ACERTIJO DE LA BANDERA OLÍMPICA CON ECUACIONES DE LA CIRCUNFERENCIA. Por JAVI...
Victoriano huerta
1. UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
COLEGIO DE CIENCIAS Y HUMANIDADES
AZCAPOTZALCO
Historia de México 1
Proceso:Victoriano Huerta, el traidor
sobreviviente.
Profesora:
Susana Huerta González.
Alumno:
Denisse Arista Escobar.
Grupo:
315
Ciclo Escolar: 2010-2011
2. Victoriano Huerta, el traidor
sobreviviente.
Miguel Ángel Granados Chapa
.- Si Victoriano Huerta y su red de secuaces pensaron que la historia los
absolvería, se equivocaron. Sus nombres han sido y seguirán ligados a la
más baja actitud en el espectro cristiano de la existencia: la traición.”
Tal dijo Enrique Krauze –Premio Nacional de Ciencias y Artes 2010 en el
campo de la historia hace 17 años, con motivo del octogésimo aniversario
del asesinato de Madero, a manos de los esbirros de la fiera de Colotlán.
Asombrado, he visto cómo el equivocado fue Krauze. Huerta es
admirado, “mucho” o “algo”, por 41% de los entrevistados en una
encuesta levantada en vísperas de celebrar el centenario del comienzo de
la Revolución.
El Grupo Reforma –que publica el diario de ese nombre en la Ciudad de
México, así como El Norte, en Monterrey, y Mural en Guadalajara realizó
ese sondeo por el 5 y 6 de noviembre. “Los resultados son representativos
de los adultos que tienen una línea telefónica en su domicilio”, se explica
en la nota metodológica. No sorprende que los protagonistas de la
Revolución más admirados sean Zapata y Villa, por encima de Madero.
Me dejó estupefacto, en cambio, que un porcentaje tan alto –cuatro de
cada 10– admiren al traidor de febrero de 1913, si bien esa cifra es menor
que la de los encuestados que lo execran, que llega al 46%.
Quizá aferrado en exceso a mi subjetividad, me parece que es necesario
explicarnos lo que juzgo una anomalía, que lo es no condenar de modo
unánime a ese chacal. Ese error moral puede deberse a ignorancia, es
decir, a no saber quién fue Huerta, qué hizo y a quién. También podría
ocurrir que ese resultado sea producto de la confusión, y que la gente que
dijo admirar a Victoriano Huerta haya creído opinar en favor de Adolfo de
la Huerta, el sonorense que rompió con Obregón, su amigo y jefe, 10 años
después de la felonía del jalisciense.
Sería más sorprendente, sin embargo, que la admiración por Huerta
proviniera de la información de que dispone el grueso de la sociedad, una
información que trate con lenidad al asesino de Madero. En refuerzo de
3. esa hipótesis recuerdo la normalidad con que el secretario de
Gobernación Carlos Abascal ordenó incluir al traidor en la galería de sus
antecesores, como si hubiera ocupado ese cargo en circunstancias
normales, que no fueran producto de un forzamiento militar. En esa
misma línea de la interpretación panista de la historia, encuentro natural
el modo benevolente en que la página oficial del centenario de la
Revolución, el sitio del gobierno de la República presenta la ficha
biográfica de Huerta.
Afirma que participó “en la pacificación de Yucatán en 1901”. Ese es el
modo porfirista de referirse a la gran matanza de indios mayas ordenada
desde el centro y ejecutada con gran brutalidad por Huerta, que con la
experiencia de ese lance también incurrió en genocidio contra el pueblo
yaqui. Es peor, sin embargo, el perdón que la historia oficial del presente
extiende a Huerta. Lo llama “presidente interino”, en vez de llamarlo
sencillamente “espurio”, pues si bien el Congreso le extendió el
nombramiento, lo hizo forzado por el peso del Ejército al que Huerta
había vuelto contra su jefe legítimo.
Taimado, Huerta había transitado de su condición de alto comandante
del Ejército federal a ganar la confianza de Madero. Cuando el 9 de
febrero de 1913 se inició lo que pretendía ser la contrarrevolución, la
restauración del antiguo régimen con Bernardo Reyes a la cabeza, en el
ataque de un batallón de la escuela de aspirantes al Palacio Nacional el
defensor del baluarte, el fiel general Lauro Villar, fue herido, por lo que se
hizo necesario reemplazarlo. Para ello, según refiere Vasconcelos en su
Ulises criollo, Madero aprovechó “el ofrecimiento que en ese instante hizo
de su espada el general Victoriano Huerta. De momento se había
convertido así en el jefe militar del país”.
Impedidos de tomar la sede del gobierno, a la que llegó Madero para
simbolizar que estaba en pleno ejercicio del poder, los rebeldes
encabezados por el sobrino de su tío, Félix Díaz, y por el también traidor
general Manuel Mondragón, se hicieron fuertes en la Ciudadela. Desde allí
atacaron el Palacio Nacional. Huerta no combatió con toda su fuerza a los
alzados: “Aun para los que no estaban acostumbrados a observar el
desarrollo de una acción militar –reflexionó el después general Francisco
L. Urquizo–, la batalla por la recuperación de la Ciudadela ya estaba
resultando un tanto rara, extraña, fuera de lo que era natural que de ella
se esperara, sobre todo si se tomaban en cuenta las declaraciones que
reiteradamente había hecho el comandante militar de la plaza y jefe de
4. las operaciones en la ciudad, general Victoriano Huerta, quien había
asegurado una y otra vez, ante quien quiso oírlo, que tomar posesión de la
Ciudadela y acabar con sus defensores era una operación sumamente
sencilla y que no entrañaba ningún peligro de fracaso”.
Semejante extrañeza manifestó Vasconcelos mientras los sucesos
ocurrían: “¿Por qué, pregunté dirigiéndome al ministro de Guerra tras uno
de esos disparos, por qué los sublevados tienen tan buena puntería y en
cambio los nuestros nunca le pegan a la Ciudadela? ¿Por qué no asaltan y
acaban en dos horas con ese manojo de ratas?, insistí. Es una vergüenza
que 400 hombres tengan en jaque a toda la nación que está en paz y
apoya al gobierno”.
Era que la traición estaba en curso. El historiador Stanley R. Ross fija su
consumación a pocas horas después de iniciada la Decena Trágica, como
se llamó al tenso e intenso periodo del 9 al 22 de febrero: “El martes 11, a
las 10.30 de la mañana, escasamente 15 minutos después de que empezó
la ofensiva federal, el general Huerta y Félix Díaz conferenciaban (…) El
primer fruto del pacto se produjo en las horas avanzadas de la tarde,
cuando a un destacamento de las fuerzas rurales se le ordenó avanzar al
descubierto sobre la calle de Balderas. Las ametralladoras de los rebeldes
de la Ciudadela (…) hicieron pedazos la cerrada formación de los rurales”.
Alfonso Taracena retrata, como si hubiera estado presente, la dimensión
del fingimiento del traidor ya en obra: “Un armisticio concertado al
amanecer es roto a las 2.00 de la tarde, debido a que no se llega a un
acuerdo para la introducción de víveres en la Ciudadela, si bien Huerta
dice a Madero que debían enviar a los sublevados hasta mujeres y licores
para que cuando la fortaleza caiga no quede uno de ellos en toda la
ciudad. Y levanta al presidente diciéndole: ‘Está usted en brazos del
general Victoriano Huerta’”.
El 18 de febrero se precipitan los acontecimientos. Huerta se descara y
arresta personalmente a Gustavo A. Madero, hermano del presidente,
conocido por su influencia sobre don Francisco, y a éste mismo, en el
Palacio Nacional. Para garantizar la paz según su modo de entenderla, el
embajador estadunidense Henry Lane Wilson reúne en su oficina al
rebelde Díaz y al infidente Huerta. El acuerdo entre ambos estaba siendo
puntualmente cumplido, pero el diplomático metiche quiso ser parte y
beneficiario del convenio. Allí se firmó el Pacto de la Embajada, según el
cual Huerta asumiría la Presidencia y convocaría a elecciones que ganaría
5. el sobrino del dictador huido a Francia; los intereses estadounidenses
quedarían bien preservados en uno y otro caso.
El 19 de febrero Madero y el vicepresidente Pino Suárez, prisioneros en
Palacio, son obligados a renunciar. Una Cámara entre timorata y
temerosa acepta las dimisiones. El secretario de Gobernación, Pedro
Lascuráin, suple a los renunciantes durante 45 minutos, suficientes para
nombrar secretario de Gobernación a Huerta, que ha urdido toda la
trama. Lascuráin se retira y Huerta es presidente. Que los reaccionarios
en 1913 y en 2010 lo llamen “interino” no lo libra de su verdadero carácter
de espurio.
Su felonía irá aún más lejos. Huerta mismo y el embajador de Washington
engañan al cuerpo diplomático y a la familia de Madero, a quienes
aseguran que el expresidente podrá salir al exilio. En vez de eso, Huerta
ordena el traslado de sus eminentes prisioneros a Lecumberri. Y en el
camino, los matones Cárdenas y Pimienta, a las órdenes de Aureliano
Blanquet, un feroz traidor casi a la altura de Huerta y acatando
instrucciones del espurio, asesinan al presidente y al vicepresidente.
Como ocurre en 2010, se simula un tiroteo, y se informa que Madero y
Pino Suárez fueron víctimas del fuego cruzado entre sus custodios y una
banda que pretendió rescatarlos. Un daño lateral, pues.
Huerta se rodea de gente “decente” que no vacila en servir a un asesino, a
quien en vez de vituperar se ensalza por haber salvado a México del
peligro que era Madero para el país. En los siguientes meses, el espurio se
portó como quien era: “En la persecución a los opositores a su gobierno
destacó el asesinato del senador Belisario Domínguez y de los diputados
Serapio Rendón y Adolfo Gorrión, así como el encarcelamiento de los
integrantes de la legislatura, con el fin de elegir otra que aprobara todas
sus medidas”, escribe el doctor Álvaro Matute en la muy sintética visión
de esta época aparecida en la Historia de México, un volumen coordinado
por la doctora Gisela von Wobeser, directora de la Academia Mexicana de
la Historia con que el gobierno de Calderón festejó los centenarios.
“Huerta –continúa– se enfrentó al problema de que a pocos días de tomar
el poder hubo cambio en el gobierno de Estados Unidos. El nuevo
presidente Wodrow Wilson no aprobó la manera mediante la cual Huerta
había llegado al poder y no le otorgó reconocimiento diplomático. Más
adelante, ya en 1914, un incidente naval en Tampico, donde fue atacado
un barco de Estados Unidos, propició el desembarco de tropas de ese país
6. en Veracruz. Así, el gobierno de Huerta tenía que atacar varios frentes: la
intervención, el Ejército Constitucionalista que avanzaba del norte al
centro del país, y los zapatistas en el sur.”
Tras sucesivas derrotas militares, Huerta tuvo que renunciar el 15 de julio
de 1914 y huyó del país. Pretendió volver año y medio después, y se radicó
en El Paso, en una finca de su propiedad. Pero por burlar la ley migratoria
(y hacer un guiño de buena voluntad al triunfante carrancismo) fue
llevado preso a Fort Bliss. Allí murió víctima de cirrosis hepática. El salvaje
bebedor que fue sucumbió al alcohol el 13 de enero de 1916.
En noviembre de 2010, vísperas del centenario de la Revolución que
combatió, su recuerdo sobrevive, no sólo para su mal, pues
sorprendentemente hay mexicanos que lo admiran.
Aprendizaje del Reportaje Elaborado:
Pienso que aunque nos hemos hecho la idea de que Victoriano Huerta fue
el malo, y traiciono a su patria, en la historia no hay buenos ni malo, tal
vez deberíamos empezar por definir ¿que es algo bueno? y ¿que es algo
malo?, y después preguntarnos, ¿bueno para quien? y ¿malo para quien?.
En la historia nacional, siempre se busca destacar a un héroe y a un villano
y así le toco serlo a Victoriano Huerta, aunque yo no lo pienso así, si no
que fue muy congruente y hizo todo por conseguir y llegar a su meta, que
lucho hasta el último momento.
Bibliografía:
http://www.proceso.com.mx/