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El malestar social
ISABEL CERDEIRA GUTIÉRREZ
SUSANA DIAZ RIccHINI
TI siglo xx, y en forma particular el período
que va desde la segunda guerra mundial, pue-
de ser adecuadamente descrito como la era
del Estado del Bienestar’.
INTRODUCCION
El título con que encabezamos nuestro artículo puede sorprender a
nuestros lectores, avezados en materias de Acción Social o ajenos a ellas.
pues lo que evidencia el discurso común actual es el énfasis puesto en
conceptos tales como las sociedades del bienestar, el estado de bienestar
social o las políticas sociales dirigidas a la consecución del bienestar so-
cial de todos los ciudadanos. Nuestro propósito no es negar una realidad
que está en nuestra cultura ni tampoco señalar sus insuficiencias que en
último término podrían soslayarse con una mayor “solidaridad” desde
ese discurso común, salvo volver a etapas prehistóricas del bienestar so-
cial como las planteadas por el neoliberalismo.
En primer lugar, el malestar social está en la civilización; es un com-
ponente estructural de la misma, hipótesis que golpea toda propuesta de
bienestar no para anularla, sino para dialogar con ella, abriendo un espa-
cio dc confrontación a sus imposibilidades. En segundo lugar, malestar
social derivado de los propios límites en que el discurso común sobre el
bienestar se teoriza y, finalmente, malestar social de los trabajadores so-
ciales, implicado en la peculiaridad de sus funciones como agentes vica-
rios del bienestar social. Queremos abrir, en principio, una reflexión so-
bre estos puntos que no puede quedar reducida a este breve trabajo, cuyo
contenido responde a las dos primeras hipótesis, que se requieren mutua-
mente, siendo la primera un intento de ejemplificación de la segunda,
dejando la tercera de ellas para un próximo trabajo por su entidad autó-
noma y su importancia.
Goucm. 1., Economía política del Estado del bienestar. H. Binme Ediciones, Madrid-1952.
pág. 47.
use u dc Trabajo Social, núm. 1. 1958. Ed. Universidad Complutense. Madrid.
130 Isabel Cerdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricehiní
EL DISCURSO COMUN DEL BIENESTAR SOCIAL
Llamamos discurso común al discurso vulgarizado más o menos cien-
tífico, compartido por una colectividad y que soporta tanto la teoría
como la práctica y, en definitiva, la producción en un espacio-tiempo
concreto. En relación a nuestro tema, este discurso se despliega en las
distintas teorías sobre el bienestar social. Estas teorías, en la actualidad,
están suficientemente definidas, reuniendo los dos requisitos de toda de-
finición: la identidad y la diferencia. Cada una entiende de manera pro-
pia el bienestar social y se sitúa críticamente frente a las otras. Se constata
una característica común a todas ellas que las sitúa en una misma pers-
pectiva: el discurso político y, nos atreveríamos a decir, no tanto como
teoría política, sino como práctica política, cuya titularidad está detenta-
da por partidos políticos de notorio conocimiento histórico.
Es de dominio público que el moderno Estado del bienestar va unido
al siglo socialdemócrata, con su correspondiente compromiso entre capi-
talismo y democracia de tipo keínesíano y, todo el discurso gira en avalar-
lo (escuela fabiana y teorías reformistas actuales y de los derechos sociales,
Titmuss, Marshall...), mostrar sus contradicciones (autores neomarxistas,
O’Connor, Gough, Offe..4. redefinirlo en términos funcionales (teoría
del industrialismo y de la convergencia de sistemas de Galbraith y teorías
funcionalistas en general, Wilensky, Alber, Flora, Heidenheimer, Durk-
heim, Parsons, Smelser. Merton...) o minimizarlo hasta su posible des-
aparición (teorías del liberalismo de mercado, Fridman, Hayek, Gil-
der..,).
Dahrendorf afirma que el Estado del bienestar, en los comienzos de su
carrera, se encuentra sostenido por la “defensa convencida de los intereses
de los desposeídos frente a la resistencia de los privilegiados”, hay una
“razón de justicia” cuya expresión política se manifiesta en “cuatro acti-
tudes que constituyen no solamente el fundamento del consenso socialde-
mócrata, sino de toda la modernidad”: a nivel de la política económica,
fe en cl crecimiento por medio del incremento de la productividad que
revertirá en la mejora de la situación vital y laboral de los trabajadores.
Esta postura se hace eco del tradicional utilitarismo inglés que Bentham
resume en el mayor número de bienes para el mayor número de personas;
en cuanto a la política social se enarbola el principio de igualdad de
oportunidades, entendido como igualdad de derechos no de resultados;
respecto a la política en general se opta por las instituciones democráti-
cas, en cuanto instrumentos básicos de transformación social; por último,
en el ámbito de los valores y la cultura, los socialdemócratas apuestan por
la racionalidad en sentido weberiano con sus implicaciones científicas,
técnicas y burocráticas. Como se puede observar, Dahrendorf sitúa todo
2 Cfr.. DAIIRENDORF, R., Oportunidades vitales, Espasa-calpe, Madrid-1983, pág. 146.
El malestar social 131
el discurso sobre el Estado del bienestar social en el espacio de la práctica
política, fruto de un consenso generalizado, pero cuyo protagonismo co-
rresponde a los partidos socialdemócratas.
A una conclusión semejante llega Serrano Triana, al tratar de definir
el servicio público como la manifestación específica del intervencionismo
en el Estado moderno: “La sustancialidad última de la noción de servicio
público radica en la idea ética y jurídica del —deber—. Es un deber de
gobierno Social y Democrático de Derecho dar prestaciones a la colectivi-
dad. estén o no previstas constitucionalmente’”. Hay que destacar dos
aspectos: por un lado, dentro del concepto servicio público, los servicios
sociales definitorios del Estado bienestar son los más específicos de la
modernidad; por otro, coincidiendo con Dahrendorf, señala que se trata
de una idea ética de un deber ser, que más adelante quiere fundamentar
en “el desenlace lógico de la interdependencia social”, interpretación so-
ciológica, pero que no es suficiente ya que el Estado bienestar añade un
factor de “nivelación”, que consistiría en “garantizar una solidaridad
para la justicia social”, y añade “el servicio es una de las modernas insti-
tuciones del derecho actual, que son además productos típicos, aunque
no exclusivos, del pensamiento ahora imperante políticamente, el pensa-
miento socialista’”. También para este autor la teoría sobre el Estado del
bienestar sc sitúa en el espacio político, aunque haga relación a la sociolo-
gía y el derecho, y dentro de éste espacio la representación, aunque no
exclusiva, corresponde al pensamiento socialista que, al respecto, orienta-
rá fundamentalmente una práctica que haga realidad una “solidaridad so-
cial”.
CUESTIONAMIENTO DEL ESPACIO DEL BIENESTAR SOCIAL
Este espacio teórico, el espacio político, reforzado según los casos por
la economía, la sociología o el derecho, en el que se juegan las teorías
sobre el bienestar social, que a su vez ha sido un epifenómeno de las
políticas socialdemócratas, nos parece que podría enriquecerse de dialo-
gar con otras disciplinas, dado que aborda un concepto como el de bie-
nestar que, sin duda, con mayor o menor éxito, ha ocupado a todas las
sociedades de todos los tiempos: De hecho, Gough considera, quedándo-
se al nivel de la necesidad, que el Estado de bienestar es la respuesta
institucional, dentro de los países capitalistas avanzados, a los requeri-
mientos de cualquier sociedad humana: la reproducción de la fuerza de
trabajo y el mantenimiento de la población no activas.
SERRANO TRIANA, A., La utilidad de la noción de servicio público y la criivis del Estado
Bienestar, Instituto de Estudios Laborales y de la Seguridad Social, Madrid- 1983, pág. 71.
Ibidern. pág. 85.
(Ir.. GOIIGH, 1., op. c’it., pág. III.
1 32 Isabel Cerdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricchini
Independientemente de las críticas que desde otros marcos políticos.
liberales o marxistas principalmente, se hayan hecho al Estado de bienes-
tar social, es reconocída la insuficiencia de los planteamientos reformistas,
como dice Rodriguez Cabrero: “La reforma social o social administration es
una disciplina comprometida, moral a la vez que democráticamente, funda-
da en la investigación empírica de la realidad social y con la pretensión
práctica o pragmática de cambiarla a través de servicios sociales univer-
sales (modelo institucional). Entre sus deficiencias y lagunas tenemos: la
ausencia de un modelo teórico enlazado a la investigación empírica, su
reducción de la política social a los servicios sociales dentro de un contex-
to nacional y la casi absolutización del intervencionismo como vehículo
de conquista progresiva de la igualdad y libre cooperación’”. Este autor.
situando como los anteriores el énfasis de la reforma social en una postu-
ra moral y pragmática comprometida con el cambio, vía instituciones del
Estado, subraya dos lagunas centrales, a nuestro modo de ver, la descon-
textualización teórica de la práctica y la creencia que los servicios sociales
seran un insirumenlo definitivo para la consecucion de la armonía socíal.
Lagunas sobre las que los trabajadores sociales como docentes y profesio-
nales del bienestar social debemos detenernos.
El mismo Dahrcndorf, aunque reconoce que el consenso socialdemó-
crata, en cierto modo, ha constituido el grado más alto de progreso que
la Historia ha visto hasta ahora, cree, sin embargo, que ha llegado su fin:
“El cuadro de valores dc los socialdemócratas no solamente ha cesado de
fomentar cambios y desarrollos nuevos, sino que ya ha empezado a mos-
trar sus contradicciones internas que sólo puede superar de modo traba-
loso o que no puede superar en absoluto. Esto es el trasfondo estructural
de lo que se ha comenzado a llamar la crisis de legitimidad del poder
político en las sociedades modernas; es decir, la duda sobre el carácter.
apropiado o no, de las instituciones existentes y de los supuestos que
subyacen en ellas”’. Es ésta una crítica desde el propio discurso político,
una puesta en cuestión de la legitimidad de los grupos que regentan ma-
yoritariamente el poder político, se supone para que sean sustituidos por
otros grupos alternativos de poder; dentro de esta óptica no es posible un
análisis del Estado de bienestar social más que en términos de relaciones
de poder que de alguna manera deja el problema en los términos en que
está planteado. al permanecer en el espacio de lo político.
Un acercamiento algo diferente aparece cuando afirma: “El argumen-
to de que la igualdad no es el final, sino el comienzo del progreso, y que
tal progreso ha de fomentarse por medio de la esperanza que, a su vez,
presupone las diferencias, tendría que preocupar a los defensores de esa
6 RonRicuEz CABRERO. 6., “Estado de bienestar y política social: concepciones teóricas.
en Boletín de Estudios i.’ Doc.u,nentaciñn de Servicios Sociales, ni 13, pág. 19.
DAHR!-:NDORF. R., op. oit., pág. 148.
LI malestar social 133
civilización nueva’~6; aquí ya no es sólo que tipo de grupo se legitima en
el poder, sino que deja entrever una apertura a otros discursos como el
sociológico o el filosófico que se cuestionan sobre la compleja relación
entre la igualdad y la diferencia entre los hombres o el psicoanalítico
desde donde se abre una pregunta sobre el deseo que marca la diferencia
entre ellos. Desde una perspectiva autogestionaria del bienestar. Colozzi
afirma que hay que recuperar aquella esfera social “de la autonomía”
garantizada por la existencia de aquellos grupos sociales, en los que el
individuo puede desplegar la propia creatividad en una relación con los
otros que es descubierta por la interdependencia estructural entre propio
y común, particular y ~
Hay algo de impostura en todo el discurso del bienestar social por su
promesa prometeica en algo que tiene que ver, en su límite, con el orden
de la imposibilidad como más adelante trataremos de mostrar, aunque
ahora queremos poner en evidencia el reduccionisnio del espacio de su
tratamiento, su acotación ya no solo al discurso político, sino a la práctica
política donde ha encontrado su soporte y justificación ideológica: el bie-
nestar social reducido al Estado de bienestar social ha sido un milagro
sostenido a lo largo de todo un siglo por la “voluntad general”, expresada
en el consenso de los grupos políticos en pugna por el poder en torno al
liderazgo de uno de ellos, el socialista-socialdemócrata.
No es nuestro objetivo, como dijimos al principio, hacer una crítica a
la socialdemocracia ni a una de sus producciones más importantes, el
Estado de bienestar social. Nuestra posición no es política o partidista.
no tenemos ninguna teoría nueva que añadir a las múltiples construidas
y a las que más arriba hemos hecho mención ni tampoco es momento
para entrar en su análisis, puesto que no nos proponemos ni apoyar ni
desconstruir el Estado de bienestar social. En todo caso, intentamos si-
tuarlo y avanzar algunos supuestos sobre lo que del bienestar pretendido
hace malestar, y esto desde una postura reflexiva que no tiene otro fin
que invitar a pensar.
DOS DIMENSIONES DE LA SOLIDARIDAD SOCIAL
La primera pregunta que nos hacemos, continuación de la brevísima
introducción, remite a las consecuencias que para el propio discurso co-
mún tiene el reduccionismo teórico que afecta al bienestar social. Comen-
cemos por apuntar que la base ideológica que sostiene la magna construc-
ción del Estado de bienestar social es la “solidaridad social”, como puede
observarse en la literatura disponible al respecto. Este concepto dentro de
8 Jb,dcni, pág. 165.
~ (Sfr. CoLozzl. Y., “Politica dc Welfare State e pluralismo, en A.A.V.V., Suli’organ,:a:,one
¿leí .vcrviÑ socialí. Vila e pensiero. Milano-1980, pág. 130.
1 34 Isabel (‘erdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricchini
la ciencia sociológica tiene una significación precisa, pues nos remite a la
clásica división durkheiniana entre solidaridad mecánica —que “solo
puede ser fuerte en la medida en que las ideas y las tendencias comunes
a todos los miembros de la sociedad sobrepasan en número e intensidad
a aquellas que pertenecen a cada uno de ellos personalmente”— y, solida-
ridad orgánica que produce la división del trabajo y que implica que los
individuos difieran unos de otros y tengan su esfera de acción propa.
Es decir, la solidaridad social, en sus dos modalidades, es para Durkheim
una forma de nombrar el lazo social entre los hombres con el fin de hacer
sociedad.
Para los antropólogos: Malinowsky, Mauss y Lévi-Strauss el intercam-
bio social es la forma que toma la solidaridad social, como ley que permi-
te a los hombres establecer un pacto, desde que se produjo el paso de la
naturaleza a la cultura, por usar una de sus metáforas. Pueden pensarse
más autores, pero, en último término, sociológicamente hablando, la soli-
daridad social refiere un concepto universal relativo a los fundamentos
estructurales y organizacionales de la sociedad.
Frente a este carácter de universalidad, que toma el concepto de soli-
daridad social en el campo sociológico, nos enfrentamos ahora con un
concepto de “solidaridad social” parcializado que no afecta al actuar de
todos los hombres, sino que, suponiendo una dualidad entre los mismos.
invita a la puesta en acción de una determinada moral, en tanto el con-
cepto de “solidaridad social” del acto político-institucional es un concep-
to moral. Nos vienen a la memoria algunas frases de la cotidianidad
enunciadas por importantes personalidades de la socialdemocracia y del
socialismo: “...sobre todo, la solidaridad significa proporcionar más liber-
tad a los débiles””; “solidaridad es, por ejemplo, que el régimen agrario
de la seguridad social tenga un déficit que soportan otros regímenes, o
que las pensiones que hace unos años estaban a 4.000 pesetas estén hoy
a 16.000”’K Entonces, ¿cómo armar o armonizar el concepto sociológico
con el concepto moral?
Hay un presupuesto ético, previo a toda moral, que fundamenta el
orden social humano: la ley universal prohibidora del incesto; la vigencia
siempre actual de ésta ley, no enunciada por ningún legislador ni escrita
en ningún código, hace posible el lazo entre los hombres, expresado en el
juego del intercambio social. El tabú del incesto es la norma que, presen-
tándose universalmente en toda sociedad histórica, constituye el último
fundamento y la más universal ley de todo el comportamiento social
humano. La sociedad, toda sociedad, deja fuera la relación incestuosa. Lo
social exige prohibición del incesto; es más, lo social equivale a prohibi-
~ (Sfr. DURKHEIM, E., De la división del trabajo socia¿ cd. Schapire, Argentina-1973, PP.
113-114.
WILLY BRANT, “Libre ya la izquierda”, El Pa,ls, 20 dejunio de 1987.
2 GoNzAlíz F., El País, 29 de mayo dc 1987.
El malestar social 135
ción del incesto. “Allí donde la Naturaleza se revela impotente para de-
terminar exhaustivamente el comportamiento, allí donde el orden animal
se agota, la emergencia de la regla —y en última instancia de la regla
prohibidora del incesto— viene a impedir que el azar reine: tal es en
síntesis la tesis del autor de las estructuras elementales del parentes-
co”3.
Esta ley fundamental en Freud surge del encuentro entre lo sexual y
la muerte del padre como figura mítica; en Lévi-Strauss, del encuentro
entre sexualidad y reglas de la alianza y, en Lacan, del encuentro entre el
ser (como biológico, viviente) y el lenguaje. Estos postulados son plantea-
dos desde un a posteriori y se fundamentan todos ellos en una exclusión:
de la madre en Freud, de la libertad en materia de relaciones sexuales en
Lévi-Strauss, del goce pleno en Lacan. Todos estos discursos: sociológico.
antropológico y psicoanalítico, posibilitan un espacio de reflexión para
comprender el concepto de solidaridad social y uno de sus efectos más
importantes, el problema dc la ética, éste último también estudiado am-
pliamente poi- la filosofía, basta pensar en la Moral a Nicómaco de Aris-
tóteles, el imperativo categórico kantiano o la Filosofía del boudoir de
Sade, por citar algunos de los pivotes que sostienen el discurso ético.
Pero aquí nos salimos fuera de nuestro campo, cuando se habla de
bienestar social y de las políticas de bienestar llevadas a cabo por un
Estado interventor, generador de prestaciones a sus ciudadanos, la lógica
del intercambio social hay que resituaría y, el concepto de “solidaridad
social” en que se fundamenta tal Estado de bienestar. Si bien Serrano
Triana lo define en algún momento, retomando a Durkheim, como “esa
interdependencia fáctica y social que cada hombre tiene respecto de otro
por la división del trabajo”~, más adelante afirma que “es ese mismo
Estado quien puede garantizar únicamente que esa solidaridad es efecti-
vamente justa y redistributiva”’5. Luego se trata de una solidaridad en
contra de la dominación, que intenta dominarla cuando adviene y, por
tanto, busca ajustar lo desajustado, lo que se llama “justicia social”: como
apuntábamos antes, es la concreción de una moral, a veces confundida
con el mandamiento del amor al prójimo en su forma laica, la filantropía.
Remitimos a otro trabajo la pregunta sobre la étiea a la que remite ésta
moral. En relación a los agentes del bienestar social, dice Zamanillo:
...en lo que respecta a los trabajadores sociales, el carácter de práctica
social nacido de la aplicación del Bien y de la Justicia como acto ético
primordial, no ha desaparecido nunca del todo... Es quizás esa vertiente
ético-religiosa la que más detractores ha acumulado es ese afán de eman-
cipación e identificación profesional que caracteriza a los trabajadores
~ GOMEZ FIN. y.. El psicoanálisis, Montesinos, Barcelona-1981, pág. 78.
14 SERRANO TRIANA, A., op. c-it., pág. 37.
‘~ 1/idem. pág. 85,
1 36 ivabel (‘erdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricchini
sociales’~b. Toda una serie de términos: bienestar, solidaridad, justicia
social, bien, mal, ayuda, armonía, voluntariado, etc., tan cargados, nos
parece que necesitan ser sometidos a un profundo análisis.
EL REDtJCCIONISMO TEORICO: UN EFECITO DE MALESTAR
El tema del bienestar, ciertamente, ha preocupado siempre a todos los
hombres y ha sido y es objeto de estudio de distintas ramas del saber;
precisamente por ello creemos que no puede ser reducido al discurso
político ni mucho menos a la práctica de uno o varios partidos, con sus
implicaciones a nivel de organización administrativa. Nos preguntába-
mos sobre las consecuencias de este manifiesto reduccionismo que no
dudamos en calificar, desde el principio, que tiene efectos de malestar.
Las fuentes en que nos apoyamos provienen de la literatura existente al
respecto, de la práctica y el intercambio profesionales. Algunas de estas
consecuencias, sin pretender ser exhaustivas, pueden formularse del si-
guiente modo: circularidad de los conceptos, repetición, desgaste, estan-
camiento, vaciedad de contenido, dogmatización. aislamiento.
Cada una de estas características tiene una entidad propia, autónoma
y. al mismo tiempo, mantiene una relación con todas las demás. La circu-
laridad de los conceptos supone la vuelta sobre sí mismos, una especie de
fijación que hace siempre idéntico recorrido, la figura topológica que le
corresponde es la circunferencia. Este hecho desemboca, necesariamente,
en la repetición; dentro del espacio político, desde hace más de un siglo,
las posturas están definidas y son limitadas, las teorías sobre el bienestar
social y las alternativas al Estado de bienestar social, en la actualidad,
están perfectamente clasificadas o insisten en sus enunciados, siendo ban-
dera de uno u otro partido en el poder o la oposición como un instrumen-
to más para conseguir la hegemonía; ambas, circularidad y repetición
connotan un pensamiento neurótico.
El desgaste. el estancamiento y la vaciedad de contenido no son más
que una consecuencia inevitable de la repetición; ya nada dice nada, las
palabras enunciadas a veces como principios están huecas, faltan los me-
dios imprescindibles para pensar y producir, solo queda la compulsión de
la acción. De aquí a la dogmatización hay solo un paso, los conceptos
vacíos son los más tiránicos, nos someten por su imposibilidad de permi-
tirnos pensar, una pesada carga en la que hay que profesar. Finalmente y
como resultado aparece el aislamiento, teórico y práctico, faltan los con-
tenidos necesarios para el diálogo y el intercambio de información y, en
la práctica, la marginación se produce no por trabajar con el mundo
marginado, sino por la automarginación que todo el proceso anterior
6 ZAMANILLO. T., “Fisonomía de los trabajadores sociales, los problemas de identidad pro-
lesional”, en Cuadernos de Trabajo Social, ni O, Madrid-l987.
El malestar social 137
produce; éste es un fenómeno altamente peligroso para los profesionales
que se sienten directamente afectados en su identidad y reconocimiento,
lo que a su vez puede provocar, además de sufrimiento, un corporativis-
mo negativo cuyo peor efecto es el empobrecimiento.
Se impone una propuesta terapeútica a la teoría que alimenta el dis-
curso común sobre el bienestar social. Es necesario buscar nuevas figuras
topológicas para la expresión y expansión de los conceptos, nuevos dibu-
jos: la recta, la elipse, la espiral, la banda de Moebius, etc, que rompan la
circularidad y relancen la circulación. Esto acabará con la repetición que
además se supera por la confrontación indispensable con otros discursos,
lo que llevará a un enriquecimiento con influencias sobre el desgaste y el
estancamiento. Para hacer frente a la palabra vacía y a los dogmas se hace
imperiosa una matización de los conceptos y sobre todo situarlos dentro
dcl contexto de una teoría. Las cosas no son porque sí, autónomas, sino
que tienen un autor y han sido formuladas dentro de un paradigma, sólo
así se puede romper con la fragmentación dogmática y entrar en diálogo,
es decir, pensar e intercambiar y, de este modo llegamos a la necesidad
imperiosa de romper con el aislamiento, únicamente un esfuerzo por salir
dcl discurso político cuando no del religioso, abriéndose a otras ramas del
saber e integrándolas en nuestro análisis, permitirá salir del ostracismo y
la frustración.
NO HAY SER HUMANO SIN CULTURA, NO HAY CULTURA
SIN MALESTAR
“N4ultiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hi-
jos... “con el sudor de tu rostro comerás el pan””
Examinemos ahora nuestra primera hipótesis: el malestar está en la
civilización. “Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta dema-
siado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas
imposibles”t dice Freud. Esto es algo que el trabajador social conoce en
experiencia; es más, probablemente es lo primero que sabe. Las institu-
ciones sociales se encargarán luego de enseñarle qué hacer con ese sufri-
miento. Pero en este escrito, nos detendremos antes de hacer, en esa
situación incómoda del malestar, dejándonos guiar por Freud en nuestra
reflexión.
Todo hombre o mujer aspira a la felicidad; esto es, espera obtener de
la vida el máximo de placer. Cada sujeto encuentra o no, pero en todo
caso, no cesa de buscar su vía al bienestar. Ahora bien, ¿qué es la feliei-
SAGRADA BIBLIA. “Géncsis, 3”. ed. Católica SA., Madrid-1966, pág. 5.
18 FRíen 5., “El malestar en Ja cultura”. Obras c-ompleta.s, cd. Biblioteca Nueva. Tomo II,
pág. 3.024.
¡38 isabel Ctdeit-a Gutiérrez y Susana Día: Rk-chini
dad?: es diferexne para cada ser humano. La felicidad es una sensación
sumamente subjetiva. Es así que algunos sujetos se sienten felices en si-
tuaciones que resultarían ingratas a otros.
La felicidad se obtiene por dos vías: evitar el dolor y experimentar
placer. No obstante, aun en el caso en que estas dos condiciones se cum-
plieran, es decir, si se pudiera cancelar la fuente de sufrimiento y se
lograra instalar el placer, nos encontraríamos con esa cualidad huidiza
que la constituye. La felicidad es transitoria, ésa es su condición, es episó-
dica. Se nutre de las comparaciones. de la diferencia, de ser cotejada con
aquel momento inmediato anterior que no era feliz. La felicidad está
articulada al deseo y participa con él del deslizamiento incesante. No hay
ningún objeto que pueda colmar el deseo, de la misma forma que no hay
ningún objeto que haga que la felicidad anide para siempre en un sujeto.
LAS FUENTES DEL SUFRIMIENTO
El sufrimiento hace obstáculo a la felicidad. Sus fuentes son: —las
derivadas del propio cuerpo. Nuestro cuerpo es caduco, está destinado a
la muerte y hasta ella hay un camino de deterioro que origina múltiples
padecimientos; —las que provienen del mundo exterior. Atañen a la lu-
cha con la Naturaleza, al trabajo; —las que se originan en las relaciones
humanas. Derivan de la familia, la pareja, los amigos. Son fundamental-
mente los sufrimientos por amor; —las que nacen de la insatisfacción de
los instintos. Ninguna sociedad podría organizarse si los individuos que
la conforman dieran rienda suelta a sus instintos. En ese caso, imperaría
la ley dcl más fuerte, no habría orden ni concierto.
Para evitare> sufrimiento los hombres han ensayado y ensayan distin-
tas soluciones: —el aislamiento del mundo exterior. El ermitaño ve en la
realidad al único enemigo, al causante de sus desgracias. Piensa que es
preciso romper toda relación con el mundo exterior para ser feliz— el
amor como centro de todas las cosas. Abarca el amor en la pareja como
satisfacción exclusiva o el amor materno o el filial, incluso ese “amor al
mundo” en general. Tomare> amor como centro de todas las cosas signifi-
ca trasladar la satisfacción a los procesos psíquicos internos. No podemos
dejar de mencionar que esta condición exclusiva del amor en posición
central entraña un grave riesgo de sufrimiento ante la desilusión; —la
intoxicación. Persigue el objetivo de insensibilizar, de anestesiar frente al
dolor, su prototipo es la narcosis; —la fuga en la neurosis o la psicosis. Es
el ensayo de una palabra con “pleno derecho”, dice Lacan del síntomat
que reclama sea descifrada su verdad20.
~ LACAN, J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1.
Siglo XXI. Méjico- 1978.
20 “Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurosis: encantos
El malestar social 139
LA INSATISFACCION, CONDICION DE LA CULTURA
Existen afirmaciones que sostienen que el hombre cae en la neurosis
porque no puede soportar el grado de frustración que le impone la socie-
dad. Señalan que el progreso no ha hecho más feliz al hombre. Un ejem-
plo de estas ideas es el efecto posterior a mayo de 1968, el retorno al
campo, a la vida natural, el alejamiento de la sociedad. Si bien no suscri-
bimos estas afirmaciones, no podemos dejar de reconocer que algo de
verdad hay en ello. Que un hombre ponga pie en la luna no proporciona
felicidad al resto de los mortales. Las armas nucleares son fuente de ma-
lestar individual y social. Hay, sin embargo, inventos de progreso que
pueden proporcionar gran felicidad. Así, por ejemplo, el teléfono, o los
satélites que pueden poner en comunicación a los amantes a miles de
kilómetros de distancia, o los medios de transporte, o los adelantos en
medicina preventiva, y muchos otros descubrimientos e instrumentos
que pueden hacer al hombre más feliz.
Ahora bien, la libertad no es un bien de la cultura. La sociedad impo-
ne limitaciones a la libertad, la restringe, es así que su sentencia rige: “tu
libertad acaba donde empieza la de los demás”. ¿Por qué es necesaria esta
sentencia? El psicoanálisis sostiene que el hombre no es ni bueno ni tier-
no, sino que está habitado por tendencias agresivas. Los preceptos cultu-
rales fueron creados para hacer tope a la tendencia destructiva del sujeto.
Estos ínismos preceptos que limitan sus instintos le hacen caer en el ma-
lestar.
La pulsión es el representante psíquico del instinto, es una inscripción
psíquica particular, su objeto es sumamente lábil, móvil. En su segunda
tcoría pulsional, Freud las divide en pulsiones de vida o Eros y pulsión
de muerte. La cultura impone limitaciones a las pulsiones sexuales. De
hecho reposa sobre la renuncia a las satisfacciones pulsionales. La condi-
ción de la cultura es la insatisfacción, ya que implica la ley del intercam-
bio, la prohibición de la endogamia, que es la primera renuncia. Para
tener mujer, hay que elegirla entre las de otra tribu, las propias están
prohibidas. Sin embargo, la cultura está al servicio del Eros, “...es preciso
que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala
ínvertida de la ley del deseo”’. El deseo permite encontrar vías de satis-
facción sustitutivas. Hay seres que enferman por no encontrar placer en
las sustituciones. Los histéricos no resignan los términos de su deseo y
de la impotencia, cnignlas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantesdel carácter,
sellos dcl autocastigo, disfraces dc la perversión; tales son los hermetismos que nuestra exégesis
resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve los artificios que nuestra dialéctica
absuelve en una liberación dcl sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto
hasta la palabra del misterio y el perdón de la palabra”. LACAN, J., op. cii. pág. lOO.
SI LACAN “Subvcrsión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en
I;.vrito.s 1, opté., pág. 338.
140 isabel Cerdeira Gutiérrez y Susana Día: Riech¿ni
reclaman al mundo por su insatisfacción. Reclaman con sus síntomas
saber sobre la pérdida de goce.
La pulsión agresiva sigue, en cambio, un camino muy distinto en la
cultura. Es introyectada por el sujeto y se convierte en superyo. El super-
yo es la autoridad introyectada. Para Freud es la prohibición del incesto
y a la vez heredero del complejo de Edipo. “Pero el superyo no es simple-
mente un residuo de las prirneras elecciones de objeto del ello, sino tam-
bién una enérgica formación reactiva contra las mismas” “...es, por tanto,
el heredero del complejo de Edipo. y con ello, la expresión de los impul-
sos más poderosos del ello y de los más importantes destinos de su libi-
do”22. Es decir, reúne lo antagónico, el goce y su prohibición. La constitu-
ción del superyo tiene un origen mítico en Totem y tabú23.
EL MITO
Un padre poderoso, dueño de todos los bienes y de todas las mujeres
es asesinado por sus hijos. Los hermanos reunidos comen el cadáver: esto
es la comida totémica y la forma de introyectar la autoridad paterna. En
este momento tendría lugar la constitución del superyo y la aparición de
las leyes del intercambio o pacto entre los hermanos. Si bien la hipótesis
antropológica de Totern i tabú ha sido cuestionada por los antropólogos,
que han demostrado que el totem no es universal, es decir, que no apare-
ce en todas las sociedades primitivas, conserva para nosotros su valor
mítico. Es decir, ilustra un imposible de develar del funcionamiento in-
consciente del sujeto. “La lógica del pensamiento mítico nos ha parecido
tan exigente como aquella sobre la cual reposa el pensamiento positi-
vo 24 “Porque la forma mítica prevalece sobre el contenido del rela-
to”>, dice Lévi-Strauss.
En el tiempo mítico, entonces, el padre fue asesinado por la coalición
de los hermanos, la agresión fue ejecutada. Nos hallamos, hoy, muy lejos
de esta situación: esa agresión es coartada en el niño. Pero el sentimiento
de culpabilidad aparece igual. Esto parece injusto, es decir, que si el asesi-
nato ha sido cometido o sólo deseado inconscientemente, el castigo será
el mismo. ¿Ante qué clase de autoridad estamos que no diferencia el
crimen cometido del crimen deseado? Es porque el superyo es omnísa-
piente que queda abolida la diferencia entre agresión deseada o realizada.
Esta instancia está en posición de castigar incluso aquellos deseos de los
que ni siquiera somos conscientes.
~ FREtID. 5.. “El yo y el ello”, en Obras comp/cras, vol. II. qr oír. pp, 1 9—20.
Ibídem, “Totcm y tabú”.
24 LÉvI.STRAUSS. (i,.Aniropologia estrucuaal. Fudeba- 1979, pág. 210.
25 Ibídem, pág. 185.
LI malestar social 141
ACERCA DE LA MORAL
La cultura, decíamos entonces, obedece a una pulsión erótica; aquella
que puja por unir, por constituir lazos entre los hombres. Alcanza su
objetivo acentuando el sentimiento de culpabilidad. Es porque el goce
mortífero existe en oposición a la sexualidad que la cultura lo somete con
el juez más informado y más cruel que sólo la imaginación puede forjar.
No hay ninguna autoridad exterior que no pudiera por un momento ser
burlada. Paradójicamente. es esa misma autoridad la que puede violar la
prohibición que aporta. Según Lacan, el ser humano ha sido capaz dc
elaborar lo que transgrede la ley, lo que pone al hombre en una relación
al deseo que franquea el lugar de interdicción, e introduce por encima de
la moral una erótica2t Si bien en la moral, puede obtenerse una erótica.
estará presente como malestar. “la necesidad de castigo es una manifes-
tación instintiva del superyo sádico; en otros términos, es una parte del
impulso a la destrucción interna que posee el yo y que utiliza para esta-
blecer un vínculo erótico con el superyo”->.
DE LA FALTA AL PECADO
La cultura trae aparejada una tendencia a edificar morales para atajar
el crimen no cometido. Este crimen, siempre en presente como un mito,
resuena como el pecado original. Kierkegard. en su libro sobre la angus-
tia, muestra un deslizamiento de la falta al pecado. Falta original en la
constitución del sujeto que él asume como pecado. En ocasiones, el senti-
miento de culpabilidad se impone con excesiva intensidad, dominando
la vida entera del enfermo, como es el caso en la neurosis obsesiva. Los
obsesivos pueden sentirlo como tal o como un malestar torturante. Los
ceremoniales de la neurosis pretenden conjurar el castigo: en ese sentido,
desear puede ser delito.
INCONCLUSION
El sentimiento de culpa, que fue engendrado en la cultura, o dicho de
otro modo. el sentimiento de culpa como versión subjetiva de la falta que
adquirió todo ser para devenir humano, es decir, parlante, no se percibe
como tal, sino que aparece como malestar, descontento que se atribuye a
otras razones. “Qué poderoso obstáculo cultural debe ser la agresividad
sí su rechazo puede hacernos tan infelices como su realización”zt
26 LACAN LEt/;ique de/a Psvchanalvse. Du Scuil. Paris-1986. pág. 101
27 fRito, 5.. “El malestar de la cultura”, op. <it., pág. 3057.
28 FREUD. 5.. Ibídem, pág. 3063.
142 Isabel Cerdeira Gutiérrez j Susana Día: Ricchini
El objetivo de un individuo es el programa del principio del placer:
obtener el máximo placer. Incluirse en una comunidad es el requisito
para vivir satisfactoriamente. El objetivo de la cultura es establecer una
comunidad de individuos, pero la felicidad individual es desplazada a
segundo plano. Hay un conflicto, que no es entre el hombre y la sociedad,
hay un conflicto en la economía libidinal del sujeto que cada uno resuelve
como puede, a la manera obsesiva, a la manera histérica, a la perversa, a
la psicótica...
ENCOLADO DE DISCURSOS: IDEAS PARA PENSAR
El Estado de bienestar es un intento desde la cultura de crear bienes-
tar, reduciendo la agresividad social, intento, sin duda, respetable al sus-
tituir la guerra por el uso de la palabra en la negociación, pero bienestar
frágil y limitado que tiene que coexistir siempre con el propio malestar
inherente a esa cultura por la existencia del deseo y la insistencia del goce
(como mal, dominación, sufrimiento, pulsión de muerte).
El concepto de “solidaridad social”, que introduce el Estado de bien-
estar social, es un intento de responder sin saberlo a los impases que
el discurso sociológico sobre el intercambio deja abierto, al no reflexionar
sobre los efectos siempre renovados del problema del goce mortífero que
a la luz del “Malestar en la cultura” se nos evidencia.
Si el malestar está intimamente relacionado con la imposibilidad de
satisfacer el deseo, no hay que olvidar que el bienestar se relaciona con
el reconocimiento de ese deseo, lo que pone en evidencia la considera-
ción, para todo proyecto de bienestar, de la dialéctica necesidad-deseo.
Una ética para el bienestar basada en el mandamiento “Amarás al
prójimo como a ti mismo”, “fuera de que nos ofrece la satisfacción narci-
sista de poder considerarnos mejores que los demás”, con la idea de hacer
el bien, constituye “el rechazo más intenso de la agresividad humana~~2~1 y
sus consecuencias y, puede, por ello, transformarse en un acto superyoico
humillante y engañoso.
Es importante clarificar los límites del bienestar y relativizar sus efec-
tos para todo proyecto de bienestar sea individual que social. Esta acota-
ción del campo de la “solidaridad social” puede a la vez que responsabili-
zar a sus agentes, instituciones o personas, en cuanto a la fecundidad de
sus acciones, hacer que el deseo circule, crear barreras al goce, posicionar-
les ante lo que es posible, lejos de utopías tranquilizadoras o frustradoras.
29 FREUD, 5., Ibídem. pág. 3.066.

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El Malestar Social

  • 1. El malestar social ISABEL CERDEIRA GUTIÉRREZ SUSANA DIAZ RIccHINI TI siglo xx, y en forma particular el período que va desde la segunda guerra mundial, pue- de ser adecuadamente descrito como la era del Estado del Bienestar’. INTRODUCCION El título con que encabezamos nuestro artículo puede sorprender a nuestros lectores, avezados en materias de Acción Social o ajenos a ellas. pues lo que evidencia el discurso común actual es el énfasis puesto en conceptos tales como las sociedades del bienestar, el estado de bienestar social o las políticas sociales dirigidas a la consecución del bienestar so- cial de todos los ciudadanos. Nuestro propósito no es negar una realidad que está en nuestra cultura ni tampoco señalar sus insuficiencias que en último término podrían soslayarse con una mayor “solidaridad” desde ese discurso común, salvo volver a etapas prehistóricas del bienestar so- cial como las planteadas por el neoliberalismo. En primer lugar, el malestar social está en la civilización; es un com- ponente estructural de la misma, hipótesis que golpea toda propuesta de bienestar no para anularla, sino para dialogar con ella, abriendo un espa- cio dc confrontación a sus imposibilidades. En segundo lugar, malestar social derivado de los propios límites en que el discurso común sobre el bienestar se teoriza y, finalmente, malestar social de los trabajadores so- ciales, implicado en la peculiaridad de sus funciones como agentes vica- rios del bienestar social. Queremos abrir, en principio, una reflexión so- bre estos puntos que no puede quedar reducida a este breve trabajo, cuyo contenido responde a las dos primeras hipótesis, que se requieren mutua- mente, siendo la primera un intento de ejemplificación de la segunda, dejando la tercera de ellas para un próximo trabajo por su entidad autó- noma y su importancia. Goucm. 1., Economía política del Estado del bienestar. H. Binme Ediciones, Madrid-1952. pág. 47. use u dc Trabajo Social, núm. 1. 1958. Ed. Universidad Complutense. Madrid.
  • 2. 130 Isabel Cerdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricehiní EL DISCURSO COMUN DEL BIENESTAR SOCIAL Llamamos discurso común al discurso vulgarizado más o menos cien- tífico, compartido por una colectividad y que soporta tanto la teoría como la práctica y, en definitiva, la producción en un espacio-tiempo concreto. En relación a nuestro tema, este discurso se despliega en las distintas teorías sobre el bienestar social. Estas teorías, en la actualidad, están suficientemente definidas, reuniendo los dos requisitos de toda de- finición: la identidad y la diferencia. Cada una entiende de manera pro- pia el bienestar social y se sitúa críticamente frente a las otras. Se constata una característica común a todas ellas que las sitúa en una misma pers- pectiva: el discurso político y, nos atreveríamos a decir, no tanto como teoría política, sino como práctica política, cuya titularidad está detenta- da por partidos políticos de notorio conocimiento histórico. Es de dominio público que el moderno Estado del bienestar va unido al siglo socialdemócrata, con su correspondiente compromiso entre capi- talismo y democracia de tipo keínesíano y, todo el discurso gira en avalar- lo (escuela fabiana y teorías reformistas actuales y de los derechos sociales, Titmuss, Marshall...), mostrar sus contradicciones (autores neomarxistas, O’Connor, Gough, Offe..4. redefinirlo en términos funcionales (teoría del industrialismo y de la convergencia de sistemas de Galbraith y teorías funcionalistas en general, Wilensky, Alber, Flora, Heidenheimer, Durk- heim, Parsons, Smelser. Merton...) o minimizarlo hasta su posible des- aparición (teorías del liberalismo de mercado, Fridman, Hayek, Gil- der..,). Dahrendorf afirma que el Estado del bienestar, en los comienzos de su carrera, se encuentra sostenido por la “defensa convencida de los intereses de los desposeídos frente a la resistencia de los privilegiados”, hay una “razón de justicia” cuya expresión política se manifiesta en “cuatro acti- tudes que constituyen no solamente el fundamento del consenso socialde- mócrata, sino de toda la modernidad”: a nivel de la política económica, fe en cl crecimiento por medio del incremento de la productividad que revertirá en la mejora de la situación vital y laboral de los trabajadores. Esta postura se hace eco del tradicional utilitarismo inglés que Bentham resume en el mayor número de bienes para el mayor número de personas; en cuanto a la política social se enarbola el principio de igualdad de oportunidades, entendido como igualdad de derechos no de resultados; respecto a la política en general se opta por las instituciones democráti- cas, en cuanto instrumentos básicos de transformación social; por último, en el ámbito de los valores y la cultura, los socialdemócratas apuestan por la racionalidad en sentido weberiano con sus implicaciones científicas, técnicas y burocráticas. Como se puede observar, Dahrendorf sitúa todo 2 Cfr.. DAIIRENDORF, R., Oportunidades vitales, Espasa-calpe, Madrid-1983, pág. 146.
  • 3. El malestar social 131 el discurso sobre el Estado del bienestar social en el espacio de la práctica política, fruto de un consenso generalizado, pero cuyo protagonismo co- rresponde a los partidos socialdemócratas. A una conclusión semejante llega Serrano Triana, al tratar de definir el servicio público como la manifestación específica del intervencionismo en el Estado moderno: “La sustancialidad última de la noción de servicio público radica en la idea ética y jurídica del —deber—. Es un deber de gobierno Social y Democrático de Derecho dar prestaciones a la colectivi- dad. estén o no previstas constitucionalmente’”. Hay que destacar dos aspectos: por un lado, dentro del concepto servicio público, los servicios sociales definitorios del Estado bienestar son los más específicos de la modernidad; por otro, coincidiendo con Dahrendorf, señala que se trata de una idea ética de un deber ser, que más adelante quiere fundamentar en “el desenlace lógico de la interdependencia social”, interpretación so- ciológica, pero que no es suficiente ya que el Estado bienestar añade un factor de “nivelación”, que consistiría en “garantizar una solidaridad para la justicia social”, y añade “el servicio es una de las modernas insti- tuciones del derecho actual, que son además productos típicos, aunque no exclusivos, del pensamiento ahora imperante políticamente, el pensa- miento socialista’”. También para este autor la teoría sobre el Estado del bienestar sc sitúa en el espacio político, aunque haga relación a la sociolo- gía y el derecho, y dentro de éste espacio la representación, aunque no exclusiva, corresponde al pensamiento socialista que, al respecto, orienta- rá fundamentalmente una práctica que haga realidad una “solidaridad so- cial”. CUESTIONAMIENTO DEL ESPACIO DEL BIENESTAR SOCIAL Este espacio teórico, el espacio político, reforzado según los casos por la economía, la sociología o el derecho, en el que se juegan las teorías sobre el bienestar social, que a su vez ha sido un epifenómeno de las políticas socialdemócratas, nos parece que podría enriquecerse de dialo- gar con otras disciplinas, dado que aborda un concepto como el de bie- nestar que, sin duda, con mayor o menor éxito, ha ocupado a todas las sociedades de todos los tiempos: De hecho, Gough considera, quedándo- se al nivel de la necesidad, que el Estado de bienestar es la respuesta institucional, dentro de los países capitalistas avanzados, a los requeri- mientos de cualquier sociedad humana: la reproducción de la fuerza de trabajo y el mantenimiento de la población no activas. SERRANO TRIANA, A., La utilidad de la noción de servicio público y la criivis del Estado Bienestar, Instituto de Estudios Laborales y de la Seguridad Social, Madrid- 1983, pág. 71. Ibidern. pág. 85. (Ir.. GOIIGH, 1., op. c’it., pág. III.
  • 4. 1 32 Isabel Cerdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricchini Independientemente de las críticas que desde otros marcos políticos. liberales o marxistas principalmente, se hayan hecho al Estado de bienes- tar social, es reconocída la insuficiencia de los planteamientos reformistas, como dice Rodriguez Cabrero: “La reforma social o social administration es una disciplina comprometida, moral a la vez que democráticamente, funda- da en la investigación empírica de la realidad social y con la pretensión práctica o pragmática de cambiarla a través de servicios sociales univer- sales (modelo institucional). Entre sus deficiencias y lagunas tenemos: la ausencia de un modelo teórico enlazado a la investigación empírica, su reducción de la política social a los servicios sociales dentro de un contex- to nacional y la casi absolutización del intervencionismo como vehículo de conquista progresiva de la igualdad y libre cooperación’”. Este autor. situando como los anteriores el énfasis de la reforma social en una postu- ra moral y pragmática comprometida con el cambio, vía instituciones del Estado, subraya dos lagunas centrales, a nuestro modo de ver, la descon- textualización teórica de la práctica y la creencia que los servicios sociales seran un insirumenlo definitivo para la consecucion de la armonía socíal. Lagunas sobre las que los trabajadores sociales como docentes y profesio- nales del bienestar social debemos detenernos. El mismo Dahrcndorf, aunque reconoce que el consenso socialdemó- crata, en cierto modo, ha constituido el grado más alto de progreso que la Historia ha visto hasta ahora, cree, sin embargo, que ha llegado su fin: “El cuadro de valores dc los socialdemócratas no solamente ha cesado de fomentar cambios y desarrollos nuevos, sino que ya ha empezado a mos- trar sus contradicciones internas que sólo puede superar de modo traba- loso o que no puede superar en absoluto. Esto es el trasfondo estructural de lo que se ha comenzado a llamar la crisis de legitimidad del poder político en las sociedades modernas; es decir, la duda sobre el carácter. apropiado o no, de las instituciones existentes y de los supuestos que subyacen en ellas”’. Es ésta una crítica desde el propio discurso político, una puesta en cuestión de la legitimidad de los grupos que regentan ma- yoritariamente el poder político, se supone para que sean sustituidos por otros grupos alternativos de poder; dentro de esta óptica no es posible un análisis del Estado de bienestar social más que en términos de relaciones de poder que de alguna manera deja el problema en los términos en que está planteado. al permanecer en el espacio de lo político. Un acercamiento algo diferente aparece cuando afirma: “El argumen- to de que la igualdad no es el final, sino el comienzo del progreso, y que tal progreso ha de fomentarse por medio de la esperanza que, a su vez, presupone las diferencias, tendría que preocupar a los defensores de esa 6 RonRicuEz CABRERO. 6., “Estado de bienestar y política social: concepciones teóricas. en Boletín de Estudios i.’ Doc.u,nentaciñn de Servicios Sociales, ni 13, pág. 19. DAHR!-:NDORF. R., op. oit., pág. 148.
  • 5. LI malestar social 133 civilización nueva’~6; aquí ya no es sólo que tipo de grupo se legitima en el poder, sino que deja entrever una apertura a otros discursos como el sociológico o el filosófico que se cuestionan sobre la compleja relación entre la igualdad y la diferencia entre los hombres o el psicoanalítico desde donde se abre una pregunta sobre el deseo que marca la diferencia entre ellos. Desde una perspectiva autogestionaria del bienestar. Colozzi afirma que hay que recuperar aquella esfera social “de la autonomía” garantizada por la existencia de aquellos grupos sociales, en los que el individuo puede desplegar la propia creatividad en una relación con los otros que es descubierta por la interdependencia estructural entre propio y común, particular y ~ Hay algo de impostura en todo el discurso del bienestar social por su promesa prometeica en algo que tiene que ver, en su límite, con el orden de la imposibilidad como más adelante trataremos de mostrar, aunque ahora queremos poner en evidencia el reduccionisnio del espacio de su tratamiento, su acotación ya no solo al discurso político, sino a la práctica política donde ha encontrado su soporte y justificación ideológica: el bie- nestar social reducido al Estado de bienestar social ha sido un milagro sostenido a lo largo de todo un siglo por la “voluntad general”, expresada en el consenso de los grupos políticos en pugna por el poder en torno al liderazgo de uno de ellos, el socialista-socialdemócrata. No es nuestro objetivo, como dijimos al principio, hacer una crítica a la socialdemocracia ni a una de sus producciones más importantes, el Estado de bienestar social. Nuestra posición no es política o partidista. no tenemos ninguna teoría nueva que añadir a las múltiples construidas y a las que más arriba hemos hecho mención ni tampoco es momento para entrar en su análisis, puesto que no nos proponemos ni apoyar ni desconstruir el Estado de bienestar social. En todo caso, intentamos si- tuarlo y avanzar algunos supuestos sobre lo que del bienestar pretendido hace malestar, y esto desde una postura reflexiva que no tiene otro fin que invitar a pensar. DOS DIMENSIONES DE LA SOLIDARIDAD SOCIAL La primera pregunta que nos hacemos, continuación de la brevísima introducción, remite a las consecuencias que para el propio discurso co- mún tiene el reduccionismo teórico que afecta al bienestar social. Comen- cemos por apuntar que la base ideológica que sostiene la magna construc- ción del Estado de bienestar social es la “solidaridad social”, como puede observarse en la literatura disponible al respecto. Este concepto dentro de 8 Jb,dcni, pág. 165. ~ (Sfr. CoLozzl. Y., “Politica dc Welfare State e pluralismo, en A.A.V.V., Suli’organ,:a:,one ¿leí .vcrviÑ socialí. Vila e pensiero. Milano-1980, pág. 130.
  • 6. 1 34 Isabel (‘erdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricchini la ciencia sociológica tiene una significación precisa, pues nos remite a la clásica división durkheiniana entre solidaridad mecánica —que “solo puede ser fuerte en la medida en que las ideas y las tendencias comunes a todos los miembros de la sociedad sobrepasan en número e intensidad a aquellas que pertenecen a cada uno de ellos personalmente”— y, solida- ridad orgánica que produce la división del trabajo y que implica que los individuos difieran unos de otros y tengan su esfera de acción propa. Es decir, la solidaridad social, en sus dos modalidades, es para Durkheim una forma de nombrar el lazo social entre los hombres con el fin de hacer sociedad. Para los antropólogos: Malinowsky, Mauss y Lévi-Strauss el intercam- bio social es la forma que toma la solidaridad social, como ley que permi- te a los hombres establecer un pacto, desde que se produjo el paso de la naturaleza a la cultura, por usar una de sus metáforas. Pueden pensarse más autores, pero, en último término, sociológicamente hablando, la soli- daridad social refiere un concepto universal relativo a los fundamentos estructurales y organizacionales de la sociedad. Frente a este carácter de universalidad, que toma el concepto de soli- daridad social en el campo sociológico, nos enfrentamos ahora con un concepto de “solidaridad social” parcializado que no afecta al actuar de todos los hombres, sino que, suponiendo una dualidad entre los mismos. invita a la puesta en acción de una determinada moral, en tanto el con- cepto de “solidaridad social” del acto político-institucional es un concep- to moral. Nos vienen a la memoria algunas frases de la cotidianidad enunciadas por importantes personalidades de la socialdemocracia y del socialismo: “...sobre todo, la solidaridad significa proporcionar más liber- tad a los débiles””; “solidaridad es, por ejemplo, que el régimen agrario de la seguridad social tenga un déficit que soportan otros regímenes, o que las pensiones que hace unos años estaban a 4.000 pesetas estén hoy a 16.000”’K Entonces, ¿cómo armar o armonizar el concepto sociológico con el concepto moral? Hay un presupuesto ético, previo a toda moral, que fundamenta el orden social humano: la ley universal prohibidora del incesto; la vigencia siempre actual de ésta ley, no enunciada por ningún legislador ni escrita en ningún código, hace posible el lazo entre los hombres, expresado en el juego del intercambio social. El tabú del incesto es la norma que, presen- tándose universalmente en toda sociedad histórica, constituye el último fundamento y la más universal ley de todo el comportamiento social humano. La sociedad, toda sociedad, deja fuera la relación incestuosa. Lo social exige prohibición del incesto; es más, lo social equivale a prohibi- ~ (Sfr. DURKHEIM, E., De la división del trabajo socia¿ cd. Schapire, Argentina-1973, PP. 113-114. WILLY BRANT, “Libre ya la izquierda”, El Pa,ls, 20 dejunio de 1987. 2 GoNzAlíz F., El País, 29 de mayo dc 1987.
  • 7. El malestar social 135 ción del incesto. “Allí donde la Naturaleza se revela impotente para de- terminar exhaustivamente el comportamiento, allí donde el orden animal se agota, la emergencia de la regla —y en última instancia de la regla prohibidora del incesto— viene a impedir que el azar reine: tal es en síntesis la tesis del autor de las estructuras elementales del parentes- co”3. Esta ley fundamental en Freud surge del encuentro entre lo sexual y la muerte del padre como figura mítica; en Lévi-Strauss, del encuentro entre sexualidad y reglas de la alianza y, en Lacan, del encuentro entre el ser (como biológico, viviente) y el lenguaje. Estos postulados son plantea- dos desde un a posteriori y se fundamentan todos ellos en una exclusión: de la madre en Freud, de la libertad en materia de relaciones sexuales en Lévi-Strauss, del goce pleno en Lacan. Todos estos discursos: sociológico. antropológico y psicoanalítico, posibilitan un espacio de reflexión para comprender el concepto de solidaridad social y uno de sus efectos más importantes, el problema dc la ética, éste último también estudiado am- pliamente poi- la filosofía, basta pensar en la Moral a Nicómaco de Aris- tóteles, el imperativo categórico kantiano o la Filosofía del boudoir de Sade, por citar algunos de los pivotes que sostienen el discurso ético. Pero aquí nos salimos fuera de nuestro campo, cuando se habla de bienestar social y de las políticas de bienestar llevadas a cabo por un Estado interventor, generador de prestaciones a sus ciudadanos, la lógica del intercambio social hay que resituaría y, el concepto de “solidaridad social” en que se fundamenta tal Estado de bienestar. Si bien Serrano Triana lo define en algún momento, retomando a Durkheim, como “esa interdependencia fáctica y social que cada hombre tiene respecto de otro por la división del trabajo”~, más adelante afirma que “es ese mismo Estado quien puede garantizar únicamente que esa solidaridad es efecti- vamente justa y redistributiva”’5. Luego se trata de una solidaridad en contra de la dominación, que intenta dominarla cuando adviene y, por tanto, busca ajustar lo desajustado, lo que se llama “justicia social”: como apuntábamos antes, es la concreción de una moral, a veces confundida con el mandamiento del amor al prójimo en su forma laica, la filantropía. Remitimos a otro trabajo la pregunta sobre la étiea a la que remite ésta moral. En relación a los agentes del bienestar social, dice Zamanillo: ...en lo que respecta a los trabajadores sociales, el carácter de práctica social nacido de la aplicación del Bien y de la Justicia como acto ético primordial, no ha desaparecido nunca del todo... Es quizás esa vertiente ético-religiosa la que más detractores ha acumulado es ese afán de eman- cipación e identificación profesional que caracteriza a los trabajadores ~ GOMEZ FIN. y.. El psicoanálisis, Montesinos, Barcelona-1981, pág. 78. 14 SERRANO TRIANA, A., op. c-it., pág. 37. ‘~ 1/idem. pág. 85,
  • 8. 1 36 ivabel (‘erdeira Gutiérrez y Susana Día: Ricchini sociales’~b. Toda una serie de términos: bienestar, solidaridad, justicia social, bien, mal, ayuda, armonía, voluntariado, etc., tan cargados, nos parece que necesitan ser sometidos a un profundo análisis. EL REDtJCCIONISMO TEORICO: UN EFECITO DE MALESTAR El tema del bienestar, ciertamente, ha preocupado siempre a todos los hombres y ha sido y es objeto de estudio de distintas ramas del saber; precisamente por ello creemos que no puede ser reducido al discurso político ni mucho menos a la práctica de uno o varios partidos, con sus implicaciones a nivel de organización administrativa. Nos preguntába- mos sobre las consecuencias de este manifiesto reduccionismo que no dudamos en calificar, desde el principio, que tiene efectos de malestar. Las fuentes en que nos apoyamos provienen de la literatura existente al respecto, de la práctica y el intercambio profesionales. Algunas de estas consecuencias, sin pretender ser exhaustivas, pueden formularse del si- guiente modo: circularidad de los conceptos, repetición, desgaste, estan- camiento, vaciedad de contenido, dogmatización. aislamiento. Cada una de estas características tiene una entidad propia, autónoma y. al mismo tiempo, mantiene una relación con todas las demás. La circu- laridad de los conceptos supone la vuelta sobre sí mismos, una especie de fijación que hace siempre idéntico recorrido, la figura topológica que le corresponde es la circunferencia. Este hecho desemboca, necesariamente, en la repetición; dentro del espacio político, desde hace más de un siglo, las posturas están definidas y son limitadas, las teorías sobre el bienestar social y las alternativas al Estado de bienestar social, en la actualidad, están perfectamente clasificadas o insisten en sus enunciados, siendo ban- dera de uno u otro partido en el poder o la oposición como un instrumen- to más para conseguir la hegemonía; ambas, circularidad y repetición connotan un pensamiento neurótico. El desgaste. el estancamiento y la vaciedad de contenido no son más que una consecuencia inevitable de la repetición; ya nada dice nada, las palabras enunciadas a veces como principios están huecas, faltan los me- dios imprescindibles para pensar y producir, solo queda la compulsión de la acción. De aquí a la dogmatización hay solo un paso, los conceptos vacíos son los más tiránicos, nos someten por su imposibilidad de permi- tirnos pensar, una pesada carga en la que hay que profesar. Finalmente y como resultado aparece el aislamiento, teórico y práctico, faltan los con- tenidos necesarios para el diálogo y el intercambio de información y, en la práctica, la marginación se produce no por trabajar con el mundo marginado, sino por la automarginación que todo el proceso anterior 6 ZAMANILLO. T., “Fisonomía de los trabajadores sociales, los problemas de identidad pro- lesional”, en Cuadernos de Trabajo Social, ni O, Madrid-l987.
  • 9. El malestar social 137 produce; éste es un fenómeno altamente peligroso para los profesionales que se sienten directamente afectados en su identidad y reconocimiento, lo que a su vez puede provocar, además de sufrimiento, un corporativis- mo negativo cuyo peor efecto es el empobrecimiento. Se impone una propuesta terapeútica a la teoría que alimenta el dis- curso común sobre el bienestar social. Es necesario buscar nuevas figuras topológicas para la expresión y expansión de los conceptos, nuevos dibu- jos: la recta, la elipse, la espiral, la banda de Moebius, etc, que rompan la circularidad y relancen la circulación. Esto acabará con la repetición que además se supera por la confrontación indispensable con otros discursos, lo que llevará a un enriquecimiento con influencias sobre el desgaste y el estancamiento. Para hacer frente a la palabra vacía y a los dogmas se hace imperiosa una matización de los conceptos y sobre todo situarlos dentro dcl contexto de una teoría. Las cosas no son porque sí, autónomas, sino que tienen un autor y han sido formuladas dentro de un paradigma, sólo así se puede romper con la fragmentación dogmática y entrar en diálogo, es decir, pensar e intercambiar y, de este modo llegamos a la necesidad imperiosa de romper con el aislamiento, únicamente un esfuerzo por salir dcl discurso político cuando no del religioso, abriéndose a otras ramas del saber e integrándolas en nuestro análisis, permitirá salir del ostracismo y la frustración. NO HAY SER HUMANO SIN CULTURA, NO HAY CULTURA SIN MALESTAR “N4ultiplicaré los trabajos de tus preñeces. Parirás con dolor los hi- jos... “con el sudor de tu rostro comerás el pan”” Examinemos ahora nuestra primera hipótesis: el malestar está en la civilización. “Tal como nos ha sido impuesta, la vida nos resulta dema- siado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones, empresas imposibles”t dice Freud. Esto es algo que el trabajador social conoce en experiencia; es más, probablemente es lo primero que sabe. Las institu- ciones sociales se encargarán luego de enseñarle qué hacer con ese sufri- miento. Pero en este escrito, nos detendremos antes de hacer, en esa situación incómoda del malestar, dejándonos guiar por Freud en nuestra reflexión. Todo hombre o mujer aspira a la felicidad; esto es, espera obtener de la vida el máximo de placer. Cada sujeto encuentra o no, pero en todo caso, no cesa de buscar su vía al bienestar. Ahora bien, ¿qué es la feliei- SAGRADA BIBLIA. “Géncsis, 3”. ed. Católica SA., Madrid-1966, pág. 5. 18 FRíen 5., “El malestar en Ja cultura”. Obras c-ompleta.s, cd. Biblioteca Nueva. Tomo II, pág. 3.024.
  • 10. ¡38 isabel Ctdeit-a Gutiérrez y Susana Día: Rk-chini dad?: es diferexne para cada ser humano. La felicidad es una sensación sumamente subjetiva. Es así que algunos sujetos se sienten felices en si- tuaciones que resultarían ingratas a otros. La felicidad se obtiene por dos vías: evitar el dolor y experimentar placer. No obstante, aun en el caso en que estas dos condiciones se cum- plieran, es decir, si se pudiera cancelar la fuente de sufrimiento y se lograra instalar el placer, nos encontraríamos con esa cualidad huidiza que la constituye. La felicidad es transitoria, ésa es su condición, es episó- dica. Se nutre de las comparaciones. de la diferencia, de ser cotejada con aquel momento inmediato anterior que no era feliz. La felicidad está articulada al deseo y participa con él del deslizamiento incesante. No hay ningún objeto que pueda colmar el deseo, de la misma forma que no hay ningún objeto que haga que la felicidad anide para siempre en un sujeto. LAS FUENTES DEL SUFRIMIENTO El sufrimiento hace obstáculo a la felicidad. Sus fuentes son: —las derivadas del propio cuerpo. Nuestro cuerpo es caduco, está destinado a la muerte y hasta ella hay un camino de deterioro que origina múltiples padecimientos; —las que provienen del mundo exterior. Atañen a la lu- cha con la Naturaleza, al trabajo; —las que se originan en las relaciones humanas. Derivan de la familia, la pareja, los amigos. Son fundamental- mente los sufrimientos por amor; —las que nacen de la insatisfacción de los instintos. Ninguna sociedad podría organizarse si los individuos que la conforman dieran rienda suelta a sus instintos. En ese caso, imperaría la ley dcl más fuerte, no habría orden ni concierto. Para evitare> sufrimiento los hombres han ensayado y ensayan distin- tas soluciones: —el aislamiento del mundo exterior. El ermitaño ve en la realidad al único enemigo, al causante de sus desgracias. Piensa que es preciso romper toda relación con el mundo exterior para ser feliz— el amor como centro de todas las cosas. Abarca el amor en la pareja como satisfacción exclusiva o el amor materno o el filial, incluso ese “amor al mundo” en general. Tomare> amor como centro de todas las cosas signifi- ca trasladar la satisfacción a los procesos psíquicos internos. No podemos dejar de mencionar que esta condición exclusiva del amor en posición central entraña un grave riesgo de sufrimiento ante la desilusión; —la intoxicación. Persigue el objetivo de insensibilizar, de anestesiar frente al dolor, su prototipo es la narcosis; —la fuga en la neurosis o la psicosis. Es el ensayo de una palabra con “pleno derecho”, dice Lacan del síntomat que reclama sea descifrada su verdad20. ~ LACAN, J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, en Escritos 1. Siglo XXI. Méjico- 1978. 20 “Jeroglíficos de la histeria, blasones de la fobia, laberintos de la Zwangsneurosis: encantos
  • 11. El malestar social 139 LA INSATISFACCION, CONDICION DE LA CULTURA Existen afirmaciones que sostienen que el hombre cae en la neurosis porque no puede soportar el grado de frustración que le impone la socie- dad. Señalan que el progreso no ha hecho más feliz al hombre. Un ejem- plo de estas ideas es el efecto posterior a mayo de 1968, el retorno al campo, a la vida natural, el alejamiento de la sociedad. Si bien no suscri- bimos estas afirmaciones, no podemos dejar de reconocer que algo de verdad hay en ello. Que un hombre ponga pie en la luna no proporciona felicidad al resto de los mortales. Las armas nucleares son fuente de ma- lestar individual y social. Hay, sin embargo, inventos de progreso que pueden proporcionar gran felicidad. Así, por ejemplo, el teléfono, o los satélites que pueden poner en comunicación a los amantes a miles de kilómetros de distancia, o los medios de transporte, o los adelantos en medicina preventiva, y muchos otros descubrimientos e instrumentos que pueden hacer al hombre más feliz. Ahora bien, la libertad no es un bien de la cultura. La sociedad impo- ne limitaciones a la libertad, la restringe, es así que su sentencia rige: “tu libertad acaba donde empieza la de los demás”. ¿Por qué es necesaria esta sentencia? El psicoanálisis sostiene que el hombre no es ni bueno ni tier- no, sino que está habitado por tendencias agresivas. Los preceptos cultu- rales fueron creados para hacer tope a la tendencia destructiva del sujeto. Estos ínismos preceptos que limitan sus instintos le hacen caer en el ma- lestar. La pulsión es el representante psíquico del instinto, es una inscripción psíquica particular, su objeto es sumamente lábil, móvil. En su segunda tcoría pulsional, Freud las divide en pulsiones de vida o Eros y pulsión de muerte. La cultura impone limitaciones a las pulsiones sexuales. De hecho reposa sobre la renuncia a las satisfacciones pulsionales. La condi- ción de la cultura es la insatisfacción, ya que implica la ley del intercam- bio, la prohibición de la endogamia, que es la primera renuncia. Para tener mujer, hay que elegirla entre las de otra tribu, las propias están prohibidas. Sin embargo, la cultura está al servicio del Eros, “...es preciso que el goce sea rechazado, para que pueda ser alcanzado en la escala ínvertida de la ley del deseo”’. El deseo permite encontrar vías de satis- facción sustitutivas. Hay seres que enferman por no encontrar placer en las sustituciones. Los histéricos no resignan los términos de su deseo y de la impotencia, cnignlas de la inhibición, oráculos de la angustia; armas parlantesdel carácter, sellos dcl autocastigo, disfraces dc la perversión; tales son los hermetismos que nuestra exégesis resuelve, los equívocos que nuestra invocación disuelve los artificios que nuestra dialéctica absuelve en una liberación dcl sentido aprisionado que va desde la revelación del palimpsesto hasta la palabra del misterio y el perdón de la palabra”. LACAN, J., op. cii. pág. lOO. SI LACAN “Subvcrsión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, en I;.vrito.s 1, opté., pág. 338.
  • 12. 140 isabel Cerdeira Gutiérrez y Susana Día: Riech¿ni reclaman al mundo por su insatisfacción. Reclaman con sus síntomas saber sobre la pérdida de goce. La pulsión agresiva sigue, en cambio, un camino muy distinto en la cultura. Es introyectada por el sujeto y se convierte en superyo. El super- yo es la autoridad introyectada. Para Freud es la prohibición del incesto y a la vez heredero del complejo de Edipo. “Pero el superyo no es simple- mente un residuo de las prirneras elecciones de objeto del ello, sino tam- bién una enérgica formación reactiva contra las mismas” “...es, por tanto, el heredero del complejo de Edipo. y con ello, la expresión de los impul- sos más poderosos del ello y de los más importantes destinos de su libi- do”22. Es decir, reúne lo antagónico, el goce y su prohibición. La constitu- ción del superyo tiene un origen mítico en Totem y tabú23. EL MITO Un padre poderoso, dueño de todos los bienes y de todas las mujeres es asesinado por sus hijos. Los hermanos reunidos comen el cadáver: esto es la comida totémica y la forma de introyectar la autoridad paterna. En este momento tendría lugar la constitución del superyo y la aparición de las leyes del intercambio o pacto entre los hermanos. Si bien la hipótesis antropológica de Totern i tabú ha sido cuestionada por los antropólogos, que han demostrado que el totem no es universal, es decir, que no apare- ce en todas las sociedades primitivas, conserva para nosotros su valor mítico. Es decir, ilustra un imposible de develar del funcionamiento in- consciente del sujeto. “La lógica del pensamiento mítico nos ha parecido tan exigente como aquella sobre la cual reposa el pensamiento positi- vo 24 “Porque la forma mítica prevalece sobre el contenido del rela- to”>, dice Lévi-Strauss. En el tiempo mítico, entonces, el padre fue asesinado por la coalición de los hermanos, la agresión fue ejecutada. Nos hallamos, hoy, muy lejos de esta situación: esa agresión es coartada en el niño. Pero el sentimiento de culpabilidad aparece igual. Esto parece injusto, es decir, que si el asesi- nato ha sido cometido o sólo deseado inconscientemente, el castigo será el mismo. ¿Ante qué clase de autoridad estamos que no diferencia el crimen cometido del crimen deseado? Es porque el superyo es omnísa- piente que queda abolida la diferencia entre agresión deseada o realizada. Esta instancia está en posición de castigar incluso aquellos deseos de los que ni siquiera somos conscientes. ~ FREtID. 5.. “El yo y el ello”, en Obras comp/cras, vol. II. qr oír. pp, 1 9—20. Ibídem, “Totcm y tabú”. 24 LÉvI.STRAUSS. (i,.Aniropologia estrucuaal. Fudeba- 1979, pág. 210. 25 Ibídem, pág. 185.
  • 13. LI malestar social 141 ACERCA DE LA MORAL La cultura, decíamos entonces, obedece a una pulsión erótica; aquella que puja por unir, por constituir lazos entre los hombres. Alcanza su objetivo acentuando el sentimiento de culpabilidad. Es porque el goce mortífero existe en oposición a la sexualidad que la cultura lo somete con el juez más informado y más cruel que sólo la imaginación puede forjar. No hay ninguna autoridad exterior que no pudiera por un momento ser burlada. Paradójicamente. es esa misma autoridad la que puede violar la prohibición que aporta. Según Lacan, el ser humano ha sido capaz dc elaborar lo que transgrede la ley, lo que pone al hombre en una relación al deseo que franquea el lugar de interdicción, e introduce por encima de la moral una erótica2t Si bien en la moral, puede obtenerse una erótica. estará presente como malestar. “la necesidad de castigo es una manifes- tación instintiva del superyo sádico; en otros términos, es una parte del impulso a la destrucción interna que posee el yo y que utiliza para esta- blecer un vínculo erótico con el superyo”->. DE LA FALTA AL PECADO La cultura trae aparejada una tendencia a edificar morales para atajar el crimen no cometido. Este crimen, siempre en presente como un mito, resuena como el pecado original. Kierkegard. en su libro sobre la angus- tia, muestra un deslizamiento de la falta al pecado. Falta original en la constitución del sujeto que él asume como pecado. En ocasiones, el senti- miento de culpabilidad se impone con excesiva intensidad, dominando la vida entera del enfermo, como es el caso en la neurosis obsesiva. Los obsesivos pueden sentirlo como tal o como un malestar torturante. Los ceremoniales de la neurosis pretenden conjurar el castigo: en ese sentido, desear puede ser delito. INCONCLUSION El sentimiento de culpa, que fue engendrado en la cultura, o dicho de otro modo. el sentimiento de culpa como versión subjetiva de la falta que adquirió todo ser para devenir humano, es decir, parlante, no se percibe como tal, sino que aparece como malestar, descontento que se atribuye a otras razones. “Qué poderoso obstáculo cultural debe ser la agresividad sí su rechazo puede hacernos tan infelices como su realización”zt 26 LACAN LEt/;ique de/a Psvchanalvse. Du Scuil. Paris-1986. pág. 101 27 fRito, 5.. “El malestar de la cultura”, op. <it., pág. 3057. 28 FREUD. 5.. Ibídem, pág. 3063.
  • 14. 142 Isabel Cerdeira Gutiérrez j Susana Día: Ricchini El objetivo de un individuo es el programa del principio del placer: obtener el máximo placer. Incluirse en una comunidad es el requisito para vivir satisfactoriamente. El objetivo de la cultura es establecer una comunidad de individuos, pero la felicidad individual es desplazada a segundo plano. Hay un conflicto, que no es entre el hombre y la sociedad, hay un conflicto en la economía libidinal del sujeto que cada uno resuelve como puede, a la manera obsesiva, a la manera histérica, a la perversa, a la psicótica... ENCOLADO DE DISCURSOS: IDEAS PARA PENSAR El Estado de bienestar es un intento desde la cultura de crear bienes- tar, reduciendo la agresividad social, intento, sin duda, respetable al sus- tituir la guerra por el uso de la palabra en la negociación, pero bienestar frágil y limitado que tiene que coexistir siempre con el propio malestar inherente a esa cultura por la existencia del deseo y la insistencia del goce (como mal, dominación, sufrimiento, pulsión de muerte). El concepto de “solidaridad social”, que introduce el Estado de bien- estar social, es un intento de responder sin saberlo a los impases que el discurso sociológico sobre el intercambio deja abierto, al no reflexionar sobre los efectos siempre renovados del problema del goce mortífero que a la luz del “Malestar en la cultura” se nos evidencia. Si el malestar está intimamente relacionado con la imposibilidad de satisfacer el deseo, no hay que olvidar que el bienestar se relaciona con el reconocimiento de ese deseo, lo que pone en evidencia la considera- ción, para todo proyecto de bienestar, de la dialéctica necesidad-deseo. Una ética para el bienestar basada en el mandamiento “Amarás al prójimo como a ti mismo”, “fuera de que nos ofrece la satisfacción narci- sista de poder considerarnos mejores que los demás”, con la idea de hacer el bien, constituye “el rechazo más intenso de la agresividad humana~~2~1 y sus consecuencias y, puede, por ello, transformarse en un acto superyoico humillante y engañoso. Es importante clarificar los límites del bienestar y relativizar sus efec- tos para todo proyecto de bienestar sea individual que social. Esta acota- ción del campo de la “solidaridad social” puede a la vez que responsabili- zar a sus agentes, instituciones o personas, en cuanto a la fecundidad de sus acciones, hacer que el deseo circule, crear barreras al goce, posicionar- les ante lo que es posible, lejos de utopías tranquilizadoras o frustradoras. 29 FREUD, 5., Ibídem. pág. 3.066.