recurrente de pecado y arrepentimiento.
3º. Cristianos en comunión. Son los creyentes, quienes por tener una relación de devoción normal, generalmente
logran identificar al enemigo, conocen sus debilidades y vigilan para vencer y generalmente vencen la tentación.
4º. Cristianos Santificados. Son aquellos cristianos que cultivan una intensa relación con Dios que les permite, no
solamente rechazar con relativa facilidad la oferta de pecar durante la tentación, sino que, además, sienten un profundo
desprecio y malestar por todo aquello que signifique ofender a Dios y en consecuencia, pecar. Son personan victoriosas.
"Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación,

y como fin, la vida eterna” Rom. 6:22
La humanidad se mueve cíclicamente en medio de dos reinos, y uno de ellos está contaminado; es el reino de satanás,
donde hay campos minados que requieren pericia en el manejo. Es mejor que lo llamemos por su nombre. Es un reino
diseñado para destruirnos eternamente. Si decidimos ser santos y vivimos en consecuencia, ¡no hay poder que pueda
vencernos!. El único daño que Satanás nos puede hacer es aquel que nosotros le permitimos. Estemos claros, Nadie

puede obligarnos a pecar.
Algunas pautas para mejorar su santidad: * La vida de santidad es una elección unilateral. * En la vida No hay
campos neutrales, todo lo que hacemos a dejamos de hacer, afecta al Reino de Dios o al reino de las tinieblas. * Cuando
uno es bueno y débil al mismo tiempo, produce cosas buenas y cosas malas. * La vida de santidad es una vida de
separación constante;es un logro diario que se perfecciona.
* Las mezclas morales (algo bueno y algo malo) afectan la santidad. * Estar en la presencia de Dios (Isaías 6) descubre
nuestro nivel de santidad. * La santidad produce reacción rápida contra la tentación. * Nadie se hace santo de repente; la
santidad no es un evento, es un proceso al que se llega poco a poco.
Consejos:
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        Establezca quién tiene el control de su vida.
        ¡Conózcase! … Hable con Dios acerca de su debilidad.
        No Racionalice la culpa.
        Reconozca el problema y llámelo por su nombre.
        No busque resultados rápidos y fáciles. Sea perseverante.
        Cuídese de los patrones persistentes de pecado.
        Procure siempre relaciones transparentes con las personas.
        Busque mecanismos de evaluación y cobertura. Rinda cuentas.
        Cuide la puerta de entrada de su mente.
        ¿Cuánto tiempo de TV, videos, cine se permite?
        ¿Hace uso explícito de literatura sexual?
        ¿Tiene Ud. el control en el uso de la Internet?
        ¿Mantiene Ud. relaciones peligrosas con personas atractivas?
        Asuma posiciones de compromiso. Daniel 1:8 y Job 31:1,9.
        Confiese todo pecado conocido y pida iluminación por los desconocidos.
        Repare los daños de su pecado.
        No trabaje tanto para Dios que no tenga tiempo para Ud.
        Comience siempre su día en oración y lectura devocional
        Todo lo antes dicho está contenido en la expresión Santificado sea tu nombre de la oración enseñada por
Jesús. Jamás olvide que no puede haber santidad sin oración, porque vivir sin orar es vivir sin Dios


El valor sustantivo del “padrenuestro” nos conduce a entenderlo como un bosquejo de oración que sólo puede hacerla
quien es esencialmente un discípulo de Cristo. “venga tu Reino” es uno de los peldaños de esta hermosa escalera. No
puede ser una expresión vaga, pues alude nada menos que al Reino de Dios. El Reino de los cielos o el Reino de Dios
es la manifestación de su eterna sabiduría y voluntad que se realizó en el establecimiento dinámico con la venida
histórica de Jesucristo a este mundo. El Reino de Dios es el gobierno de Dios en la tierra; es el carácter divino que busca
una restauración total de un mundo que estaba “sin Dios”.
No hay que olvidar que el “padrenuestro” es una propuesta celestial de comunión con Dios. De manera que se impone
interpretar la frase desde la perspectiva de una persona que ora en la presencia del Señor. Que el Reino de Dios haya
venido a la tierra fue una decisión soberana de la divinidad; “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el

desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 3:1-2. Vino porque
tuvo que restaurar; lo contrario hubiera sido una crisis de esperanza y un profundo caos moral.
La petición “venga tu Reino”, al ser un mandato de Cristo al orante, se refiere, no al Reino que ya vino, sino al gobierno
de Dios en una vida particular. No tendría sentido pedir que venga lo que ya vino, a menos que haya una diferencia –
como realmente la hay- entre el Reino de Dios en la tierra y el Reino de Dios en mi vida.
Una manera práctica de entender esto sería preguntándonos: ¿Cuánto dominio le permito yo a Dios sobre mis asuntos?;
¿Cuántas áreas de mi naturaleza he puesto bajo su gobierno?, ¿En cuáles no le he permitido que intervenga? ¿Cuántas
puertas de mi corazón están cerradas para Él?“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser,

espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” 1ª de Tes. 5:23.
Cuando Jesús propone la frase “venga tu Reino”           no está pensando en su gobierno mesiánico, sino que está
invitándonos implícitamente a establecer su Reino en la esfera del corazón de los hombres. De manera que si la oración
se hace con sinceridad, se convierte en una petición para que la soberanía divina, el gobierno de Dios se haga cargo de
nuestra vida.
11
  Hemos vivido por mucho tiempo gobernando el timón de nuestro barco. El saldo no ha sido bueno, hemos fracasado
  muchas veces, y como dijo el poeta José Santos Chocano: He andado poco, me he cansado mucho. Son muchas las
  veces que hemos tomado decisiones importantes y luego venimos a Dios pidiéndole que arregle el desastre que hemos
  hecho. Afortunadamente, Él es inmensamente misericordioso y…milagroso.
  El Reino del los cielos del que aquí se habla no está conformado por un imperio político gobernado por emociones
  egoístas, no. Es una condición interior de la mente y del espíritu en la cual permito que la voluntad de Dios se convierta
  en mi voluntad. . “…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. ” Romanos
  14:17.
  Es un honor inmensamente noble y elevado que se nos cuente como ciudadanos del Reino. Hay que tener presente
  quién es la persona que nos concedió la delicada distinción de ser el pueblo del Señor. La equivocada conducción de la
  forma de vivir que hemos exhibido debe hacernos pensar en que es hora de que nos sintonicemos con el programa de
  Dios, es decir, con su Reino.
  “Venga tu Reino” es una forma de orar diciendo: “Señor, Tú que eres gobernador del cielo y de la tierra. Tú, cuya
  autoridad es absolutamente suprema en el universo; ven a establecer tu soberanía también en mi corazón. Renuncio al
  riesgo de seguir equivocándome y te suplico humildemente que tomes el rumbo de mi vida. Amén.


Hágase tu voluntad” es una de las frases más conocidas del “padrenuestro”. Las Escrituras son cuidadosas al exhortarnos
que el respeto a la voluntad divina es determinante para ser salvos. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el

reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Mateo 7:21.
Una cosa es pedir que se haga su voluntad en el mundo y otra es desear que ella se haga realidad en nuestra vida
personal. Hay muchos creyentes que cuando manifiestan sus deseos confunden a Dios con el genio de la lámpara de
Aladino, en el cuento de “Las mil y una noches”. Piensan ingenuamente que pueden ordenarle al Señor que satisfaga sus
ansias. Es claro que la soberanía de Dios no requiere del concurso humano.
Es verdad que como seres libres tenemos un rango de acción para determinar unilateralmente qué haremos y qué no. Sin
embargo, sería deshonesto negar que hay circunstancias en las cuales necesitamos ayuda superior para decidir qué rumbo
tomar. “…Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo

sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Romanos 8:26.
Debemos de reconocer la importancia de que nuestra voluntad sea sometida a la opinión de Dios. La suya es, en el
lenguaje de Pablo, “agradable y perfecta”. Rom 12:2. Por eso, en algunas ocasiones, obedecer al Señor puede significar
nadar en contra de la corriente del mundo.
¿Cómo hacemos para conocer particularmente la voluntad de Dios en nuestra vida? La gente formula esta pregunta como
si la respuesta fuese supremamente complicada o misteriosa. Debe quedarnos bien claro que lo más difícil que hay en el
proceso de saber cuál es la opinión de Dios, consiste en que ¡antes de conocerla! estemos dispuestos a obedecerla. “…Y

esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” 1ª de Juan 5:14.
No podemos pretender que una vez que tengamos nuestros planes ya predeterminados vayamos a pedirle a Dios que los
bendiga. Tenemos que aprender a preguntarle al Señor y esperar su contestación, en el entendido de que su respuesta
puede no gustarnos; pero esa es su respuesta. Eso fue exactamente lo que hizo el Hijo de Dios con su Padre en el
12
momento crucial de su ministerio: “…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la

tuya”. Lucas 22:42
La voluntad de Dios representa su propósito; lo que Él quiere que hagamos para nuestro bien en todas las áreas posibles
de la vida. Siempre nos encontraremos en circunstancias en las cuales no sabremos qué hacer. Ese justamente es el
momento cuando debemos consultar con Dios y esperar que nos responda. Nunca dejará de hacerlo, pero siempre lo hará
como Él quiera y con toda seguridad, tendremos su mejor respuesta.
Cuando oras “hágase tu voluntad” no le estás pidiendo a Dios que bendiga la tuya, sino que te ayude a someterse a la
suya.   Le estás diciendo: Señor: Ayúdame a encontrar tu plan para mi vida; permite que yo pueda comprenderlo,
someterme a él y cumplirlo; y si no pudiera entenderlo, dame la gracia y la humildad para aceptar en fe que eso es lo mejor
que tienes para mí. Amén. Todo eso y mucho más estaba en el corazón de Cristo cuando nos enseñó a pedir “hágase tu
voluntad”
  El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Esta curiosa frase representa, por extensión, a las peticiones, generalmente,
  de cosas materiales que siempre hacemos. “Pan”, en este contexto, es una palabra simbólica que representa todas
  nuestras necesidades físicas. Es importante tener presente que Dios no nos da siempre lo que pedimos sino lo que
  necesitamos. Ese es precisamente uno de los ingentes problemas que tenemos con la oración. Parece que para
  nosotros, la circunstancia de orar no tiene otra razón que la de pedir algo. Orar, ciertamente incluye pedir, pero también
  es buscar y llamar. “…Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” Lucas 11:9.
  Una vez escuché una sencilla canción que impactó mi vida:Sólo he venido para darte adoración (bis)/ Hoy no he venido para
  pedirte un favor/ Sólo he venido para darte adoración. Hay gente que piensa que las oraciones son como esas maquinitas
  automáticas que uno le echa una moneda y le dan un refresco o una bolsita de maní. Dios nos concederá sólo aquellas
  peticiones que satisfagan su voluntad.
  Pedirle algo a Dios es relativamente fácil. Una impresionante mayoría de cristianos cree que tenemos el derecho
  inalienable de recibir todo lo que le pedimos a Dios porque la Biblia dice “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad,

  y se os abrirá.”Mateo 7:7.      Nadie está negando que la Palabra de Dios enseñe eso; pero en ejercicio de sana
  interpretación bíblica, toda doctrina a ser creída debe descansar en el testimonio veraz y total de la Biblia.
  Un cristiano serio debe considerar todo lo que la Palabra de Dios dice acerca de cualquier tema que se considere, antes
  de poderlo asumirlo como una verdad final. Las Escrituras dicen muchas cosas acerca del pecado, de la fe, de la
  salvación, de dar, de pedir, etc.; pero la doctrina final debe tomar en cuenta TODA la información escritural. Debemos
  recordar que la Palabra de Dios también nos dice: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid

  todo lo que queréis, y os será hecho. Juan 15:7.Juan lo precisa de otra manera: “…Y esta es la confianza que tenemos

  en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. 1ª de Juan 5:14. De manera que lo que dice
  Mateo 7:7 es sólo una parte de la información en lo que tiene que ver con pedir.
  Es muy preocupante que la iglesia no haya comprendido la manera cómo Dios suele responder a nuestras demandas. El
  Señor no nos concede todo lo que pedimos porque con frecuencia exhibimos un desconocimiento supino de cómo
  funcionan los principios del su reino: “…Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas

  os serán añadidas.” Mat. 6:33
13
.En Deuteronomio 3:26 nos dice que cuando Moisés, al final de sus días le pidió al Señor que le concediera “ver” la
tierra prometida, la respuesta fue demoledora:”Basta, no me hables más de este asunto”. Cuando Pablole rogó varias

veces a para que lo liberara de un aguijón que lo molestaba, Dios simplemente le dijo: “…Bástate mi gracia…”
Hoy estamos contaminados con el espíritu de pedir cosas en función de lo que declaramos. Se ha desdibujado al Dios
de la Biblia y se lo ha confundido con un mercenario que intercambia sus favores con dinero y otras bisuterías callejeras.
Digamos con Jerónimo Savonarola, precursor de la Reforma del siglo XVI: “… ¡Ese no es Dios!, el Dios en quien yo creo/
tener no puede el interés del oro/ El Dios verdad, el Dios a quien yo adoro/ no cambia sus bondades por metal/ Su espíritu gigante no
se oculta/ en el recinto estrecho de un sagrario/ el universo entero es su santuario/ porque es la providencia universal…” Señor, el
pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Amén.


Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:12. El perdón es
una categoría espiritual que está en la base de la pirámide teológica; es, sin duda alguna, la doctrina capital y distintiva
del pensamiento cristiano. Sin él, no hay paz, ni esperanza, ni salvación, ni cielo, ni vida eterna, ¡ni nada!. La Sagrada
Escritura es especialmente hermosa cuando lo describe: “ Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la

incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de
los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,…” Col.
2: 13-16.
Siendo que el perdón tiene un profundo valor sustantivo, merece que su tratamiento comience por una rigurosa
definición, que tiene que venir, obviamente de la Palabra de Dios. “El perdón viene a ser, entonces la fuerza poderosa
que remueve el obstáculo espiritual y hace posible que la criatura humana se reconcilie y restablezca su amistad con
Dios.”
El perdón como doctrina presupone tres situaciones básicas: 1.- Que somos pecadores y hemos infringido la ley de
Dios; 2.- Que hemos reconocido la falta y estamos arrepentidos, y 3.- Que Dios, en su amor y en su gracia ha
remitido la nuestra culpa y ha provisto el medio (Cristo) para que recibamos ese perdón.
La fraseología del perdón que se encuentra en el “padrenuestro” tiene dos aristas. La primera tiene que ver con la actitud
de Dios hacia el pecador ( Y perdónanos nuestras deudas), la segunda es la actitud de un pecador hacia otro pecador,

(como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. ). Dios no tiene ninguna dificultad para perdonarnos;
nosotros, en cambio, sí las tenemos y eso es, precisamente lo que exige una comprensión cabal de esta doctrina.
El evangelista Marcos recoge una sentencia lapidaria de Jesús: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo

contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas.
Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas.
Marcos 11:25-26. Esa es una declaración demasiado densa. Dios nos está diciendo con absoluta claridad que cuando
se trata de perdonar NO tenemos opciones, a menos que decidamos renunciar a nuestra salvación. Es decir, si no
podemos perdonar a otros, Dios tampoco nos perdonará.
A las personas les cuesta perdonar a otros porque perdonar significa No Cobrar. Ahora bien, es necesario corregir una
postura antibíblica que pregona que perdonar es olvidar. El olvido no es un acto que el hombre pueda manejar
voluntariamente; el perdón sí lo es. Por otra parte, no es preciso olvidar la ofensa para que el perdón se verifique. Lo
necesario es comportarse con el ofensor como si hubiéramos olvidado el agravio.
14
El olvido es un accidente, el perdón es un acto de la voluntad, es una decisión. El perdón es algo que nosotros no
merecemos. Fluye del amor de Dios y no lo podemos ganar. Un cristiano que no perdona No ha entendido el Evangelio.
No hay que “sentir” algo especial para perdonar; sólo hay que “pasar por alto” la ofensa sin olvidarnos que también
hemos pecado muchas veces contra otros.
Si tenemos dificultades para perdonar a otros, vengamos con humildad y temor en oración y roguemos por esas
personas aunque no sintamos hacerlo, aunque no las amemos. Digámosle al Señor con nuestras propias palabras qué
es lo que nos molesta y seamos perseverantes en el altar hasta que las cadenas sean rotas. Tal es el significado de la
frase “…y perdónanos nuestras deudas…”. El milagro se realizará después que vengas a su presencia, porque allí, todo
es más fácil.


Para los oídos de personas occidentales del tercer milenio la palabra tentación en el “padrenuestro”, tiene una
connotación negativa. Nos hace ruido que esa expresión aparezca allí porque es dificultoso imaginarnos a Dios tratando
de que sus hijos caigan en una trampa. La verdad es que en los tiempos bíblicos el término “tentación” se traducía más
como “poner a prueba para demostrar fortaleza espiritual”, que como “tratar de seducir para el mal”; en principio porque
Dios, en atención a su carácter, jamás haría eso. “…Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de

Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su

propia concupiscencia es atraído y seducido”. Santiago 1:13-14
La Biblia es categórica cuando señala a satanás como la fuente de la tentación, de hecho, “el tentador” es uno de sus
nombres: “Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os

hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”. 1ª de Tes. 3:5. De manera que la tentación es
un mal necesario que ocurre cuando Dios simplemente permite que el enemigo de nuestras almas nos invite a pecar. No
puede ser de otra manera porque el hombre, al ser dueño de un libre albedrío tiene que decidir a cuál de los dos reinos
se somete, en el entendido de que tiene que someterse a uno de los dos.
La tentación, de este modo, no es un fatalismo, simplemente es la prueba de la libertad. Además, el hombre no está
desarmado ante ella, Dios le ha dado herramientas naturales para vencerla “No os ha sobrevenido ninguna tentación

que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará
también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1ª de Cor. 10:13. El único poder que tiene el
diablo cuando nos tienta es el que nosotros le damos, pues jamás nos podrá obligar a pecar; porque definitivamente, no
tiene ese poder.
Es absolutamente necesario que no olvidemos que el Señor nos enseñó la estrategia fundamental para no salir
derrotados en ese conflicto: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto,

pero la carne es débil”. Marcos 10:34. Con meridiana claridad La Biblia nos está diciendo que cuando usemos las
armas adecuadas siempre obtendremos la victoria. Si no hay disciplina devocional de oración no puede haber victoria
contra la tentación.
Cuando Jesús incorpora el hecho de la tentación en su oración quiere que roguemos al Padre que nos libre, no de la
tentación como sistema, porque eso no es posible, sino que nos guarde de pecar durante el proceso de la tentación. Las
posibilidades de vencer son directamente proporcionales a la vida de oración.
15
Un cristiano serio tiene que poner en el presupuesto de su vida la ocurrencia de la tentación. Si hay una debilidad
crónica en un área de nuestra vida que nos ha producido caídas recurrentes, el “padrenuestro” de Jesús nos recuerda
que hay que traer esa carga a la presencia de Dios en el altar devocional para llenarnos de su poder. Cuando un
cristiano ora, de hecho está declarándole la guerra al diablo, porque él tiembla cuando tú oras.
Cuando en nuestra vida persisten      situaciones de pecaminosidad, es porque el yo         y las viejas pasiones, la vieja
naturaleza, los antiguos deseos ejercen el control antes que el Espíritu de Gracia. Por eso debemos entregarle a Dios,
mediante un acto consciente de nuestra voluntad todas las aristas de nuestra vida.             Si no lo hacemos estamos
permitiendo a nuestro enemigo que establezca una cabecera de playa desde donde nos atacará con ventaja. Si la
oración no acaba con los pecados, los pecados acabarán con la oración. No lo permitas. Tú puedes, no estás solo.
Señor: No nos dejes caer. Amén.


Pecar” es el título de un hermoso poema del mexicano Francisco Estrello: oigámoslo: En la armonía eterna, pecar es

disonancia, pecar proyecta sombras en la blancura astral/ El justo es una música y un verso, una fragancia y un
cristal. /En la madeja santa de luz de los destinos, pecar es negro nudo, tosco nudo aislador./ Pecar es una piedra
tirada en los caminos del amor… Es evidente que entre las expresiones del padrenuestro, líbranos del mal ha sido una
de las menos estudiadas. Acaso sea porque está referido a un problema medular del corazón humano como es la
comisión de pecados.
El idioma original del Nuevo Testamento, así como el contexto en que se encuentra la expresión abonan la idea de que,
sin violentar el mensaje bíblico, se puede traducir líbranos del maligno; con lo cual se configura a la persona de satanás
como el principal instigador cada vez que el pecado tiene lugar.
En todo hecho de pecado concurren inexorablemente tres elementos tan íntimamente entrelazados que es muy difícil
separarlos: *Satanás, *nuestro yo y *el hecho pecaminoso en sí mismo. Dicho de otra manera: El enemigo, apelando a
nuestra propia concupiscencia, influye sobre nosotros para hacernos pecar.
Es necesario que seamos conscientes que el pecado sólo ocurre cuando, de una manera triangular, una persona, viola la
ley de Dios. Es decir; para que eso que llamamos pecado sea realmente pecado, tiene que estar afectado Dios, por un
hombre que irrespeta su Palabra.
El Señor Jesús dejó en su plegaria la posibilidad de que clamemos a Dios para que nos libre del maligno. No que nos
libre de la ocurrencia de la tentación, porque la tentación es la prueba de la libertad, sino que nos libre de la posibilidad
de caer en ella Hay una diferencia sustancial entre las dos situaciones. Jesucristo jamás hablaba con ambigüedades. El
Señor nos puede librar del maligno porque Él siempre está con nosotros. Él nos puede librar del maligno porque nos ha
dotado de las capacidades en términos de sentido común para evitar que caigamos en pecados. No tenemos porqué
exponernos innecesariamente a situaciones peligrosas o a elegir compañías inadecuadas o a prestar oídos a
sugerencias pecaminosas.
El Señor nos puede librar del maligno porque nos ha dado la capacidad de luchar. Es muy importante que la gente sepa
que satanás no tiene el poder de obligarnos a pecar. El creyente siempre va a disponer de su libertad de acción, la cual
no puede ser enajenada. El ejercicio de la libertad, que es potestativo de cada persona nunca va a ser violado por Dios.
Pecar o no pecar siempre serán decisiones unilaterales e inalienables, y en consecuencia, responsables. En ese sentido
la Palabra de Dios es monumentalmente contundente: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
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pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente

con la tentación la salida, para que podáis soportar” . Iª Cor. 10:13
En 2ª a Tim 4:18se nos advierte que hay ocasiones en que nuestro enemigo nos ataca sin que se trate de una tentación
en el orden moral. Es cuando satanás trata de hacernos daño gratuitamente en atención a su naturaleza de malignidad:

“…Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de

los siglos. Amén”. En 2ª de Pedro 2:7 se reafirma lo mismo: “…y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta

de los malvados”.
Ciertamente el Señor nos puede librar del maligno; siempre y cuando respetemos las reglas del Reino de Dios. No
debemos jugar con el pecado, porque quien juega con la candela… se quema. Las escrituras son inalterables: “… Y a

aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al
único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” .
Judas 1: 23-24

Con el capítulo anterior concluimos una sucinta y apretada síntesis de la oración enseñada por Jesús, que la tradición
cristiana denominó el “padrenuestro”. Es necesario hacer un resumen pedagógico que nos permita apreciar, en una sola
entrega, todo el panorama de esa hermosa enseñanza que salió del mismo corazón del Hijo de Dios.
Llamar “Padre” a Dios en una oración era una innovación inconceblible por irreverente para el pensamiento judío. Es
precisamente Jesús quien incorpora esta posibilidad al colocar la esencia por encima de las formas culturales cuando se
ora. El nazareno va más allá y propone una palabra aramea y muy familiar, “abba” para restaurar la confianza sin
lastimar la reverencia. Dios es nuestro papá.
Si es bueno tratar a Dios como papá, mejor es entender que no somos hijos únicos. El Padre es “nuestro”. Eso habla de
relaciones colaterales; justamente donde los humanos tenemos serios conflictos. Desde el punto de vista de la oración
Dios es el Padre de todos y en consecuencia, somos hermanos. Necesario es resolver nuestros conflictos para ser
aceptos ante nuestro Padre común.
Dios está en los cielos. Él está “en” su creación. Toda la maravilla de la naturaleza que nos rodea y nos bendice porque
hace posible nuestra vida física forma parte de ese cielo donde Él está. Sin Él no podríamos ni respirar. ¿No es
hermoso?
La santidad de Dios es uno de sus más preciosos atributos. Él es absolutamente santo y quiere que nosotros también lo
seamos. Nunca podremos igualarlo porque estamos signados por la herencia pecaminosa de Adán. Sin embargo “…sed
santos porque yo soy santo” es un mandato que habla de la necesidad de vivir separados del pecado.
Que su reino, su dominio, su gobierno, venga a nosotros, debe significar que toda nuestra vida, todas las aristas de
nuestra existencia se sometan a su dirección. Que no haya áreas de nuestro corazón manejadas sólo a nuestro arbitrio.
Que Él sea el Señor de “toda” nuestra vida.
Hágase tu voluntad es un recurso a nuestra disposición para estar seguros de ser asertivos en las momentos difíciles de
nuestra vida. Con frecuencia tomamos decisiones equivocadas. Si buscamos conocer su voluntad en cualquier asunto
complejo y nos disponemos a obedecerla aunque no la comprendamos; tendremos asegurado el éxito.
Pedir el pan nuestro de la cotidianidad es muy fácil, porque pedir es fácil. Sin embargo pedir no es simple. Pedir es un
derecho que tenemos; pero ese derecho está condicionado en la palabra de Dios, en el sentido de que Dios sólo nos va
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a conceder las peticiones con son agradables a su voluntad. Solemos pedir mal. Los cristianos adultos debemos
pedir con la fe de un niño, pero sin su inmadurez.
El perdón es la doctrina capital del pensamiento cristiano. Sin perdón no hay cielo. Nuestra salvación se hizo posible
porque Cristo proveyó nuestro perdón. En consecuencia; no tenemos razón para retener o negar el perdón a nuestros
ofensores. Si no perdonamos, tampoco podremos ser perdonados.
No podemos prohibir que los pájaros vuelen sobre nosotros, pero si podemos evitar que nos construyan un nido en la
cabeza. La tentación es la prueba de nuestra libertad, y sólo es una invitación. Dios no la produce; sólo la permite.
Todas las posibilidades de ser vencedores están a nuestra disposición. Sólo tenemos que usarlas.
En el orden de nuestra relación con Dios hay tres cosas que nunca debemos olvidar: 1.Quién es Dios; 2.Quién es
nuestro enemigo; y 3. Quiénes somos nosotros. Dios es esencialmente bueno y justo. No anda haciendo cacería de
pecadores. El ámbito de su amor y su justicia tienen su tiempo y en eso Él es irremediablemente soberano. Nuestro
enemigo es malo sin retorno. “Vino a matar a hurtar y a destruir”. Seríamos insensatos si esperamos otra cosa de él. Y
nosotros, ¿acaso nos conocemos?. Usted sabe cuál es la debilidad que lo ha derrotado de manera recurrente. Pues bien
amigos: En esas condiciones nuestro Dios nos puede librar del maligno. ¡Claro que puede!.


En nuestra última reflexión entregamos una síntesis apretada del contenido de lo que hemos llamado tradicionalmente el
padrenuestro.   En este estudio hemos tenido que luchar tenazmente con la idea de que cuando estamos orando
realizamos una “actividad religiosa”, por decirlo de alguna manera. Es impresionante cómo las formalidades externas
han incidido negativamente para desarmar la oración y convertirla en una “cosa” que nosotros “hacemos”
Ese fue, justamente, el cambio colosal que introdujo Jesús y que provocó que sus seguidores entendieran que, a pesar
de que manejaban la tradición de las formalidades del judaísmo, éstas no eran otra cosa que el “envoltorio cultural” de la
oración. Esa equivocación sigue presente en la iglesia de hoy. Las preguntas más frecuentes de la gente acerca de la
oración tienen que ver con esas formas: Cuántas veces; cuál postura física, qué tono de voz, cuánto tiempo, en cuál

lugar, etc.
Todas éstas son variables de las cuales disponemos, pero no son la esencia de la oración. Tienen su importancia en el
concierto de la vida religiosa de la iglesia; pero si sustituyen la esencia medular de lo que es realmente oración
cometeríamos el mismo error de una persona que se alimenta con “comida chatarra” y cree que está bien alimentada
porque se “siente” llena.   Por favor, ¡No nos equivoquemos con las apariencias!, el estuche jamás podrá ser más
importante que la prenda.
Jesús, sin hacer mucho alarde, nos enseñó con su vida que, más que una actividad, orar era establecer una relación
íntima y personal con Dios. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y

allí oraba.” Marcos 1:35. Surge entonces así el concepto natural de vida de oración, en el cual hemos insistido tanto, para
separarlo de orar, a secas, que es lo que equivocadamente hemos manejado siempre.
El Hijo de Dios ha decidido elevar la oración a un nivel que pueda reparar la razón de la queja del Dios Padre al profeta
Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su

corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado”.
Isaías 29:13. Por eso, sin irrespetar las formas externas de la tradición, Cristo entiende que más que una práctica
religiosa, orar es una forma de vivir que produce e incorpora cambios en la vida de quien lo hace. Es vital que nos demos
cuenta con agudeza de que Jesús comienza a enseñar la oración con su vida, más que con su discurso. Por eso, ellos
sintieron que necesitaban aprender a orar, no cuando lo vieron hablando, sino cuando lo vieron orando.
18
Tenemos que sacar de la maleta de nuestro equipaje cultural religioso la idea simplista y equivocada de que la oración
existe para obtener “cosas de Dios”. Esa es una concepción superficialmente materialista.
De manera que cuando hablamos de aprender a orar no estamos haciendo énfasis en las formas, que al fin y al cabo no
son más que expresiones de la cultura. Estamos hablando de la “disciplina” de venir a la presencia de Dios en la
experiencia del salmista: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor,

Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y
esperaré”. Salmo 5:1-3.


Antes de seguir en propiedad con el análisis de la oración y la vida de oración, es necesario que consideremos cómo
ésta incidió notablemente para transformar las vidas y los ministerios de personas que cambiaron al mundo. Teníamos
necesidad de saber por qué esos hombres pudieron realizar obras gigantescas. A ellos los llamamos hoy “los grandes
hombres de Dios”. Pero, ¿Por qué razón fueron grandes?.
No eran más inteligentes que nosotros. No tenían más información de la que disponemos; de hecho, tenían menos. No
contaban con la colosal tecnología de comunicación de nuestros días. Cuando buscamos las razones, encontramos,
para bendición de nuestra alma, que el patrón común entre estos cristianos de excepción no era otra cosa que el
absoluto respeto por la vida de oración.
Hablamos -entre otros- de Martín Lutero, Juan Bunyan, y Juan Wesley, por mencionar sólo tres. Dejemos que sea el
historiador Orlando Boyer quien nos introduzca en la vida de cada uno de estos apóstoles de la oración:
LUTERO: “Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su extraordinaria inteligencia y a sus destacados dotes. El
hecho es que tenía la costumbre de orar durante horas. „fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me fortaleciese. Nunca
oré sin que la Escritura estuviese en mi mente. Resolví, como Pablo, no mirar las cosas que se ven, sino las que no se
ven‟. “Decía que si no pasaba dos horas orando por la mañana se exponía a que satanás ganase la victoria sobre él
durante ese día, uno de sus biógrafos escribió: „el tiempo que él pasa orando, produce el tiempo para todo lo que él
hace, el tiempo que pasa escudriñando la Palabra vivificante le llena el corazón que luego se desborda en sus sermones,
en su correspondencia y en sus enseñanzas
BUNYAN: “¿Cómo se explica el éxito de Juan Bunyan, el orador, el escritor, el predicador, el maestro, el padre de familia,
el humilde latonero sin ninguna instrucción?. ¿Cómo puede una persona inculta predicar como él predicaba?. La única
explicación de su éxito es que era un hombre que estaba en constante comunión con Dios.
“Hay en la oración –decía- el momento de dejar al descubierto la propia persona, de abrir el corazón delante de Dios, de
derramar el alma afectuosamente en peticiones, suspiros y gemidos como los del salmista: „¿Cuándo vendré y me
presentaré delante de ti?; me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro de mí‟ (Salmo 42:2,4). A veces, las
mejores oraciones consisten más en gemidos que en palabras, y esas palabras no son más que la mera representación
del corazón, la vida y el espíritu de tales oraciones.
WESLEY: “Así se expresó: „comencé a reconocer que el corazón es la fuente de la religión verdadera,...reservé dos
horas cada día para quedarme a solas con Dios‟. Juan se esforzaba por levantarse diariamente a las cuatro de la
mañana. Por medio de las notas que escribió dejaba constancia de todo lo que hacía durante el día. Conseguía así
controlar su tiempo a fin de no desperdiciar ni un solo momento. “Tenía una sed insaciable de la presencia de Dios. Así
lo relata él mismo: „Eran cerca de las tres de la mañana y nosotros continuábamos perseverando en nuestras oraciones,
cuando nos sobrevino el poder de Dios, de tal manera que exclamamos impulsados por un gozo. Muchos de los
19
presentes cayeron al suelo. Luego, cuando pasó un poco el temor y la sorpresa que sentimos en presencia de la
majestad de Dios exclamamos a una sola voz: ¡Te alabamos Oh, Dios, te aceptamos como nuestro Señor!.
Creo que el testimonio de estos padres de la iglesia contemporánea se forjó en el ejemplo dado por Jesús, la persona
que más amó la vida de oración: …Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí
oraba. Marcos 1:35


En la última entrega quisimos      traer a colación el testimonio de tres de los hombres que más han contribuido a
enseñarnos con su vida la categoría de la oración. Obviamente hay muchos más, y es necesario que estudiemos su vida
y su obra; lo cual haremos desde esta tribuna a su debido tiempo. Para nosotros es un punto de honor dejar claro que lo
que los hizo sobresalientes no fue otra cosa que su absoluto respeto y entrega por una práctica que cada día se ve más
amenazada en la iglesia contemporánea: La vida de oración.
La vida de oración es afectada por nuestro intelecto y por nuestras emociones.Todo el mundo sabe que “debe” orar. Es
casi imposible encontrar un creyente que no tenga un concepto honroso de la oración. Entonces, ¿por qué nos cuesta
tanto hacerlo?. Es lógico que la oración ocupa con fuerza un lugar en el mundo espiritual. “Vino luego y los halló

durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en
tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” Marcos 14: 37-38
Debemos ser lo suficientemente humildes para aceptar sin ambages que cuando se trata de orar, ciertamente tenemos
un “problema” que está más allá de lo normal.           Estamos hablando de una resistencia de orden espiritual, que
generalmente es solapada por “actividades” de oración que responden a nuestros programas e intereses y no a los de
Dios. El apóstol Santiago lo explicó muy bien:“Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar;

combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar

en vuestros deleites”. Santiago 4: 2-3
El Espíritu Santo nos está diciendo a través de esta palabra que sencillamente tenemos un problema conceptual con la
oración. No nos hemos dado cuenta que sacamos a la luz nuestra pobre relación con Dios, cuando no advertimos que
mezclamos obras de la carne como la codicia y la envidia con el pedir a través de la oración, (que se supone que una
obra del espíritu), con el agravante de que hasta pedimos mal por la motivación equivocada que tenemos al hacerlo.
Lo primero que tenemos que corregir es el concepto errado de que orar es sinónimo de pedir. Pedir ocupa un lugar en la
oración, pero no lo es todo: Jesús lo explicó de una manera muy pedagógica: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad,

y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le
abrirá.” Lucas 11:9-10.
        Cristo habla además de buscar y de llamar como elementos componentes de la oración y tiene el cuidado de
ubicar el pedir dentro de condiciones muy concretas que solemos olvidar: “Si permanecéis en mí, y mis palabras

permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Juan 15:7
El Señor nos está esperando en el altar devocional. Allí lo más importante no es pedirle cosas a Él sin antes considerar
sus condiciones. Necesario es, entonces hacernos dos preguntas de control: ¿Permanezco yo en Él?; ¿Permanecen sus
palabras en mí?. Sólo si podemos responder con honesta afirmación a esas dos interrogantes tendremos luz verde para
pedir en el proceso de nuestra oración.
20
No aceptar las condiciones de Jesús es lo que explica la frustración de mucha gente que no entiende por qué -a su
juicio- Dios no les responde como ellos quieren. Él no nos concede siempre lo que le pedimos sino lo que necesitamos.
Amigos: No nos confundamos; aunque el Señor siempre nos bendice, es vital que entendamos con absoluta claridad que
Dios no existe para complacernos. Nosotros existimos para complacerlo a Él.


En nuestro enfoque del tema de la oración estamos obligados a llegar al fondo del problema. No es tarea de fácil
solución porque, en principio, nos enfrentamos con una pared de ideas preconcebidas y reforzadas por nuestra tradición
evangélica. Estamos hablando del concepto utilitario que desafortunadamente ha marcado todo lo que entendemos por
“oración”
Para millones de cristianos Dios sólo es “…quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El

que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca, de modo que
te rejuvenezcas como el águila. Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia”. Salmo
103: 3-6. Obviamente no estamos negando a ese Dios; pero no es una actitud correcta que veamos esa sola cara de la
moneda. Durante su ministerio terrenal el Señor Jesús tuvo que ser punzante en su juicio, porque el alto liderazgo
espiritual de la nación judía había perdido el rumbo espiritual. Oigámoslo: ” …¡Ay de vosotros, escribas y fariseos,

hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis
mayor condenación. Mateo 23:14
Es evidente que para Cristo esas “oraciones” no eran genuinas, porque se comportaban como mamparas para encubrir
las verdaderas intenciones, que no eran nada sanas. La oración tiene un orden en la mente de Dios, y es necesario que
entendamos que está diseñada fundamentalmente como una relación. Esa relación cambiará nuestra manera de vivir,
porque transformará todas las aristas de nuestro ser.       Eso ocurrirá porque ¡nadie puede acercarse a Dios sin ser
cambiado!. Dios está esperando que vengamos a Él como lo hizo el salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi

corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino
eterno. Salmo 139: 23-24
Tenemos que aprender a dejar de darle órdenes a Dios como si Él fuera nuestro subalterno. Permítame hacerle una
pregunta: ¿Cómo es su vida de Oración?. Observe que no estoy interesado en saber cuál es el contenido de su plegaria.
Estoy preguntándole por su motivación, porque eso, finalmente, es lo que al Señor le interesa más.
Ud. debe aprender a venir a la presencia de Dios en oración con la disciplina de pasar tiempo con Él. No se preocupe
por “medir” ese tiempo. No se angustie si ese tiempo no es “largo”; no se trata de una competencia. Venga a Él sin
importarle si lo siente o no; si tienes deseos o no; si tiene fe o no; si tiene necesidad o no. ¡Por Dios, simplemente, venga!
¿Podría acaso Ud. escuchar silenciosamente esta voz?: “…Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma

tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, 2 Para ver tu poder y tu gloria, Así
como te he mirado en el santuario. 3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. 4 Así te

bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. 5 Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con
labios de júbilo te alabará mi boca, 6 Cuando me acuerde de ti en mi lecho, Cuando medite en ti en las vigilias de la
noche. 7 Porque has sido mi socorro, Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. 8 Está mi alma apegada a ti; Tu
diestra me ha sostenido”.Salmo 63:1-8. ¿Puedes sentir su presencia.
21

Lo más importante de la oración es “orar”. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Al Señor le importa más su
persona (usted), que lo que Ud. sabe o ignora. Toda una gama de conocimientos técnicos y teológicos acerca de la
oración serían inútiles si no realizamos el acto de venir y estar en la presencia del Altísimo en oración. Es absolutamente
necesario que tomemos en cuenta que el primer cambio que se produce con motivo de nuestra oración, es EN nosotros
mismos, Más que en nuestro entorno. En otras palabras, la oración me cambia por lo que ella en esencia es.


El libro de Los Hechos nos relata la historia de un oficial romano que produjo inesperadamente una revolución en la
iglesia naciente: “…Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana,

piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre”. Hechos
10:1-2.Cornelio era un militar, invasor y pagano. Como tal era enemigo del pueblo judío. Esa es la impresión natural que
tenemos que tener de él. El problema es que la gente no es siempre lo que parece ser; y nosotros no tenemos la
capacidad para mirar como mira Dios.
¿Cómo un hombre educado para la guerra feroz y para acabar con naciones y pueblos puede ser al mismo tiempo
“piadoso y temeroso de Dios?. Toda esa contradictoria información acerca de su vida se explica con una frase lapidaria
de las Sagradas Escrituras: “…oraba a Dios siempre”.
Cornelio no era “cristiano”, no se congregaba, no había sido discipulado, no formaba parte integral de lo que conocemos
como “iglesia local”. ¡Sin embargo!, hacía algo que mucha gente de la iglesia no hace: “…oraba a Dios siempre”.


Por alguna razón que desconocemos este hombre se conectó con Dios a través de la práctica de venir a su presencia en
oración y fue en esa circunstancia cuando el Señor lo escogió para provocar el más colosal cambio que la iglesia iba a
experimentar en el siglo 1; es decir, que la salvación era, no sólo para Israel sino para toda la humanidad. “…Entonces

Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación
se agrada del que le teme y hace justicia.Hechos 10: 34-35
El meollo de la oración está en dejar lo otro, lo que nos quita tiempo, lo que parece más importante, lo que nos distrae, lo
que nos preocupa. Con frecuencia, el tiempo para orar hay que “asaltarlo”, porque la vida humana conspira naturalmente
contra la oración.   Después que vengamos a la presencia de Dios podemos usar el manual de instrucciones del
padrenuestro y toda la ayuda pedagógica que la iglesia ha producido en dos milenios; usarlo antes de venir, no tiene
mucho sentido.
¿Sabes por qué es difícil tener vida de oración? Porque hay un ejército enemigo de la iglesia que está activo sin cesar
usando todo su arsenal para que no vengas al altar o para que te salgas de él. La iglesia jamás podrá ser vencedora sin
oración. “…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y

súplica por todos los santos”. Efesios 6:18. Ningún creyente por más preparación que tenga tampoco podrá ser victorioso
si no dedica tiempo para orar.


Nuestro trabajo de campo nos ha enseñado que -al menos teóricamente- la oración como estructura religiosa goza de
gran estimación por parte de la gente de la iglesia. Todos “hablamos bien” de ella, y es obvio que ocupa un lugar
privilegiado en nuestra cultura. Es decir, estamos hablando de algo supremamente “espiritual”, que es bueno, que nos
gusta, que sirve para muchas cosas; pero que nos cuesta mucho realizar. ¿Recuerdan la experiencia de Señor con sus
22
discípulos en la hora final? “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así

que no habéis podido velar conmigo una hora?.”Mateo 26:40.
En toda oración siempre habrá: I. Un hombre que se acerca a Dios; II. El Dios infinito que se acerca al hombre; y III.
Satanás, un enemigo de Dios y del hombre que hace lo imposible por bloquear esa relación. De manera que, cuando
oramos estamos involucrados, aunque no sea nuestro deseo, en un acto de guerra espiritual. Necesitamos entender a
cabalidad que la oración no es simplemente una parte de nuestra liturgia, sino el reservorio de un enorme poder que
tenemos que aprender a liberar.
En nuestra cultura predomina con mucha fuerza la idea de que la oración es una “actividad” más. Ese sentimiento hace
que menoscabemos la importancia de la oración practicándola apresuradamente, como para “salir del paso” o “cumplir
con Dios”, como si el Altísimo necesitara de nuestra de nuestro concurso. Nuestra preocupación está centrada en que
cuando oremos alguien en la tierra pueda medirlo y aceptarlo. En otras palabras, nos preocupa más el juicio de la gente
que la opinión de Dios.
La parábola alusiva de Jesús debe retumbar en nuestros oídos y cambiar definitivamente esa perversa manera de
pensar: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo,

puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los

otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la

semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar

los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo

que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece,

será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Lucas 18: 10-14
Si nos tocara medir con la óptica humana la actitud de estos dos hombres tenemos que concluir que estaban haciendo lo
correcto en el lugar correcto: Estaban “orando en el templo”. Uno era un erudito de la religión y el otro era un ignorante
espiritual. Los dos se acercaron a Dios; pero las intenciones del corazón, que sólo las puede percibir el Señor, hicieron la
diferencia cuando el juicio divino acerca de los dos tuvo que ser revelado, porque la verdad finalmente triunfa: Sólo el
publicano fue justificado. Corolario: Ni orando podemos engañar a Dios. Abandone todas las posturas cosméticas y
artificiales que solemos usar para impresionar a nuestro Padre y a los hombres. Jamás olvidemos que “Los

sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás

tú, oh Dios”. Salmo 51:17.




Nuestro enemigo jamás toma vacaciones; y nuestro Señor tampoco lo hace. De hecho su promesa es tan real hoy que
cuando se despidió de sus discípulos:“…he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del

mundo”. Amén. Mateo 28:20.
La ocasión de un año siempre se presta para evaluar. Es un alto en la carrera que nos permite mirar con calma hacia el
interior de nuestro corazón. Con meridiana honestidad debemos medirnos espiritualmente: Cuánto logré, cuánto pude
haber logrado y cuánto falta. El poeta peruano José Santos Chocano lo expresó con tristeza: Hace ya diez años que

recorro el mundo/ ¡He vivido poco!/ ¡Me he cansado mucho!. Acaso la poesía del bardo español Antonio Machado
23
pueda dibujarnos con un poco más gracia la imagen: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. El gran

apóstol de los gentiles lo expresó con la elocuencia y la sabiduría que da el lenguaje del espíritu: “…He peleado la buena

batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” . 2ª Tim. 4:7
Son, pues, las diferentes aristas desde las cuales podemos ver hacia el atrás de nuestras vidas. Nos ponemos
sentimentales cuando el año termina, porque al fin y al cabo medimos que estamos más cerca del fin y no hay manera de
regresar. Es, entonces el momento propicio para las promesas. Justamente de eso se trata nuestra cita hoy, de hacer
un pacto, porque los pactos nos ayudan pedagógicamente a lograr metas espirituales.
No escogimos hablar de la oración porque sea un tema fácil o popular. Creemos, con fe de carbonero, que es un tema
necesario y lo vamos a repetir hasta la saciedad. Nos sentimos como Pablo cuando, bajo el rigor de la guardia pretoriana
que lo custodiaba en la cárcel le escribió a la iglesia más antigua de Europa, los filipenses” “…A mí no me es

molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. Fil. 3:1. O sea,Tengo una gran carga
en el corazón que me impele a decirles esto, y eso a Uds. definitivamente les conviene.
Nos conviene decidir la disciplina del pacto. Hablamos de prometernos e involucrar a Dios en una decisión que nos
permita separar cada día un momento sagrado, a la hora que Ud. pueda, los minutos que Ud. pueda y en el lugar que
Ud. pueda para pasar tiempo con Dios.
Saque de este esquema las “oraciones” marcadas por nuestra etiqueta social-religiosa. No estamos hablando de orar
para comer, para dormir, para viajar. Eso es otra cosa. Estamos hablando de derramar el alma en la presencia del
Eterno, sin modelaje; ¡sin ocultar la verdad con palabras¡
Haga un pacto por un tiempo razonable. No compita en “cantidad” con nadie. No se trata de un concurso sino de salir de
una crisis. Imite a Jesús y apártese para estar en su presencia, sin preocuparse si la oración es larga o corta. No
permita que ninguna actividad, ¡Ni siquiera las obligaciones eclesiásticas! lo aparten del altar de su presencia. ¡Nada de
lo que Ud. hace es más importante que orar!.“si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es

invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo

oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. 2ª Cron. 7:14
Que el espíritu que envolvió al mundo con el milagro de la natividad de Jesús el Salvador, nos sumerja en su presencia, y
que este año sí sea un punto de partida para transformarnos en las manos de nuestro Sumo Sacerdote.“Mirad, velad

y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo”. Marcos 13:33.


La mayor parte de las oraciones que hacen las personas están presididas por un sentido utilitario. Al hacer oraciones,
generalmente buscamos un beneficio material o de alguna otra naturaleza. Parece que creemos que Dios está en el
cielo sólo para complacernos. Lo que pasa con esto es que la oración tiene una fama en la tradición de la humanidad.
La gente sabe que la oración es “buena”; y muchos de nuestros amigos no creyentes nos piden oración pos sus
necesidades. Dios es tan bueno que las suple. Él no lo hace porque la gente es buena sino porque Él es bueno. Sin
embargo, algunos creyentes se sienten frustrados cuando no reciben lo que desean. “Pedís, y no recibís, porque pedís

mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4:3. Es entonces cuando percibimos que la oración es algo más que
disparar peticiones al Reino de los Cielos
Un creyente serio y maduro debe entender el verdadero sentido de la oración.          Jesús fue muy preciso cuando lo
enseñó:Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Lucas 11:9. Hemos desestimado el
24
Buscary el llamar     y hemos potenciado el pedir porque es más fácil recibir que darse. Si nuestra oración se
circunscribe sólo a una “actividad” en la cual venimos a pedirle “algo” a Dios, tenemos que concluir dolorosamente, que
no hemos entendido lo que es orar.
La primera lección que Jesús les dio a sus discípulos cuando le pidieron que los enseñara a orar fue precisamente
incorporar el sentido de la devoción privada, para la cual hay que apartar un tiempo que debe ser sagrado. No es una
petición pasajera, materialista y superficial. Es contemplación íntima y profunda. Más que recibir “un favor” es percibir su
“presencia”: “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y

tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6
“Esa” oración requiere del sentido de la disciplina. Todas las fuerzas del mal se activarán para que tú no ores así.
Ninguna actividad de tu vida va a ser bombardeada espiritualmente por las tinieblas de este mundo como lo es el
momento del altar. Eso ocurre porque la oración es, en esencia un acto de guerra espiritual. Cuando separas, como
pidió Jesús, tiempo para estar en oración, te conviertes en una amenaza para Satanás. Su reino retrocede y empiezas a
convertirte en vencedor. Si mantienes ese ritmo, la vida del espíritu gobernará tu corazón y todo lo que significa el
pecado y la vida de la carne cederán su lugar al gobierno de Dios en ti.
El historiador Orlando Boyer recoge una hermosa experiencia de oración narrada por el joven misionero David Brainer
cuando tenía sólo 20 años·           “Dediqué un día para ayunar y orar y me pasé el día clamando a Dios casi

incesantemente, pidiéndole misericordia y que me abriese los ojos para ver la realidad de mi pecado’. Tenía una
lucha existencial por la santidad. ....cierto día estaba completamente solo en el campo y sentí de una manera
sobrenatural un gran gozo y dulzura en Dios. Experimenté un profundo y ardiente amor por mis semejantes y
anhelaba que ellos pudiesen gozar de lo que yo gozaba. Anhelaba tanto la presencia de Dios, así como liberarme del
pecado. Para mí una hora con Dios excede, infinitamente a todos los placeres del mundo”             Es la hora del altar de
Dios. Él siempre nos está esperando, para bendecirnos, para cambiarnos.
El contacto con la gente en los escarceos ministeriales nos ha enseñado algunas verdades interesantes con respecto a
la oración. Veamos: Casi toda las personas saben que orar es bueno, pero NO oran. Esa antinomia se explica
entendiendo que creer las cosas NO es hacer las cosas. Tener un buen concepto del Evangelio no hace a una persona
cristiana; hace falta compromiso. Tener un buen conocimiento de la Biblia no hace necesariamente “santo” a nadie. Hace
falta algo más. Hace falta vida.
Los líderes espirituales de Israel        en los días de Cristo fueron reprendidos por el Maestro por el “uso” que le daban
a la oración “Guardaos de los escribas, que gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, y

las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas, y por
pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación”. Lucas 20: 46-47
Esta desviación acerca de la oración es tan antigua como contemporánea. Orar es esencialmente bueno; pero es
innegable que las Sagradas Escrituras nos enseñan que las intenciones del corazón, si no son sanas, pueden teñir aun
lo bueno que hagamos. “ Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas

y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” Mateo
6:5
La oración tiene que dejar de ser una actividad religiosa que llena la liturgia tradicional de la congregación. No podemos
seguir conformándonos con hacer oracioncitas de emergencia como cuando llamamos a los bomberos para que nos
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Una cita en el altar para imprimir(1)

  • 1. UNA CITA EN EL ALTAR Hola Iglesia!. Hoy salimos a la luz con una nota semanal para invitarte a entrar en la presencia de Dios, porque en medio de los ruidos que produce la vida necesitamos escuchar su voz, y -lo que es más importante- obedecerla. No hablamos del altar de incienso donde Zacarías se encontró con un ángel, ni del altar de sacrificio de expiación tan común en el Antiguo Testamento. Todos esos lugares físicos son controlados por nuestras formas de religiosidad, las cuales muchas veces pierden su valor espiritual. No creemos que son lugares inadecuados por sí mismos; pero nunca debemos olvidar la sentencia divina recogida con estupor por los oídos del profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado;…”Isaías 29:13 El Señor quiere que nos acerquemos a su presencia por encima de los límites de nuestras formas religiosas; desea que en la intimidad de nuestra vida y en el silencio de nuestra soledad vengamos a Él como lo expresó David en el salmo 5: “…Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré .” La iglesia de Cristo tiene una deuda con el altar. Hay un déficit moral en nuestra alma, un vacío, y si me permiten el término, un hueco, que no se puede satisfacer en los escarceos de lo que “hacemos” muchas veces distraídamente en eso que llamamos “culto o servicio”. ¡Por supuesto que estamos hablando de oración!; hablamos de “estar” en la presencia de Dios. Eso es diferente a traer una lista de peticiones para que Dios las resuelva La honestidad nos impone reconocer que pasar tiempo en el altar es una tarea supremamente difícil, básicamente, porque atenta contra las puertas del mismísimo infierno. Esta columna será desde hoy una escuela. La vida de oración de Jesús será nuestro punto de partida. Sus discípulos le pidieron: “Enséñanos a orar”. Aprenderemos con el Maestro y su presencia nos llevará al corolario necesario de estar con Él; nos llevará a ser santos, que es el primer fruto de ser cristianos. ¡Bienvenidos a la Escuela Dominical del Altar! Cuando leemos el capítulo 11 del evangelio de Lucas nos sorprende la narración de un feliz encuentro entre uno de los discípulos y Jesús. El Hijo de Dios, -como era su costumbre-, se había apartado a orar en un lugar solitario, y el discípulo, en nombre de un grupo mayor le hace una curiosa petición a Jesús: Señor, ENSÉÑANOS A ORAR como Juan enseñó a los suyos. Este es un incidente demasiado serio, con un valor sustantivo muy denso, el cual merece nuestra máxima atención, porque pone en boca de una persona que tiene, al menos, tres características: a) es un adulto, b) es un judío y c) es un discípulo de Cristo; que está manifestando claramente que él, junto con el grupo que representa, (enséñanos) no saben orar. Si una persona con esas credenciales declara que no sabe orar, entonces eso nos plantea preguntarnos qué era lo que sabía y que era lo que ignoraba acerca de la oración. Evidentemente, como judío había aprendido largas oraciones de memoria que se hacían en horas fijas y con la mirada hacia Jerusalén. Eso representaba el entorno social y religioso, más no la esencia de la oración. Eso era la religión de la oración. Justamente, ese es el sentido de la petición de los discípulos. Saben hacer oraciones con rígido respeto a formas religiosas, pero sólo cuando vieron orando a Jesús sienten que lo que tenían como forma de orar, sencillamente no funcionaba, y por eso le piden ayuda.
  • 2. 2 ¿Qué fue lo que impactó a los discípulos de la oración de Jesús?, ¿Fue su contenido, o fue acaso su disciplina? Esto nos permite hacer una diferenciación pedagógica de primer orden. Hay una diferencia sustancial entre orar (a secas) y tener vida de oración. Muchísimas personas en el mundo pueden orar, pero pocos, en realidad, tienen vida de oración. Nadie exhibió jamás un reverente respeto por la disciplina de la oración como Jesús de Nazareth. Cristo apartaba consuetudinariamente tiempo de su apretada y exitosa agenda para pasarlo en la presencia del Padre. Siempre tuvo el cuidado de ubicar a la oración en el lugar que le correspondía. Comprendía que la oración utilitaria cuyo sentido es obtener favores del cielo no es suficiente para ser un creyente victorioso. De manera que pasaba noches enteras orando, o se levantaba en las oscuras madrugadas antes de que las exigencias del día lo ocuparan. Naturalmente que esa práctica espiritual producía un nivel ministerial particular. Jesús creyó que Él necesitaba orar intensamente. Entendía que el hecho de ser Dios mismo no lo eximía de esa búsqueda. Él, al venir a la tierra, se había despojado de su gloria. No podía usar su divinidad para facilitar su ministerio, porque su santidad inherente no se lo permitía. Si el Hijo de Dios tenía vida de oración, ¿Será que nosotros podremos sacar de su ejemplo alguna lección? Los discípulos se dieron cuenta de que tenían una crisis existencial con su forma de orar, sólo cuando vieron orando a Jesús. Es decir, les impresionó que Cristo ubicaba a la oración en un pedestal muy alto, mientras que ellos oraban dominados por la rutina de una religiosidad tradicional. La respuesta del Maestro fue sencillamente impresionante. No les dijo –por ejemplo- lo que nosotros tenemos años enseñándolo a la gente: “orar es hablar con Dios”. Eso es tan superficial como decir que comer es abrir la boca. El relato consolidado de Mateo 6 y Lucas 11 es cuidadoso al entregarnos la respuesta de Cristo ante la importante petición de sus seguidores: El Hijo de Dios no se fue por las ramas. Antes de enseñarles propiamente a orar les hace tres advertencias: 1ª. “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Con esta expresión lapidaria el Señor hace una cuidadosa división para diferenciar aquellas oraciones distraídas y memorizadas que hacemos como marcas de una religiosidad, pero que no siempre significan intimidad con Dios. Oramos antes de comer, al ir a la cama, al salir de viaje, para pedir sanidad, etc. Son, pues, oraciones signadas por lo utilitario, sin que haya necesariamente entrega de la vida.Jesús habla de oración privada, íntima, no habla de oración casual o impuesta, habla de oración voluntaria. Habla de un tiempo (no importa si es mucho a poco) que separamos para estar en la presencia de Dios. Con toda seguridad que Él también oraba en las ocasiones tradicionales ya referidas, pero siempre tuvo el especial cuidado de hallar un espacio en su apretada y exitosa agenda para apartarse y así pasar un tiempo en la presencia de su Padre. Nunca permitió que el éxito de su ministerio le restara tiempo para estar en oración. 2ª.“Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”. Es supremamente importante que tengamos en cuenta que el Señor considera seriamente la motivación de nuestra oración. No oramos para que la gente crea o se convenza de que somos más “espirituales” Toda intención que no sea la de humillarnos ante su augusta señoría estará contaminada y se convertirá en cualquier otra cosa menos en oración. Nunca debemos orar para impresionar a la gente.3ª.Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. Es decir, para Dios, lo importante de nuestra oración no está referido a la elegancia de nuestras palabras. De hecho, las palabras elegantes casi nunca son sinceras y las palabras sinceras casi nunca son elegantes. Él considera más nuestro corazón que nuestra capacidad de hacer un discurso. Cuan ores, deja que tu corazón hable, porque tu Dios es experto en traducirlo.Los discípulos habían orado durante toda su vida, pero la vida de oración de Jesús les hizo entender que ellos tenían que comenzar de nuevo. ¡No hay que angustiarse por eso!; a nosotros nos puede ocurrir lo mismo. Hay gente que se ha pasado toda la vida en la
  • 3. 3 iglesia y descubren, después de mucha práctica religiosa, que tampoco saben orar. Con el fin de enseñarlos, Cristo le indicó a sus seguidores que había tres valores que debían considerar: A.- El entorno de la oración, B.- La motivación de la oración, y C.- La Esencia de la oración. El entorno se refiere al lugar de intimidad en búsqueda de su presencia y a la idea de apartarnos a solas con Él. La motivación tiene que ver con lo que nos mueve realmente a orar. Nos advierte de no orar afectados por la hipocresía porque, en ese caso, la oración estaría mediatizada por un pecado. La esencia es el contenido de nuestra plegaria. En ese sentido, Jesús dijo “Vosotros, pues oraréis así”:. De manera que asombra que la iglesia cristiana haya concedido tan poca importancia al deseo del Señor, El Padrenuestro fue reducido a una repetición vacía. ¿Cuánto tiempo apartamos durante nuestro día para estar en la presencia de Dios?; ¿Qué lugar tiene la oración en nuestra vida?. Cristo nos habló de tres dimensiones en las cuales podemos articular nuestra oración: Pedir, llamar y buscar (Lucas 11:9). Es impresionantemente triste cómo hemos relacionado la oración sólo con pedir. Pedir siempre es más fácil. El problema con esa postura es que ignora los elementos más sublimes de la vida de oración, como lo son, llamar y buscar. El salmista nos lo recuerda: “Oh Jehová, de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti y esperaré…” Salmo 5:3. Tenga la absoluta seguridad de que cuando se acerque a la presencia de Dios en oración usted va a ser cambiado, porque nadie se acerca a Él para permanecer igual. Permítame decirle esto con un ejemplo ordinario: ¿Sabe Ud. por qué la grasa se derrite cuando se acerca al fuego? Se derrite porque ante el fuego ella no tiene opciones. Cuando se acerca al calor, la grasa pierde su propia naturaleza. El fuego la domina. Lo único que puede hacer para no ser transformada es no acercarse. Si te acercas a la presencia de Dios en oración vas a ser cambiado. Ningún ser humano puede acercarse a Dios y permanecer igual. No te preocupes por el discurso en la oración; no te angusties por las palabras; no midas el tiempo. Orar no es competir con nadie. Si no tienes nada que decir, ¡Por Dios!, No digas nada!. Quédate en el silencio de su augusta presencia y deja que su Espíritu te toque. Tu sollozo, tu silencio, tu llanto, tu gemir, tu humillación; tu reverencia; todo eso junto es oración! Nuestro Padre está esperándonos en el altar. Después de estar con Él nunca seremos iguales “…porque los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos atentos a sus oraciones…” 1ª Pedro 3:12. Separa tiempo para estar en oración y descubrirás la verdadera vida de un cristiano. Nadie sale de la presencia de Dios igual que como llegó. Entra en el Lugar Santísimo. Hace mucho que Él te espera. Hay muchos creyentes que desean tener un tiempo de intimidad con Dios porque intuyen que eso es bueno y agrada al Señor, pero pronto se desaniman y lo abandonan porque descubren que la práctica de la oración tiene evidentes dificultades naturales que no se experimentan en ninguna otra de las disciplinas devocionales. Cuando alguien decide tener un encuentro en oración, surgen de inmediato una o varias de estas dificultades: Sueño, cansancio, falta de concentración, diversas interrupciones, (llaman a la puerta, timbra el teléfono…) miedo, dolores, visitas inesperadas, etc.Sin embargo, si Ud. decide que va a ver una película, leer la prensa, disfrutar de su programa favorito en TV., o descansar en una playa; no aparece ninguno de estos accidentes. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué ocurre eso? Se lo diré en términos coloquiales: ¡Porque su oración causa terror en el infierno!. Un gran hombre de oración lo expresó así: “La preocupación principal del diablo es impedir la oración de los cristianos. Él no le teme gran cosa a los estudios; tampoco hace caso a nuestros programas, ni a la religión que se caracteriza por la falta de oración. Él se ríe de nuestro trabajo, se burla de nuestra sabiduría,... ¡Pero ¡TIEMBLA! cuando oramos!”La oración desencadena la presencia de Dios de una forma sobrenatural, porque la verdadera oración no es una actividad normal; es un acto de guerra espiritual. La Palabra de Dios nos reseña el momento cuando Salomón oró durante la consagración del Templo: “…Cuando Salomón acabó de orar, descendió fuego de los cielos, y consumió el holocausto y las víctimas; y la gloria de Jehová llenó la
  • 4. 4 casa. Y no podían entrar los sacerdotes en la casa de Jehová, porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová.” 1ª de Cron. 7: 1-2. La disciplina de la oración produce por sí misma una reacción en el mundo espiritual, que las fuerzas de las tinieblas no soportan. Por eso es que responden con violencia tratando de anularla. Un cristiano tiene que saber eso; debe entender cómo funcionan Dios y Satanás durante el proceso de la oración.Tenemos que aprender que la oración no es meramente una “actividad religiosa”, sino una relación con Dios que tiene que ser cultivada, porque es la vida misma de un hijo de Dios.La vida de oración va a producir cambios en tu vida que tú a veces no buscas ni esperas, por la sencilla razón de que todo el que se acerca a Dios se llena de Dios, a la manera de Dios. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.Sant. 4:8. Cornelio, un centurión romano, fue un militar invasor de Israel en la Palestina del siglo uno. Era de esperarse que fuera malvado y pagano, pero la Biblia dice que “oraba a Dios siempre”. No sabemos cuándo, cómo y dónde ocurrió su conversión; lo que sí sabemos es que “oraba” y esa vida de oración convirtió a un pagano enemigo del pueblo de Dios en un instrumento para que el glorioso Evangelio de Cristo afectara a todo el mundo gentil. ¿No le parece eso maravilloso? El gran apóstol Pedro vio con sus propios ojos cómo el Espíritu Santo cayó sobre una congregación de “odiosos gentiles” que Cornelio había reunido. No te desanimes porque orar sea con frecuencia una tarea difícil. No puede ser de otra manera. Nunca te sientas derrotado aun cuando no puedas realizar la oración. No te angusties si no sientes gozo. Él ha dicho que estará con nosotros “Todos los Días hasta el fin”. Nunca te rindas. Detrás de una montaña siempre habrá un valle.Tengo la absoluta convicción de que la vida de oración es, sin lugar a dudas, la práctica que produce más transformaciones en cualquier persona. Cuando alguien descubre esa verdad está a punto de asistir al escenario donde van a ocurrir los más importantes cambios de su vida. Orar, ciertamente nunca ha sido, no es, y jamás será algo ligero o fácil. En la práctica de la oración siempre habrá: 1.- Un hombre finito que se acerca al trono de la gracia. 2.- Un Dios infinito que ama al hombre y siempre le responde, y 3.- Un enemigo de Dios y del hombre, cuyo esfuerzo fundamental es anular la oración como sistema. Tenemos muchas dudas acerca de la oración. Nos sorprenderíamos cómo ellas serían resueltas simplemente si oráramos. Así de simple. Porque lo más difícil de la oración, es orar. Es curioso que la mayoría de las dudas que la gente manifiesta acerca de este tema tengan que ver con las “formas externas”; que son -justamente- las que a Dios menos le interesan. Cuando hablábamos de la esencia de la oración en entregas anteriores nos referíamos a lo que la tradición cristiana ha denominado “el padrenuestro”; que no es otra cosa que un bosquejo para orar concebido en el corazón de Jesús. De manera que no hay especial virtud en repetirlo porque ese no fue su diseño. Si examinamos con detenimiento el modelo de Jesús, descubriremos que esa estructura es una verdadera revisión de la vida. Debe preocuparnos que la iglesia universal no ha obedecido la indicación del Hijo de Dios cuando nos exhortó: “…vosotros, pues, oraréis así”. En un intento de obediencia por rescatar el mandato divino vamos a analizar el padrenuestro para introducirnos en los elementos constitutivos de lo que debe ser la oración de un cristiano. “Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal. Mat 6:9-13. Lo primero que nos impresiona es la palabra “Padre” al comenzar la oración. Eso es un novedoso aporte que hace Jesús. La tradición judía hasta había olvidado el sonido original del nombre de Dios en un esfuerzo “reverente” por no tomar en vano el nombre del Altísimo. Lo más interesante de esto es que la palabra que propone Jesús en la
  • 5. 5 entrada de la oración es “padre”, que usada en el Getsemaní, la cambió por “abba”, un vocablo arameo que representaba la forma más pura e inocente con la que los niños llamaban a su padre. Es decir, Dios; quien es Rey de reyes y Creador y sustentador de cuánto hay, es, al mismo tiempo y sin contradicciones, no sólo nuestro Padre, sino que además nos invita a poner a un lado el miedo natural que todos le tenemos a Dios. De manera que la primera lección que Jesús nos da en cuanto al contenido de nuestra oración es: No hay ninguna razón para tu miedo. Él es todo lo que es sin disminuir nada y además de todo eso es también tu papá. Él te abraza, y te acoge, te da seguridad en su regazo, cualquiera que sea tu condición. Por favor, ¡Nunca le tengas miedo a Dios, porque sin dejar de ser tu Dios, es tu papá. Es hermoso y gratificante saber que mi Dios es también mi Padre y que como tal me trata. No tenemos que venir a la presencia del Altísimo como si nos estuviera esperando para castigarnos. Ese no es el carácter de Dios. Si es cierto que el padrenuestro es una invitación divina a revisar nuestra relación con Dios, no debemos temer abandonarnos en sus manos. La figura del padre significa, protección, compañía, afecto, seguridad, provisión. Sin embargo, puede ser que nuestra relación con nuestro padre biológico no evoque precisamente esas emociones. En ese caso, debemos confiar en que Dios no es culpable de los errores humanos. Aprovechemos, pues, nuestra relación con Él para sanar todo recuerdo que nos cause dolor. Esta sanidad es un proceso y debemos insistir en oración hasta que seamos curados; pues no se trata de una carrera de velocidad sino de resistencia.Inmediatamente, la oración de Jesús nos invita a considerar al Padre como “Nuestro”. Esta palabra es interesante porque implica necesariamente relación. No podemos negar que las relaciones humanas son, por naturaleza, especialmente difíciles. A los seres humanos nos es medianamente fácil interactuar con Dios, pero se crean muchos ruidos cuando se produce el fenómeno de comunicación entre nosotros. Nos cuesta aceptar a los demás como ellos son y tampoco es sencillo mirar dentro de nosotros mismos y ser objetivos. El servicio que prestamos a la obra de Dios se ve obstaculizado cuando no entendemos cómo funciona el Reino de los Cielos en ese sentido. Al respecto, el Señor enseña: “… Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”.Mat. 5:23-24. Es claro que la oración se ve afectada cuando intentamos comunicarnos con Dios sin antes resolver nuestro asunto con los hombres.El “nuestro” del padrenuestro está muy lejos de ser una palabra hueca. La dirección que tenemos en la Palabra de Dios es que quien ora tiene la carga de la prueba al momento de resolver el conflicto. Hay muchas razones que nos separan y muchas las causas que nos dividen y nos enfrentan; pero cuando oramos tenemos que considerar seriamente que Dios está esperando que podamos tener relaciones sanas entre nosotros ANTES de pretender tenerlas con Él. Nosotros somos hábiles en adelantarnos con el argumento más universal que existe: “la culpa no es mía”. Aunque así sea, la norma bíblica está expresada con un verbo en forma de mandato: “DEJA ahí tu ofrenda…y reconcíliate con tu hermano”. Pedir perdón nunca es fácil y menos cuando tenemos la convicción de que no comenzamos el conflicto. Si queremos tener comunión con Dios debemos estar dispuestos a imitar a Cristo, quien nunca pecó, pero fue quien pagó por todos nuestros pecados. Imagínate que Cristo hubiese dicho: ¿Por qué tengo que morir?, ¡yo no tengo la culpa!. La culpa era nuestra, los pecadores somos nosotros, pero si Él no se hubiese humillado estaríamos sin esperanza y sin Dios. No esperes que vengan a ti; ve tú al lugar donde está el ofensor. Si te cuesta hacer eso, la solución está en la oración. De eso se trata. La Palabra de Dios es absolutamente clara cuando nos advierte, a través de cinco verbos en forma imperativa, la necesidad de revisar nuestra vida interior antes de esperar que nuestra adoración sea aceptada por Él. De manera que
  • 6. 6 las expresiones: “deja, anda, reconcíliate, ven y presenta”, marcan el orden divino de actuación, que, de acuerdo a Mateo 5:23 debe preceder a nuestra oración en caso de que no hayamos resuelto nuestros conflictos humanos. Todo eso está implícito en la palabra nuestro del “padrenuestro” Es sano que nos acostumbremos a leer la Biblia con atención, en quietud de corazón, y no como si estamos compitiendo con alguien o nos vienen persiguiendo. Sólo un corazón en paz podrá percibir toda la belleza ¡y toda la exhortación que las Sagradas Escrituras tienen para nosotros! “Padre nuestro “que estás en los cielos…”. Muchísimas personas han repetido esta frase sin tener la más remota idea de su significado. ¿Cuál es la idea que tenemos de eso que llamamos cielo? En la Biblia se usa esa expresión para referirse a tres esferas marcadamente diferenciadas: En primer lugar está referida a la atmósfera terrestre inmediata de nuestra tierra; “desciende de los cielos la lluvia y la nieve…” Isaías 55:10. En segundo lugar y en un sentido más amplio, se refiere al espacio exterior (el ambiente del sol, luna, estrellas, firmamento, etc.). “Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” Salmo 119:1. Finalmente, hay un tercer cielo, el Reino de Dios, un hogar preparado para nosotros, del cual el apóstol Pablo dice: “…Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo…” 2ª Cor. 12:2. Esta variedad de “cielos” puede producir un natural desconcierto acerca de qué es verdaderamente el “cielo”. Sin embargo, a la luz de la oración del “padrenuestro” se nos permite preguntarnos: ¿Será posible que nuestro Dios esté en los campos, en la lluvia, en el sol, en las flores, en las montañas, en el aire que respiramos y en la mirada inocente de los niños? ¿No dice acaso la Escritura que “Toda buena dádiva y todo don perfecto proviene de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza ni sombra de variación?”. Santiago 1:17. La verdad verdadera es que ¡DIOS SIEMPRE ESTÁ PRESENTE EN TODAS PARTES! La expresión “que estás en los cielos” es un recordatorio de que Dios está verdadera y realmente en todas las circunstancias materiales inmediatas de nuestra vida. Somos muy dados a magnificar la presencia “espiritual” de Dios, pero nos olvidamos que vivimos en un mundo prestado por Él a través de un cordón umbilical de oxígeno y de luz solar sin los cuales sería imposible vivir. ¿Cuándo fue la ultima vez que Ud. le Dios gracias a Dios por una salida o puesta de sol, o por llenar sus pulmones de aire puro en una montaña, o por admirar la grandeza que hay en la arquitectura divina de un hermoso árbol, o cuando la oscuridad natural de la noche nos indica que llegó el descanso para el cuerpo? ¿Sabe que?, según el salmo 104, esas y muchas otras son bendiciones materiales que podemos TOCAR. ¡Aleluya! Tenemos que pedirle perdón al Señor porque la mayoría de nosotros estamos tan preocupados por nuestros propios asuntos y nuestro grosero materialismo como para detenernos un poco para percibir la mano de Dios que nos toca realmente a través de su creación. Si Dios ciertamente nos puede visitar con su presencia y satisfacer las demandas más sublimes de nuestro espíritu; no menos cierto es que lo podemos “tocar” a través de la maravillosa manifestación de sus bendiciones manifestadas en un universo de favores que percibimos cada día con nuestros sentidos físicos. Después de considerar el padre y el nuestro, vengamos ante la presencia sublime del Creador para decirle algo así como: Señor, perdóname, porque he estado tan ocupado en mis cosas y tan angustiado por mis problemas que no me había dado cuenta de que yo vivo en tu mundo. Sin tu aire no tendría oxígeno; sin tu sol no sería posible la vida, sin la noche no habría descanso. Gracias porque cuando veo a los niños correr y jugar y cuando sus ojos se encuentran con los míos, me acuerdo de la inocencia del Edén antes del pecado. Gracias por el canto de los pájaros, gracias por los
  • 7. 7 hijos que nos diste, porque ellos son la prolongación de la existencia. Gracias por entender lo que significa que tú estás presente en este cielo que puedo ver con los ojos que tú, también, me diste. Gracias por la insondable sabiduría y el poder que se manifiestan en el diseño y la providencia de tu creación. Amén Jesús quiso dejar en su modelo de oración una expresión que, por fuerza, nos invita a introducirnos en el conocimiento de uno de los atributos más hermosos de Dios: Su Santidad. Si consideramos al “padrenuestro” como una revisión de nuestra vida, se hace evidente entonces que Cristo quiere que nosotros pasemos por el filtro de una categoría que, no sólo marcó su vida, sino que hizo posible nuestra salvación, pues, durante su ministerio terrenal el Hijo de Dios, no sólo fue santo, -como lo podemos ser nosotros- sino absolutamente santo. De manera que “santificado sea tu nombre” no es otra cosa que una invitación a que consideremos con mucha seriedad nuestra santidad personal. Cuando Dios se reveló a Moisés en el Sinaí fue bien claro y enfático en lo que se refiere a la naturaleza moral de la nación que estaba formando: “ Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado” Éxodo 19:6-7. La santidad se convirtió pues, en una constante divina que llena absolutamente todo el concierto doctrinal de la Biblia desde Abraham en Ur de los caldeos, hasta Juan en la isla de Patmos. La oración que enseñó Jesús incluye una consideración de la santidad porque la pureza es y debe ser la consecuencia natural obligada de nuestra condición de cristianos. En otras palabras; si no somos santos, tampoco somos cristianos, porque ser santo es consustancial con la condición de ser cristiano. Para entender con propiedad qué es ser santo tenemos que definir el término a la luz de la Biblia, la Palabra de Dios. En el hebreo se usa el vocablo kadosh, que significa puro en el orden físico, moral y espiritual y separado, puesto aparte o consagrado. En el griego neotestamentario el término usado es hagios, con los mismos significados que en el hebreo. Es entendido que cuando hablamos de la santidad de Dios nos referimos a una dimensión absoluta y por lo tanto perfecta. No así cuando tratamos la santidad de los hombres, pues ésta nunca podrá ser absoluta sino relativa. Nuestra santidad, pues está referida a una decisión de separar nuestra vida de los valores perversos del mundo, para agradar a Dios.La santidad ciertamente es un tema muy importante, poco entendido y poco estudiado. Nuestra cultura cristiana le da más importancia a la teoría doctrinaria que a la conducta; por eso es más fácil hablar de visión, guerra espiritual, iglecrecimiento, liberación, adoración, finanzas, etc. Lamentablemente, la santidad no es una postura prioritaria para la iglesia de hoy.Un sentido de honestidad nos impone reconocer que históricamente hemos lastimado la verdadera santidad al confundirla con nuestros gustos y disgustos en lo atinente a usos y costumbres. El apóstol Pablo lo explica así a los griegos de Colosas: “…Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne”. Col. 2: 20-23. Ese tratamiento antibíblico no debe ser obstáculo para que miremos de frente lo que Dios, en su palabra nos enseña. De no ser así, Jesús no se hubiera ocupado de dejar bien sentado el lugar de la santidad en la vida del cristiano cuando nos entregó el “padrenuestro” con la orden: “vosotros, pues, oraréis así”. Mateo. 6:9
  • 8. 8 Dios empezó hablando a Moisés de la santidad de las cosas: “…quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es.” Éxodo 3:5. Más tarde se ocupó de la santidad de las personas: “…Porque yo soy Jehová vuestro Dios; vosotros por tanto os santificaréis, y seréis santos, porque yo soy santo.” Lev. 11:44. Luego, el mismo Dios de Moisés, en una prueba de la revelación progresiva de su moral, inspira al apóstol Pedro: “…como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” Iª Pedro 1:16. Santidad, en el lenguaje del Nuevo Testamento es: “vuestra manera de vivir”. ¡Que definición tan hermosa e interesante! Una manera de vivir es la sumatoria de todos los escenarios que mi vida ofrece. Una manera de vivir es la forma de exhibir mi carácter cristiano. Esa fue la pregunta que el padre de Sansón le hizo al Ángel de Jehová cuando Éste le anunció el nacimiento de su hijo: “Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan, ¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?Jueces 13:12.La santidad, finalmente (y esto sea lo que más angustia a la gente) es un requisito bíblico para poder “ver” al Señor: “ Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Hebreos 12:14 Nos interesa si alguien es un gran músico, pastor, evangelista, maestro, cantante, pero, ¿Por qué no preguntamos si es santo? ¿Por qué Jesús consideró importante tomar en cuenta la santidad personal cuando nos enseñó a orar? ¿Era acaso un matiz superficial de religiosidad?; ¡Por supuesto que no! El corazón de Jesús demostraba un mundo de respeto, reverencia, temor y aprecio por la persona del Padre en términos de pureza. En las palabras santificado sea tu nombre está en juego la naturaleza, la persona, el carácter y la reputación de Dios. Hay que reconocer que nuestra condición de pecadores nos dificulta para entender la santidad de Dios. Dios es puro, amoroso, justo, misericordioso, honesto y fiel al mismo tiempo. La santidad inmanente de Dios tiene que producir en nosotros un sentimiento de pequeñez y de adoración que nos lleven a considerar cuán santos realmente somos. Esa fue la experiencia del profeta Isaías: “En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.” Isaías 6: 1-7 El profeta fue consciente de su pecaminosidad cuando se encontró de frente con la santidad de Dios. La santidad no es un producto que viene en el paquete de la Salvación; tampoco es perfección absoluta. (Fil 3:13; Iª de Juan 1:8). No es el efecto de un milagro; no es el atributo de una minoría privilegiada. (Iª de Tes. 4:3). No es aislarse del mundo. No es un modelo humano con atajos, ni menos un logro terminado.
  • 9. 9 No nos hacemos santos por accidente sino por decisión. No nos convertimos en santos instantáneamente, sino a través de un proceso. No somos santos porque tenemos una sana doctrina o firmes convicciones bíblicas. Las convicciones son como los termómetros; miden la fiebre, pero no la pueden quitar porque esa no es su función. La santidad es como un termostato que desconecta la corriente para que no haya accidentes. Las convicciones funcionan en el plano del intelecto, pero no son eficaces para producir una vida santa. La vida de santidad que tanto preocupó al autor del “padrenuestro” surge como consecuencia natural de la vida devocional. No hay ni puede haber santidad sin vida de oración. Revisar nuestra vida. Ese es el ejercicio fundamental que estuvo en la mente de Jesús cuando sus discípulos le dijeron “enséñanos a orar” Luc. 11:1. Los médicos usan diversas técnicas para “revisar” nuestro cuerpo cuando estamos enfermos. Es así como ellos determinan cuál es el origen del mal; hacen un diagnóstico y proponen una forma para restablecer la salud. La decisión de seguir el tratamiento corresponde exclusivamente a la voluntad del paciente. “Santificado sea tu nombre” es una invitación a revisar el nivel de santidad en nuestra vida cristiana. ¿Es posible medir nuestra santidad? Pues sí lo es; en este sentido nos vamos a encontrar con cuatro grupos de personas: 1º. Sin santidad: Son aquellos que viven sin Cristo, practicando toda suerte de pecado, y, en todo caso, alejados de Dios; no tienen relación con Él, no conocen su Palabra y no se plantean la tentación como un problema. Viven “sin Dios” porque para ellos, pecar es “una manera de vivir.” 2º. CristianosNominales: Éstos hacen una vida “religiosa” en la iglesia; tienen algún conocimiento de la Palabra de Dios, saben lo que es una tentación, pero por carecer de vida devocional no tienen la fortaleza para rechazarla y viven en un proceso recurrente de pecado y arrepentimiento. 3º. Cristianos en comunión. Son los creyentes, quienes por tener una relación de devoción normal, generalmente logran identificar al enemigo, conocen sus debilidades y vigilan para vencer y generalmente vencen la tentación. 4º. Cristianos Santificados. Son aquellos cristianos que cultivan una intensa relación con Dios que les permite, no solamente rechazar con relativa facilidad la oferta de pecar durante la tentación, sino que, además, sienten un profundo desprecio y malestar por todo aquello que signifique ofender a Dios y en consecuencia, pecar. Son personan victoriosas. "Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” Rom. 6:22 La humanidad se mueve cíclicamente en medio de dos reinos, y uno de ellos está contaminado; es el reino de satanás, donde hay campos minados que requieren pericia en el manejo. Es mejor que lo llamemos por su nombre. Es un reino diseñado para destruirnos eternamente. Si decidimos ser santos y vivimos en consecuencia, ¡no hay poder que pueda vencernos!. El único daño que Satanás nos puede hacer es aquel que nosotros le permitimos. Estemos claros, Nadie puede obligarnos a pecar. Algunas pautas para mejorar su santidad: * La vida de santidad es una elección unilateral. * En la vida No hay campos neutrales, todo lo que hacemos a dejamos de hacer, afecta al Reino de Dios o al reino de las tinieblas. * Cuando uno es bueno y débil al mismo tiempo, produce cosas buenas y cosas malas. * La vida de santidad es una vida de separación constante;es un logro diario que se perfecciona. * Las mezclas morales (algo bueno y algo malo) afectan la santidad. * Estar en la presencia de Dios (Isaías 6) descubre nuestro nivel de santidad. * La santidad produce reacción rápida contra la tentación. * Nadie se hace santo de repente; la santidad no es un evento, es un proceso al que se llega poco a poco. Consejos:
  • 10. 10 Establezca quién tiene el control de su vida. ¡Conózcase! … Hable con Dios acerca de su debilidad. No Racionalice la culpa. Reconozca el problema y llámelo por su nombre. No busque resultados rápidos y fáciles. Sea perseverante. Cuídese de los patrones persistentes de pecado. Procure siempre relaciones transparentes con las personas. Busque mecanismos de evaluación y cobertura. Rinda cuentas. Cuide la puerta de entrada de su mente. ¿Cuánto tiempo de TV, videos, cine se permite? ¿Hace uso explícito de literatura sexual? ¿Tiene Ud. el control en el uso de la Internet? ¿Mantiene Ud. relaciones peligrosas con personas atractivas? Asuma posiciones de compromiso. Daniel 1:8 y Job 31:1,9. Confiese todo pecado conocido y pida iluminación por los desconocidos. Repare los daños de su pecado. No trabaje tanto para Dios que no tenga tiempo para Ud. Comience siempre su día en oración y lectura devocional Todo lo antes dicho está contenido en la expresión Santificado sea tu nombre de la oración enseñada por Jesús. Jamás olvide que no puede haber santidad sin oración, porque vivir sin orar es vivir sin Dios El valor sustantivo del “padrenuestro” nos conduce a entenderlo como un bosquejo de oración que sólo puede hacerla quien es esencialmente un discípulo de Cristo. “venga tu Reino” es uno de los peldaños de esta hermosa escalera. No puede ser una expresión vaga, pues alude nada menos que al Reino de Dios. El Reino de los cielos o el Reino de Dios es la manifestación de su eterna sabiduría y voluntad que se realizó en el establecimiento dinámico con la venida histórica de Jesucristo a este mundo. El Reino de Dios es el gobierno de Dios en la tierra; es el carácter divino que busca una restauración total de un mundo que estaba “sin Dios”. No hay que olvidar que el “padrenuestro” es una propuesta celestial de comunión con Dios. De manera que se impone interpretar la frase desde la perspectiva de una persona que ora en la presencia del Señor. Que el Reino de Dios haya venido a la tierra fue una decisión soberana de la divinidad; “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.” Mateo 3:1-2. Vino porque tuvo que restaurar; lo contrario hubiera sido una crisis de esperanza y un profundo caos moral. La petición “venga tu Reino”, al ser un mandato de Cristo al orante, se refiere, no al Reino que ya vino, sino al gobierno de Dios en una vida particular. No tendría sentido pedir que venga lo que ya vino, a menos que haya una diferencia – como realmente la hay- entre el Reino de Dios en la tierra y el Reino de Dios en mi vida. Una manera práctica de entender esto sería preguntándonos: ¿Cuánto dominio le permito yo a Dios sobre mis asuntos?; ¿Cuántas áreas de mi naturaleza he puesto bajo su gobierno?, ¿En cuáles no le he permitido que intervenga? ¿Cuántas puertas de mi corazón están cerradas para Él?“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo.” 1ª de Tes. 5:23. Cuando Jesús propone la frase “venga tu Reino” no está pensando en su gobierno mesiánico, sino que está invitándonos implícitamente a establecer su Reino en la esfera del corazón de los hombres. De manera que si la oración se hace con sinceridad, se convierte en una petición para que la soberanía divina, el gobierno de Dios se haga cargo de nuestra vida.
  • 11. 11 Hemos vivido por mucho tiempo gobernando el timón de nuestro barco. El saldo no ha sido bueno, hemos fracasado muchas veces, y como dijo el poeta José Santos Chocano: He andado poco, me he cansado mucho. Son muchas las veces que hemos tomado decisiones importantes y luego venimos a Dios pidiéndole que arregle el desastre que hemos hecho. Afortunadamente, Él es inmensamente misericordioso y…milagroso. El Reino del los cielos del que aquí se habla no está conformado por un imperio político gobernado por emociones egoístas, no. Es una condición interior de la mente y del espíritu en la cual permito que la voluntad de Dios se convierta en mi voluntad. . “…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. ” Romanos 14:17. Es un honor inmensamente noble y elevado que se nos cuente como ciudadanos del Reino. Hay que tener presente quién es la persona que nos concedió la delicada distinción de ser el pueblo del Señor. La equivocada conducción de la forma de vivir que hemos exhibido debe hacernos pensar en que es hora de que nos sintonicemos con el programa de Dios, es decir, con su Reino. “Venga tu Reino” es una forma de orar diciendo: “Señor, Tú que eres gobernador del cielo y de la tierra. Tú, cuya autoridad es absolutamente suprema en el universo; ven a establecer tu soberanía también en mi corazón. Renuncio al riesgo de seguir equivocándome y te suplico humildemente que tomes el rumbo de mi vida. Amén. Hágase tu voluntad” es una de las frases más conocidas del “padrenuestro”. Las Escrituras son cuidadosas al exhortarnos que el respeto a la voluntad divina es determinante para ser salvos. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Mateo 7:21. Una cosa es pedir que se haga su voluntad en el mundo y otra es desear que ella se haga realidad en nuestra vida personal. Hay muchos creyentes que cuando manifiestan sus deseos confunden a Dios con el genio de la lámpara de Aladino, en el cuento de “Las mil y una noches”. Piensan ingenuamente que pueden ordenarle al Señor que satisfaga sus ansias. Es claro que la soberanía de Dios no requiere del concurso humano. Es verdad que como seres libres tenemos un rango de acción para determinar unilateralmente qué haremos y qué no. Sin embargo, sería deshonesto negar que hay circunstancias en las cuales necesitamos ayuda superior para decidir qué rumbo tomar. “…Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Romanos 8:26. Debemos de reconocer la importancia de que nuestra voluntad sea sometida a la opinión de Dios. La suya es, en el lenguaje de Pablo, “agradable y perfecta”. Rom 12:2. Por eso, en algunas ocasiones, obedecer al Señor puede significar nadar en contra de la corriente del mundo. ¿Cómo hacemos para conocer particularmente la voluntad de Dios en nuestra vida? La gente formula esta pregunta como si la respuesta fuese supremamente complicada o misteriosa. Debe quedarnos bien claro que lo más difícil que hay en el proceso de saber cuál es la opinión de Dios, consiste en que ¡antes de conocerla! estemos dispuestos a obedecerla. “…Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” 1ª de Juan 5:14. No podemos pretender que una vez que tengamos nuestros planes ya predeterminados vayamos a pedirle a Dios que los bendiga. Tenemos que aprender a preguntarle al Señor y esperar su contestación, en el entendido de que su respuesta puede no gustarnos; pero esa es su respuesta. Eso fue exactamente lo que hizo el Hijo de Dios con su Padre en el
  • 12. 12 momento crucial de su ministerio: “…Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Lucas 22:42 La voluntad de Dios representa su propósito; lo que Él quiere que hagamos para nuestro bien en todas las áreas posibles de la vida. Siempre nos encontraremos en circunstancias en las cuales no sabremos qué hacer. Ese justamente es el momento cuando debemos consultar con Dios y esperar que nos responda. Nunca dejará de hacerlo, pero siempre lo hará como Él quiera y con toda seguridad, tendremos su mejor respuesta. Cuando oras “hágase tu voluntad” no le estás pidiendo a Dios que bendiga la tuya, sino que te ayude a someterse a la suya. Le estás diciendo: Señor: Ayúdame a encontrar tu plan para mi vida; permite que yo pueda comprenderlo, someterme a él y cumplirlo; y si no pudiera entenderlo, dame la gracia y la humildad para aceptar en fe que eso es lo mejor que tienes para mí. Amén. Todo eso y mucho más estaba en el corazón de Cristo cuando nos enseñó a pedir “hágase tu voluntad” El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Esta curiosa frase representa, por extensión, a las peticiones, generalmente, de cosas materiales que siempre hacemos. “Pan”, en este contexto, es una palabra simbólica que representa todas nuestras necesidades físicas. Es importante tener presente que Dios no nos da siempre lo que pedimos sino lo que necesitamos. Ese es precisamente uno de los ingentes problemas que tenemos con la oración. Parece que para nosotros, la circunstancia de orar no tiene otra razón que la de pedir algo. Orar, ciertamente incluye pedir, pero también es buscar y llamar. “…Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” Lucas 11:9. Una vez escuché una sencilla canción que impactó mi vida:Sólo he venido para darte adoración (bis)/ Hoy no he venido para pedirte un favor/ Sólo he venido para darte adoración. Hay gente que piensa que las oraciones son como esas maquinitas automáticas que uno le echa una moneda y le dan un refresco o una bolsita de maní. Dios nos concederá sólo aquellas peticiones que satisfagan su voluntad. Pedirle algo a Dios es relativamente fácil. Una impresionante mayoría de cristianos cree que tenemos el derecho inalienable de recibir todo lo que le pedimos a Dios porque la Biblia dice “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.”Mateo 7:7. Nadie está negando que la Palabra de Dios enseñe eso; pero en ejercicio de sana interpretación bíblica, toda doctrina a ser creída debe descansar en el testimonio veraz y total de la Biblia. Un cristiano serio debe considerar todo lo que la Palabra de Dios dice acerca de cualquier tema que se considere, antes de poderlo asumirlo como una verdad final. Las Escrituras dicen muchas cosas acerca del pecado, de la fe, de la salvación, de dar, de pedir, etc.; pero la doctrina final debe tomar en cuenta TODA la información escritural. Debemos recordar que la Palabra de Dios también nos dice: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. Juan 15:7.Juan lo precisa de otra manera: “…Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. 1ª de Juan 5:14. De manera que lo que dice Mateo 7:7 es sólo una parte de la información en lo que tiene que ver con pedir. Es muy preocupante que la iglesia no haya comprendido la manera cómo Dios suele responder a nuestras demandas. El Señor no nos concede todo lo que pedimos porque con frecuencia exhibimos un desconocimiento supino de cómo funcionan los principios del su reino: “…Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” Mat. 6:33
  • 13. 13 .En Deuteronomio 3:26 nos dice que cuando Moisés, al final de sus días le pidió al Señor que le concediera “ver” la tierra prometida, la respuesta fue demoledora:”Basta, no me hables más de este asunto”. Cuando Pablole rogó varias veces a para que lo liberara de un aguijón que lo molestaba, Dios simplemente le dijo: “…Bástate mi gracia…” Hoy estamos contaminados con el espíritu de pedir cosas en función de lo que declaramos. Se ha desdibujado al Dios de la Biblia y se lo ha confundido con un mercenario que intercambia sus favores con dinero y otras bisuterías callejeras. Digamos con Jerónimo Savonarola, precursor de la Reforma del siglo XVI: “… ¡Ese no es Dios!, el Dios en quien yo creo/ tener no puede el interés del oro/ El Dios verdad, el Dios a quien yo adoro/ no cambia sus bondades por metal/ Su espíritu gigante no se oculta/ en el recinto estrecho de un sagrario/ el universo entero es su santuario/ porque es la providencia universal…” Señor, el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Amén. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Mateo 6:12. El perdón es una categoría espiritual que está en la base de la pirámide teológica; es, sin duda alguna, la doctrina capital y distintiva del pensamiento cristiano. Sin él, no hay paz, ni esperanza, ni salvación, ni cielo, ni vida eterna, ¡ni nada!. La Sagrada Escritura es especialmente hermosa cuando lo describe: “ Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz,…” Col. 2: 13-16. Siendo que el perdón tiene un profundo valor sustantivo, merece que su tratamiento comience por una rigurosa definición, que tiene que venir, obviamente de la Palabra de Dios. “El perdón viene a ser, entonces la fuerza poderosa que remueve el obstáculo espiritual y hace posible que la criatura humana se reconcilie y restablezca su amistad con Dios.” El perdón como doctrina presupone tres situaciones básicas: 1.- Que somos pecadores y hemos infringido la ley de Dios; 2.- Que hemos reconocido la falta y estamos arrepentidos, y 3.- Que Dios, en su amor y en su gracia ha remitido la nuestra culpa y ha provisto el medio (Cristo) para que recibamos ese perdón. La fraseología del perdón que se encuentra en el “padrenuestro” tiene dos aristas. La primera tiene que ver con la actitud de Dios hacia el pecador ( Y perdónanos nuestras deudas), la segunda es la actitud de un pecador hacia otro pecador, (como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. ). Dios no tiene ninguna dificultad para perdonarnos; nosotros, en cambio, sí las tenemos y eso es, precisamente lo que exige una comprensión cabal de esta doctrina. El evangelista Marcos recoge una sentencia lapidaria de Jesús: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas. Marcos 11:25-26. Esa es una declaración demasiado densa. Dios nos está diciendo con absoluta claridad que cuando se trata de perdonar NO tenemos opciones, a menos que decidamos renunciar a nuestra salvación. Es decir, si no podemos perdonar a otros, Dios tampoco nos perdonará. A las personas les cuesta perdonar a otros porque perdonar significa No Cobrar. Ahora bien, es necesario corregir una postura antibíblica que pregona que perdonar es olvidar. El olvido no es un acto que el hombre pueda manejar voluntariamente; el perdón sí lo es. Por otra parte, no es preciso olvidar la ofensa para que el perdón se verifique. Lo necesario es comportarse con el ofensor como si hubiéramos olvidado el agravio.
  • 14. 14 El olvido es un accidente, el perdón es un acto de la voluntad, es una decisión. El perdón es algo que nosotros no merecemos. Fluye del amor de Dios y no lo podemos ganar. Un cristiano que no perdona No ha entendido el Evangelio. No hay que “sentir” algo especial para perdonar; sólo hay que “pasar por alto” la ofensa sin olvidarnos que también hemos pecado muchas veces contra otros. Si tenemos dificultades para perdonar a otros, vengamos con humildad y temor en oración y roguemos por esas personas aunque no sintamos hacerlo, aunque no las amemos. Digámosle al Señor con nuestras propias palabras qué es lo que nos molesta y seamos perseverantes en el altar hasta que las cadenas sean rotas. Tal es el significado de la frase “…y perdónanos nuestras deudas…”. El milagro se realizará después que vengas a su presencia, porque allí, todo es más fácil. Para los oídos de personas occidentales del tercer milenio la palabra tentación en el “padrenuestro”, tiene una connotación negativa. Nos hace ruido que esa expresión aparezca allí porque es dificultoso imaginarnos a Dios tratando de que sus hijos caigan en una trampa. La verdad es que en los tiempos bíblicos el término “tentación” se traducía más como “poner a prueba para demostrar fortaleza espiritual”, que como “tratar de seducir para el mal”; en principio porque Dios, en atención a su carácter, jamás haría eso. “…Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido”. Santiago 1:13-14 La Biblia es categórica cuando señala a satanás como la fuente de la tentación, de hecho, “el tentador” es uno de sus nombres: “Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”. 1ª de Tes. 3:5. De manera que la tentación es un mal necesario que ocurre cuando Dios simplemente permite que el enemigo de nuestras almas nos invite a pecar. No puede ser de otra manera porque el hombre, al ser dueño de un libre albedrío tiene que decidir a cuál de los dos reinos se somete, en el entendido de que tiene que someterse a uno de los dos. La tentación, de este modo, no es un fatalismo, simplemente es la prueba de la libertad. Además, el hombre no está desarmado ante ella, Dios le ha dado herramientas naturales para vencerla “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar. 1ª de Cor. 10:13. El único poder que tiene el diablo cuando nos tienta es el que nosotros le damos, pues jamás nos podrá obligar a pecar; porque definitivamente, no tiene ese poder. Es absolutamente necesario que no olvidemos que el Señor nos enseñó la estrategia fundamental para no salir derrotados en ese conflicto: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Marcos 10:34. Con meridiana claridad La Biblia nos está diciendo que cuando usemos las armas adecuadas siempre obtendremos la victoria. Si no hay disciplina devocional de oración no puede haber victoria contra la tentación. Cuando Jesús incorpora el hecho de la tentación en su oración quiere que roguemos al Padre que nos libre, no de la tentación como sistema, porque eso no es posible, sino que nos guarde de pecar durante el proceso de la tentación. Las posibilidades de vencer son directamente proporcionales a la vida de oración.
  • 15. 15 Un cristiano serio tiene que poner en el presupuesto de su vida la ocurrencia de la tentación. Si hay una debilidad crónica en un área de nuestra vida que nos ha producido caídas recurrentes, el “padrenuestro” de Jesús nos recuerda que hay que traer esa carga a la presencia de Dios en el altar devocional para llenarnos de su poder. Cuando un cristiano ora, de hecho está declarándole la guerra al diablo, porque él tiembla cuando tú oras. Cuando en nuestra vida persisten situaciones de pecaminosidad, es porque el yo y las viejas pasiones, la vieja naturaleza, los antiguos deseos ejercen el control antes que el Espíritu de Gracia. Por eso debemos entregarle a Dios, mediante un acto consciente de nuestra voluntad todas las aristas de nuestra vida. Si no lo hacemos estamos permitiendo a nuestro enemigo que establezca una cabecera de playa desde donde nos atacará con ventaja. Si la oración no acaba con los pecados, los pecados acabarán con la oración. No lo permitas. Tú puedes, no estás solo. Señor: No nos dejes caer. Amén. Pecar” es el título de un hermoso poema del mexicano Francisco Estrello: oigámoslo: En la armonía eterna, pecar es disonancia, pecar proyecta sombras en la blancura astral/ El justo es una música y un verso, una fragancia y un cristal. /En la madeja santa de luz de los destinos, pecar es negro nudo, tosco nudo aislador./ Pecar es una piedra tirada en los caminos del amor… Es evidente que entre las expresiones del padrenuestro, líbranos del mal ha sido una de las menos estudiadas. Acaso sea porque está referido a un problema medular del corazón humano como es la comisión de pecados. El idioma original del Nuevo Testamento, así como el contexto en que se encuentra la expresión abonan la idea de que, sin violentar el mensaje bíblico, se puede traducir líbranos del maligno; con lo cual se configura a la persona de satanás como el principal instigador cada vez que el pecado tiene lugar. En todo hecho de pecado concurren inexorablemente tres elementos tan íntimamente entrelazados que es muy difícil separarlos: *Satanás, *nuestro yo y *el hecho pecaminoso en sí mismo. Dicho de otra manera: El enemigo, apelando a nuestra propia concupiscencia, influye sobre nosotros para hacernos pecar. Es necesario que seamos conscientes que el pecado sólo ocurre cuando, de una manera triangular, una persona, viola la ley de Dios. Es decir; para que eso que llamamos pecado sea realmente pecado, tiene que estar afectado Dios, por un hombre que irrespeta su Palabra. El Señor Jesús dejó en su plegaria la posibilidad de que clamemos a Dios para que nos libre del maligno. No que nos libre de la ocurrencia de la tentación, porque la tentación es la prueba de la libertad, sino que nos libre de la posibilidad de caer en ella Hay una diferencia sustancial entre las dos situaciones. Jesucristo jamás hablaba con ambigüedades. El Señor nos puede librar del maligno porque Él siempre está con nosotros. Él nos puede librar del maligno porque nos ha dotado de las capacidades en términos de sentido común para evitar que caigamos en pecados. No tenemos porqué exponernos innecesariamente a situaciones peligrosas o a elegir compañías inadecuadas o a prestar oídos a sugerencias pecaminosas. El Señor nos puede librar del maligno porque nos ha dado la capacidad de luchar. Es muy importante que la gente sepa que satanás no tiene el poder de obligarnos a pecar. El creyente siempre va a disponer de su libertad de acción, la cual no puede ser enajenada. El ejercicio de la libertad, que es potestativo de cada persona nunca va a ser violado por Dios. Pecar o no pecar siempre serán decisiones unilaterales e inalienables, y en consecuencia, responsables. En ese sentido la Palabra de Dios es monumentalmente contundente: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
  • 16. 16 pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” . Iª Cor. 10:13 En 2ª a Tim 4:18se nos advierte que hay ocasiones en que nuestro enemigo nos ataca sin que se trate de una tentación en el orden moral. Es cuando satanás trata de hacernos daño gratuitamente en atención a su naturaleza de malignidad: “…Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén”. En 2ª de Pedro 2:7 se reafirma lo mismo: “…y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados”. Ciertamente el Señor nos puede librar del maligno; siempre y cuando respetemos las reglas del Reino de Dios. No debemos jugar con el pecado, porque quien juega con la candela… se quema. Las escrituras son inalterables: “… Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” . Judas 1: 23-24 Con el capítulo anterior concluimos una sucinta y apretada síntesis de la oración enseñada por Jesús, que la tradición cristiana denominó el “padrenuestro”. Es necesario hacer un resumen pedagógico que nos permita apreciar, en una sola entrega, todo el panorama de esa hermosa enseñanza que salió del mismo corazón del Hijo de Dios. Llamar “Padre” a Dios en una oración era una innovación inconceblible por irreverente para el pensamiento judío. Es precisamente Jesús quien incorpora esta posibilidad al colocar la esencia por encima de las formas culturales cuando se ora. El nazareno va más allá y propone una palabra aramea y muy familiar, “abba” para restaurar la confianza sin lastimar la reverencia. Dios es nuestro papá. Si es bueno tratar a Dios como papá, mejor es entender que no somos hijos únicos. El Padre es “nuestro”. Eso habla de relaciones colaterales; justamente donde los humanos tenemos serios conflictos. Desde el punto de vista de la oración Dios es el Padre de todos y en consecuencia, somos hermanos. Necesario es resolver nuestros conflictos para ser aceptos ante nuestro Padre común. Dios está en los cielos. Él está “en” su creación. Toda la maravilla de la naturaleza que nos rodea y nos bendice porque hace posible nuestra vida física forma parte de ese cielo donde Él está. Sin Él no podríamos ni respirar. ¿No es hermoso? La santidad de Dios es uno de sus más preciosos atributos. Él es absolutamente santo y quiere que nosotros también lo seamos. Nunca podremos igualarlo porque estamos signados por la herencia pecaminosa de Adán. Sin embargo “…sed santos porque yo soy santo” es un mandato que habla de la necesidad de vivir separados del pecado. Que su reino, su dominio, su gobierno, venga a nosotros, debe significar que toda nuestra vida, todas las aristas de nuestra existencia se sometan a su dirección. Que no haya áreas de nuestro corazón manejadas sólo a nuestro arbitrio. Que Él sea el Señor de “toda” nuestra vida. Hágase tu voluntad es un recurso a nuestra disposición para estar seguros de ser asertivos en las momentos difíciles de nuestra vida. Con frecuencia tomamos decisiones equivocadas. Si buscamos conocer su voluntad en cualquier asunto complejo y nos disponemos a obedecerla aunque no la comprendamos; tendremos asegurado el éxito. Pedir el pan nuestro de la cotidianidad es muy fácil, porque pedir es fácil. Sin embargo pedir no es simple. Pedir es un derecho que tenemos; pero ese derecho está condicionado en la palabra de Dios, en el sentido de que Dios sólo nos va
  • 17. 17 a conceder las peticiones con son agradables a su voluntad. Solemos pedir mal. Los cristianos adultos debemos pedir con la fe de un niño, pero sin su inmadurez. El perdón es la doctrina capital del pensamiento cristiano. Sin perdón no hay cielo. Nuestra salvación se hizo posible porque Cristo proveyó nuestro perdón. En consecuencia; no tenemos razón para retener o negar el perdón a nuestros ofensores. Si no perdonamos, tampoco podremos ser perdonados. No podemos prohibir que los pájaros vuelen sobre nosotros, pero si podemos evitar que nos construyan un nido en la cabeza. La tentación es la prueba de nuestra libertad, y sólo es una invitación. Dios no la produce; sólo la permite. Todas las posibilidades de ser vencedores están a nuestra disposición. Sólo tenemos que usarlas. En el orden de nuestra relación con Dios hay tres cosas que nunca debemos olvidar: 1.Quién es Dios; 2.Quién es nuestro enemigo; y 3. Quiénes somos nosotros. Dios es esencialmente bueno y justo. No anda haciendo cacería de pecadores. El ámbito de su amor y su justicia tienen su tiempo y en eso Él es irremediablemente soberano. Nuestro enemigo es malo sin retorno. “Vino a matar a hurtar y a destruir”. Seríamos insensatos si esperamos otra cosa de él. Y nosotros, ¿acaso nos conocemos?. Usted sabe cuál es la debilidad que lo ha derrotado de manera recurrente. Pues bien amigos: En esas condiciones nuestro Dios nos puede librar del maligno. ¡Claro que puede!. En nuestra última reflexión entregamos una síntesis apretada del contenido de lo que hemos llamado tradicionalmente el padrenuestro. En este estudio hemos tenido que luchar tenazmente con la idea de que cuando estamos orando realizamos una “actividad religiosa”, por decirlo de alguna manera. Es impresionante cómo las formalidades externas han incidido negativamente para desarmar la oración y convertirla en una “cosa” que nosotros “hacemos” Ese fue, justamente, el cambio colosal que introdujo Jesús y que provocó que sus seguidores entendieran que, a pesar de que manejaban la tradición de las formalidades del judaísmo, éstas no eran otra cosa que el “envoltorio cultural” de la oración. Esa equivocación sigue presente en la iglesia de hoy. Las preguntas más frecuentes de la gente acerca de la oración tienen que ver con esas formas: Cuántas veces; cuál postura física, qué tono de voz, cuánto tiempo, en cuál lugar, etc. Todas éstas son variables de las cuales disponemos, pero no son la esencia de la oración. Tienen su importancia en el concierto de la vida religiosa de la iglesia; pero si sustituyen la esencia medular de lo que es realmente oración cometeríamos el mismo error de una persona que se alimenta con “comida chatarra” y cree que está bien alimentada porque se “siente” llena. Por favor, ¡No nos equivoquemos con las apariencias!, el estuche jamás podrá ser más importante que la prenda. Jesús, sin hacer mucho alarde, nos enseñó con su vida que, más que una actividad, orar era establecer una relación íntima y personal con Dios. “Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.” Marcos 1:35. Surge entonces así el concepto natural de vida de oración, en el cual hemos insistido tanto, para separarlo de orar, a secas, que es lo que equivocadamente hemos manejado siempre. El Hijo de Dios ha decidido elevar la oración a un nivel que pueda reparar la razón de la queja del Dios Padre al profeta Isaías: “…Dice, pues, el Señor: Porque este pueblo se acerca a mí con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí, y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado”. Isaías 29:13. Por eso, sin irrespetar las formas externas de la tradición, Cristo entiende que más que una práctica religiosa, orar es una forma de vivir que produce e incorpora cambios en la vida de quien lo hace. Es vital que nos demos cuenta con agudeza de que Jesús comienza a enseñar la oración con su vida, más que con su discurso. Por eso, ellos sintieron que necesitaban aprender a orar, no cuando lo vieron hablando, sino cuando lo vieron orando.
  • 18. 18 Tenemos que sacar de la maleta de nuestro equipaje cultural religioso la idea simplista y equivocada de que la oración existe para obtener “cosas de Dios”. Esa es una concepción superficialmente materialista. De manera que cuando hablamos de aprender a orar no estamos haciendo énfasis en las formas, que al fin y al cabo no son más que expresiones de la cultura. Estamos hablando de la “disciplina” de venir a la presencia de Dios en la experiencia del salmista: “Escucha, oh Jehová, mis palabras; Considera mi gemir. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, Porque a ti oraré. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré”. Salmo 5:1-3. Antes de seguir en propiedad con el análisis de la oración y la vida de oración, es necesario que consideremos cómo ésta incidió notablemente para transformar las vidas y los ministerios de personas que cambiaron al mundo. Teníamos necesidad de saber por qué esos hombres pudieron realizar obras gigantescas. A ellos los llamamos hoy “los grandes hombres de Dios”. Pero, ¿Por qué razón fueron grandes?. No eran más inteligentes que nosotros. No tenían más información de la que disponemos; de hecho, tenían menos. No contaban con la colosal tecnología de comunicación de nuestros días. Cuando buscamos las razones, encontramos, para bendición de nuestra alma, que el patrón común entre estos cristianos de excepción no era otra cosa que el absoluto respeto por la vida de oración. Hablamos -entre otros- de Martín Lutero, Juan Bunyan, y Juan Wesley, por mencionar sólo tres. Dejemos que sea el historiador Orlando Boyer quien nos introduzca en la vida de cada uno de estos apóstoles de la oración: LUTERO: “Generalmente se atribuye el gran éxito de Lutero a su extraordinaria inteligencia y a sus destacados dotes. El hecho es que tenía la costumbre de orar durante horas. „fui guiado a orar, a pedirle a Dios que me fortaleciese. Nunca oré sin que la Escritura estuviese en mi mente. Resolví, como Pablo, no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven‟. “Decía que si no pasaba dos horas orando por la mañana se exponía a que satanás ganase la victoria sobre él durante ese día, uno de sus biógrafos escribió: „el tiempo que él pasa orando, produce el tiempo para todo lo que él hace, el tiempo que pasa escudriñando la Palabra vivificante le llena el corazón que luego se desborda en sus sermones, en su correspondencia y en sus enseñanzas BUNYAN: “¿Cómo se explica el éxito de Juan Bunyan, el orador, el escritor, el predicador, el maestro, el padre de familia, el humilde latonero sin ninguna instrucción?. ¿Cómo puede una persona inculta predicar como él predicaba?. La única explicación de su éxito es que era un hombre que estaba en constante comunión con Dios. “Hay en la oración –decía- el momento de dejar al descubierto la propia persona, de abrir el corazón delante de Dios, de derramar el alma afectuosamente en peticiones, suspiros y gemidos como los del salmista: „¿Cuándo vendré y me presentaré delante de ti?; me acuerdo de estas cosas y derramo mi alma dentro de mí‟ (Salmo 42:2,4). A veces, las mejores oraciones consisten más en gemidos que en palabras, y esas palabras no son más que la mera representación del corazón, la vida y el espíritu de tales oraciones. WESLEY: “Así se expresó: „comencé a reconocer que el corazón es la fuente de la religión verdadera,...reservé dos horas cada día para quedarme a solas con Dios‟. Juan se esforzaba por levantarse diariamente a las cuatro de la mañana. Por medio de las notas que escribió dejaba constancia de todo lo que hacía durante el día. Conseguía así controlar su tiempo a fin de no desperdiciar ni un solo momento. “Tenía una sed insaciable de la presencia de Dios. Así lo relata él mismo: „Eran cerca de las tres de la mañana y nosotros continuábamos perseverando en nuestras oraciones, cuando nos sobrevino el poder de Dios, de tal manera que exclamamos impulsados por un gozo. Muchos de los
  • 19. 19 presentes cayeron al suelo. Luego, cuando pasó un poco el temor y la sorpresa que sentimos en presencia de la majestad de Dios exclamamos a una sola voz: ¡Te alabamos Oh, Dios, te aceptamos como nuestro Señor!. Creo que el testimonio de estos padres de la iglesia contemporánea se forjó en el ejemplo dado por Jesús, la persona que más amó la vida de oración: …Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba. Marcos 1:35 En la última entrega quisimos traer a colación el testimonio de tres de los hombres que más han contribuido a enseñarnos con su vida la categoría de la oración. Obviamente hay muchos más, y es necesario que estudiemos su vida y su obra; lo cual haremos desde esta tribuna a su debido tiempo. Para nosotros es un punto de honor dejar claro que lo que los hizo sobresalientes no fue otra cosa que su absoluto respeto y entrega por una práctica que cada día se ve más amenazada en la iglesia contemporánea: La vida de oración. La vida de oración es afectada por nuestro intelecto y por nuestras emociones.Todo el mundo sabe que “debe” orar. Es casi imposible encontrar un creyente que no tenga un concepto honroso de la oración. Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto hacerlo?. Es lógico que la oración ocupa con fuerza un lugar en el mundo espiritual. “Vino luego y los halló durmiendo; y dijo a Pedro: Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” Marcos 14: 37-38 Debemos ser lo suficientemente humildes para aceptar sin ambages que cuando se trata de orar, ciertamente tenemos un “problema” que está más allá de lo normal. Estamos hablando de una resistencia de orden espiritual, que generalmente es solapada por “actividades” de oración que responden a nuestros programas e intereses y no a los de Dios. El apóstol Santiago lo explicó muy bien:“Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4: 2-3 El Espíritu Santo nos está diciendo a través de esta palabra que sencillamente tenemos un problema conceptual con la oración. No nos hemos dado cuenta que sacamos a la luz nuestra pobre relación con Dios, cuando no advertimos que mezclamos obras de la carne como la codicia y la envidia con el pedir a través de la oración, (que se supone que una obra del espíritu), con el agravante de que hasta pedimos mal por la motivación equivocada que tenemos al hacerlo. Lo primero que tenemos que corregir es el concepto errado de que orar es sinónimo de pedir. Pedir ocupa un lugar en la oración, pero no lo es todo: Jesús lo explicó de una manera muy pedagógica: “Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” Lucas 11:9-10. Cristo habla además de buscar y de llamar como elementos componentes de la oración y tiene el cuidado de ubicar el pedir dentro de condiciones muy concretas que solemos olvidar: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Juan 15:7 El Señor nos está esperando en el altar devocional. Allí lo más importante no es pedirle cosas a Él sin antes considerar sus condiciones. Necesario es, entonces hacernos dos preguntas de control: ¿Permanezco yo en Él?; ¿Permanecen sus palabras en mí?. Sólo si podemos responder con honesta afirmación a esas dos interrogantes tendremos luz verde para pedir en el proceso de nuestra oración.
  • 20. 20 No aceptar las condiciones de Jesús es lo que explica la frustración de mucha gente que no entiende por qué -a su juicio- Dios no les responde como ellos quieren. Él no nos concede siempre lo que le pedimos sino lo que necesitamos. Amigos: No nos confundamos; aunque el Señor siempre nos bendice, es vital que entendamos con absoluta claridad que Dios no existe para complacernos. Nosotros existimos para complacerlo a Él. En nuestro enfoque del tema de la oración estamos obligados a llegar al fondo del problema. No es tarea de fácil solución porque, en principio, nos enfrentamos con una pared de ideas preconcebidas y reforzadas por nuestra tradición evangélica. Estamos hablando del concepto utilitario que desafortunadamente ha marcado todo lo que entendemos por “oración” Para millones de cristianos Dios sólo es “…quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila. Jehová es el que hace justicia y derecho a todos los que padecen violencia”. Salmo 103: 3-6. Obviamente no estamos negando a ese Dios; pero no es una actitud correcta que veamos esa sola cara de la moneda. Durante su ministerio terrenal el Señor Jesús tuvo que ser punzante en su juicio, porque el alto liderazgo espiritual de la nación judía había perdido el rumbo espiritual. Oigámoslo: ” …¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque devoráis las casas de las viudas, y como pretexto hacéis largas oraciones; por esto recibiréis mayor condenación. Mateo 23:14 Es evidente que para Cristo esas “oraciones” no eran genuinas, porque se comportaban como mamparas para encubrir las verdaderas intenciones, que no eran nada sanas. La oración tiene un orden en la mente de Dios, y es necesario que entendamos que está diseñada fundamentalmente como una relación. Esa relación cambiará nuestra manera de vivir, porque transformará todas las aristas de nuestro ser. Eso ocurrirá porque ¡nadie puede acercarse a Dios sin ser cambiado!. Dios está esperando que vengamos a Él como lo hizo el salmista: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno. Salmo 139: 23-24 Tenemos que aprender a dejar de darle órdenes a Dios como si Él fuera nuestro subalterno. Permítame hacerle una pregunta: ¿Cómo es su vida de Oración?. Observe que no estoy interesado en saber cuál es el contenido de su plegaria. Estoy preguntándole por su motivación, porque eso, finalmente, es lo que al Señor le interesa más. Ud. debe aprender a venir a la presencia de Dios en oración con la disciplina de pasar tiempo con Él. No se preocupe por “medir” ese tiempo. No se angustie si ese tiempo no es “largo”; no se trata de una competencia. Venga a Él sin importarle si lo siente o no; si tienes deseos o no; si tiene fe o no; si tiene necesidad o no. ¡Por Dios, simplemente, venga! ¿Podría acaso Ud. escuchar silenciosamente esta voz?: “…Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, 2 Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. 3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. 4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. 5 Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca, 6 Cuando me acuerde de ti en mi lecho, Cuando medite en ti en las vigilias de la noche. 7 Porque has sido mi socorro, Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. 8 Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido”.Salmo 63:1-8. ¿Puedes sentir su presencia.
  • 21. 21 Lo más importante de la oración es “orar”. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Al Señor le importa más su persona (usted), que lo que Ud. sabe o ignora. Toda una gama de conocimientos técnicos y teológicos acerca de la oración serían inútiles si no realizamos el acto de venir y estar en la presencia del Altísimo en oración. Es absolutamente necesario que tomemos en cuenta que el primer cambio que se produce con motivo de nuestra oración, es EN nosotros mismos, Más que en nuestro entorno. En otras palabras, la oración me cambia por lo que ella en esencia es. El libro de Los Hechos nos relata la historia de un oficial romano que produjo inesperadamente una revolución en la iglesia naciente: “…Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la compañía llamada la Italiana, piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre”. Hechos 10:1-2.Cornelio era un militar, invasor y pagano. Como tal era enemigo del pueblo judío. Esa es la impresión natural que tenemos que tener de él. El problema es que la gente no es siempre lo que parece ser; y nosotros no tenemos la capacidad para mirar como mira Dios. ¿Cómo un hombre educado para la guerra feroz y para acabar con naciones y pueblos puede ser al mismo tiempo “piadoso y temeroso de Dios?. Toda esa contradictoria información acerca de su vida se explica con una frase lapidaria de las Sagradas Escrituras: “…oraba a Dios siempre”. Cornelio no era “cristiano”, no se congregaba, no había sido discipulado, no formaba parte integral de lo que conocemos como “iglesia local”. ¡Sin embargo!, hacía algo que mucha gente de la iglesia no hace: “…oraba a Dios siempre”. Por alguna razón que desconocemos este hombre se conectó con Dios a través de la práctica de venir a su presencia en oración y fue en esa circunstancia cuando el Señor lo escogió para provocar el más colosal cambio que la iglesia iba a experimentar en el siglo 1; es decir, que la salvación era, no sólo para Israel sino para toda la humanidad. “…Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.Hechos 10: 34-35 El meollo de la oración está en dejar lo otro, lo que nos quita tiempo, lo que parece más importante, lo que nos distrae, lo que nos preocupa. Con frecuencia, el tiempo para orar hay que “asaltarlo”, porque la vida humana conspira naturalmente contra la oración. Después que vengamos a la presencia de Dios podemos usar el manual de instrucciones del padrenuestro y toda la ayuda pedagógica que la iglesia ha producido en dos milenios; usarlo antes de venir, no tiene mucho sentido. ¿Sabes por qué es difícil tener vida de oración? Porque hay un ejército enemigo de la iglesia que está activo sin cesar usando todo su arsenal para que no vengas al altar o para que te salgas de él. La iglesia jamás podrá ser vencedora sin oración. “…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Efesios 6:18. Ningún creyente por más preparación que tenga tampoco podrá ser victorioso si no dedica tiempo para orar. Nuestro trabajo de campo nos ha enseñado que -al menos teóricamente- la oración como estructura religiosa goza de gran estimación por parte de la gente de la iglesia. Todos “hablamos bien” de ella, y es obvio que ocupa un lugar privilegiado en nuestra cultura. Es decir, estamos hablando de algo supremamente “espiritual”, que es bueno, que nos gusta, que sirve para muchas cosas; pero que nos cuesta mucho realizar. ¿Recuerdan la experiencia de Señor con sus
  • 22. 22 discípulos en la hora final? “Vino luego a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?.”Mateo 26:40. En toda oración siempre habrá: I. Un hombre que se acerca a Dios; II. El Dios infinito que se acerca al hombre; y III. Satanás, un enemigo de Dios y del hombre que hace lo imposible por bloquear esa relación. De manera que, cuando oramos estamos involucrados, aunque no sea nuestro deseo, en un acto de guerra espiritual. Necesitamos entender a cabalidad que la oración no es simplemente una parte de nuestra liturgia, sino el reservorio de un enorme poder que tenemos que aprender a liberar. En nuestra cultura predomina con mucha fuerza la idea de que la oración es una “actividad” más. Ese sentimiento hace que menoscabemos la importancia de la oración practicándola apresuradamente, como para “salir del paso” o “cumplir con Dios”, como si el Altísimo necesitara de nuestra de nuestro concurso. Nuestra preocupación está centrada en que cuando oremos alguien en la tierra pueda medirlo y aceptarlo. En otras palabras, nos preocupa más el juicio de la gente que la opinión de Dios. La parábola alusiva de Jesús debe retumbar en nuestros oídos y cambiar definitivamente esa perversa manera de pensar: “Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano. Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”. Lucas 18: 10-14 Si nos tocara medir con la óptica humana la actitud de estos dos hombres tenemos que concluir que estaban haciendo lo correcto en el lugar correcto: Estaban “orando en el templo”. Uno era un erudito de la religión y el otro era un ignorante espiritual. Los dos se acercaron a Dios; pero las intenciones del corazón, que sólo las puede percibir el Señor, hicieron la diferencia cuando el juicio divino acerca de los dos tuvo que ser revelado, porque la verdad finalmente triunfa: Sólo el publicano fue justificado. Corolario: Ni orando podemos engañar a Dios. Abandone todas las posturas cosméticas y artificiales que solemos usar para impresionar a nuestro Padre y a los hombres. Jamás olvidemos que “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Salmo 51:17. Nuestro enemigo jamás toma vacaciones; y nuestro Señor tampoco lo hace. De hecho su promesa es tan real hoy que cuando se despidió de sus discípulos:“…he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Amén. Mateo 28:20. La ocasión de un año siempre se presta para evaluar. Es un alto en la carrera que nos permite mirar con calma hacia el interior de nuestro corazón. Con meridiana honestidad debemos medirnos espiritualmente: Cuánto logré, cuánto pude haber logrado y cuánto falta. El poeta peruano José Santos Chocano lo expresó con tristeza: Hace ya diez años que recorro el mundo/ ¡He vivido poco!/ ¡Me he cansado mucho!. Acaso la poesía del bardo español Antonio Machado
  • 23. 23 pueda dibujarnos con un poco más gracia la imagen: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar”. El gran apóstol de los gentiles lo expresó con la elocuencia y la sabiduría que da el lenguaje del espíritu: “…He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” . 2ª Tim. 4:7 Son, pues, las diferentes aristas desde las cuales podemos ver hacia el atrás de nuestras vidas. Nos ponemos sentimentales cuando el año termina, porque al fin y al cabo medimos que estamos más cerca del fin y no hay manera de regresar. Es, entonces el momento propicio para las promesas. Justamente de eso se trata nuestra cita hoy, de hacer un pacto, porque los pactos nos ayudan pedagógicamente a lograr metas espirituales. No escogimos hablar de la oración porque sea un tema fácil o popular. Creemos, con fe de carbonero, que es un tema necesario y lo vamos a repetir hasta la saciedad. Nos sentimos como Pablo cuando, bajo el rigor de la guardia pretoriana que lo custodiaba en la cárcel le escribió a la iglesia más antigua de Europa, los filipenses” “…A mí no me es molesto el escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro”. Fil. 3:1. O sea,Tengo una gran carga en el corazón que me impele a decirles esto, y eso a Uds. definitivamente les conviene. Nos conviene decidir la disciplina del pacto. Hablamos de prometernos e involucrar a Dios en una decisión que nos permita separar cada día un momento sagrado, a la hora que Ud. pueda, los minutos que Ud. pueda y en el lugar que Ud. pueda para pasar tiempo con Dios. Saque de este esquema las “oraciones” marcadas por nuestra etiqueta social-religiosa. No estamos hablando de orar para comer, para dormir, para viajar. Eso es otra cosa. Estamos hablando de derramar el alma en la presencia del Eterno, sin modelaje; ¡sin ocultar la verdad con palabras¡ Haga un pacto por un tiempo razonable. No compita en “cantidad” con nadie. No se trata de un concurso sino de salir de una crisis. Imite a Jesús y apártese para estar en su presencia, sin preocuparse si la oración es larga o corta. No permita que ninguna actividad, ¡Ni siquiera las obligaciones eclesiásticas! lo aparten del altar de su presencia. ¡Nada de lo que Ud. hace es más importante que orar!.“si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”. 2ª Cron. 7:14 Que el espíritu que envolvió al mundo con el milagro de la natividad de Jesús el Salvador, nos sumerja en su presencia, y que este año sí sea un punto de partida para transformarnos en las manos de nuestro Sumo Sacerdote.“Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuándo será el tiempo”. Marcos 13:33. La mayor parte de las oraciones que hacen las personas están presididas por un sentido utilitario. Al hacer oraciones, generalmente buscamos un beneficio material o de alguna otra naturaleza. Parece que creemos que Dios está en el cielo sólo para complacernos. Lo que pasa con esto es que la oración tiene una fama en la tradición de la humanidad. La gente sabe que la oración es “buena”; y muchos de nuestros amigos no creyentes nos piden oración pos sus necesidades. Dios es tan bueno que las suple. Él no lo hace porque la gente es buena sino porque Él es bueno. Sin embargo, algunos creyentes se sienten frustrados cuando no reciben lo que desean. “Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”. Santiago 4:3. Es entonces cuando percibimos que la oración es algo más que disparar peticiones al Reino de los Cielos Un creyente serio y maduro debe entender el verdadero sentido de la oración. Jesús fue muy preciso cuando lo enseñó:Y yo os digo: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Lucas 11:9. Hemos desestimado el
  • 24. 24 Buscary el llamar y hemos potenciado el pedir porque es más fácil recibir que darse. Si nuestra oración se circunscribe sólo a una “actividad” en la cual venimos a pedirle “algo” a Dios, tenemos que concluir dolorosamente, que no hemos entendido lo que es orar. La primera lección que Jesús les dio a sus discípulos cuando le pidieron que los enseñara a orar fue precisamente incorporar el sentido de la devoción privada, para la cual hay que apartar un tiempo que debe ser sagrado. No es una petición pasajera, materialista y superficial. Es contemplación íntima y profunda. Más que recibir “un favor” es percibir su “presencia”: “…Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6 “Esa” oración requiere del sentido de la disciplina. Todas las fuerzas del mal se activarán para que tú no ores así. Ninguna actividad de tu vida va a ser bombardeada espiritualmente por las tinieblas de este mundo como lo es el momento del altar. Eso ocurre porque la oración es, en esencia un acto de guerra espiritual. Cuando separas, como pidió Jesús, tiempo para estar en oración, te conviertes en una amenaza para Satanás. Su reino retrocede y empiezas a convertirte en vencedor. Si mantienes ese ritmo, la vida del espíritu gobernará tu corazón y todo lo que significa el pecado y la vida de la carne cederán su lugar al gobierno de Dios en ti. El historiador Orlando Boyer recoge una hermosa experiencia de oración narrada por el joven misionero David Brainer cuando tenía sólo 20 años· “Dediqué un día para ayunar y orar y me pasé el día clamando a Dios casi incesantemente, pidiéndole misericordia y que me abriese los ojos para ver la realidad de mi pecado’. Tenía una lucha existencial por la santidad. ....cierto día estaba completamente solo en el campo y sentí de una manera sobrenatural un gran gozo y dulzura en Dios. Experimenté un profundo y ardiente amor por mis semejantes y anhelaba que ellos pudiesen gozar de lo que yo gozaba. Anhelaba tanto la presencia de Dios, así como liberarme del pecado. Para mí una hora con Dios excede, infinitamente a todos los placeres del mundo” Es la hora del altar de Dios. Él siempre nos está esperando, para bendecirnos, para cambiarnos. El contacto con la gente en los escarceos ministeriales nos ha enseñado algunas verdades interesantes con respecto a la oración. Veamos: Casi toda las personas saben que orar es bueno, pero NO oran. Esa antinomia se explica entendiendo que creer las cosas NO es hacer las cosas. Tener un buen concepto del Evangelio no hace a una persona cristiana; hace falta compromiso. Tener un buen conocimiento de la Biblia no hace necesariamente “santo” a nadie. Hace falta algo más. Hace falta vida. Los líderes espirituales de Israel en los días de Cristo fueron reprendidos por el Maestro por el “uso” que le daban a la oración “Guardaos de los escribas, que gustan de andar con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones; éstos recibirán mayor condenación”. Lucas 20: 46-47 Esta desviación acerca de la oración es tan antigua como contemporánea. Orar es esencialmente bueno; pero es innegable que las Sagradas Escrituras nos enseñan que las intenciones del corazón, si no son sanas, pueden teñir aun lo bueno que hagamos. “ Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa.” Mateo 6:5 La oración tiene que dejar de ser una actividad religiosa que llena la liturgia tradicional de la congregación. No podemos seguir conformándonos con hacer oracioncitas de emergencia como cuando llamamos a los bomberos para que nos