Columna crítica de JUAN GOSSAIN, veterano periodista Colombiano. Escribe sobre la porquería de algunos políticos Colombianos con la corrupción con la compra de unos alimentos para damnificados por el invierno.
EL BIEN JURÍDICO TUTELADO DE LA INFORMACIÓN Y EL DATO. LOS DELITOS INFORMÁTIC...
Hideputas j gossain
1. !Hideputas!Por JUAN GOSSAÍN
Especial para El Tiempo
Excúsenme si parezco furioso: lo estoy. Esperé una semana antes de sentarme
a escribir, pero no se me pasa. El crimen que se ha cometido clama justicia al
cielo. Voy a contarles la historia.
San Estanislao de Kotska, con su nombre de santo polaco, es un pueblo de
15.000 habitantes, en el departamento de Bolívar, situado apenas a 40
kilómetros de Cartagena. Por allí se le conoce simplemente como Arenal.
En la víspera de Nochebuena murieron dos niños, uno, de 2 años, en Arenal, y
el otro, de 7 meses, en Soplaviento, la aldea de músicos que le queda al frente.
Estaban recogidos con sus familias en albergues para damnificados del
invierno. Los dictámenes médicos fueron iguales en ambos casos: muerte por
desnutrición. Los aguaceros de los últimos años han ocasionado tantos
estragos en las riberas del canal del Dique que ya no hay comida. Un
sacerdote amigo mío vió a una madre con sus hijos almorzando las hojas que
arrancaban de un palo de limón a la salida de Calamar.
Ese mismo día, mientras los vecinos piadosos recogían dinero en la calle para
enterrar a los niños, en una bodega de la zona industrial de Cartagena tuvieron
que destruir 12.000 raciones de comida que la Gobernación de Bolívar había
comprado hace cuatro años, para socorrer a las víctimas del invierno, pero que
acabaron pudriéndose en un depósito.
No eran solo alimentos. En las cajas también había varias medicinas, entre
ellas suero glucosado para rehidratar a los hambrientos. Es probable que con
un par de esas botellas los dos niños se hubieran salvado.
Historia de un crimen
El gobernador Libardo Simancas, que estaba a punto de dejar su cargo para ser
investigado por vínculos con la parapolítica, ordenó que se compraran 12.000
mercados a unos licitantes de víveres que los cotizaron por 4.000 millones de
pesos.
2. Joaco Berrío, el nuevo gobernante, acusó a su antecesor de haber hecho una
compra amañada y sin los requisitos que exige la ley. Según declaró
públicamente, temía que al repartir esos alimentos lo metieran en la cárcel. En
aquella ocasión le dije por radio que es mejor terminar preso por repartir
comida que por dejarla pudrir.
Prefirió ordenar que almacenaran los mercaditos en una bodega contratada
mientras se adelantaba una "investigación exhaustiva" que no llegó a ninguna
parte. (Malditas sean las investigaciones exhaustivas en Colombia. Todavía no
hemos podido saber quién asesinó al mariscal Sucre ni quién ordenó que
mataran a Gaitán.)
A Berrío lo destituyó la Procuraduría por otras razones. Llegó un tercero,
Jorge Mendoza, tan fugaz que ni tuvo tiempo de averiguar dónde diablos era
que estaba guardada la comida.
En el 2010 convocaron a votaciones atípicas para que alguien gobernara los
nueve meses que hacían falta. Solo participó el 10 por ciento de los
ciudadanos. Apareció Alberto Bernal, el cuarto mandatario, y, según él mismo
ha dicho, desde el día de su posesión ya los mercaditos estaban dañados.
Pasó el tiempo. Llovían las explicaciones legales, hubo una inundación de
incisos y parágrafos, cayó un diluvio de intrigas, metieron sus manos
diputados y concejales, y así, entre martingalas de leguleyos y bellaquerías de
políticos, la bodega terminó por convertirse en un pudridero.
La ira de Dios
Los vecinos del depósito empezaron a quejarse. Los olores apestaban. 12.000
cajas de comida para seres humanos se habían convertido en un banquete de
ratas y en basurero de cucarachas.
Hasta que la semana pasada un grupo de especialistas decidió que se
procediera a destruir los mercaditos con candela porque eran un peligro para la
salud pública. Yo no sé cuál de todos esos gobernadores es el culpable, o si lo
son todos, porque cada uno cuenta un cuento distinto y cada quien trata de
sacar sus chorizos del humo.
Solo espero que la ira de Dios caiga sobre los responsables de una infamia
como esta, ya que la justicia de los hombres no solo es ciega, sino sorda. Y
3. que les tenga reservada una paila del infierno más caliente que el fuego de los
mercaditos, para que prueben una cucharada de su propia medicina. Son más
condenables que la guerrilla, los narcotraficantes y los paramilitares juntos.
Este crimen de lesa humanidad es más horrendo que el de los parásitos
financieros de Wall Street, que los fraudes electorales de Putin en Rusia, que
las masacres de Gadafi en Libia, que las palizas del Ejército sirio contra los
manifestantes de Damasco.
Pero aquí, en Colombia, tierra del café más suave del mundo y de las
esmeraldas más bonitas, nadie se indigna, nadie ocupa una plaza para expresar
su protesta, nadie abre la boca. Nadie se estremece. ¿Es que aquí a nadie le
duele nada? ¿Qué es lo que tenemos en las venas? ¿Chicha de maíz?
Las estadísticas más confiables señalan que casi cuatro millones de
colombianos se acuestan cada noche sin haber comido. De ellos, la mitad son
niños. Pero la plata del Bienestar Familiar no alcanza para llenar el barril sin
fondo de tanto contratista ladrón. Y en Cartagena dejan pudrir 12.000
mercados.
Sigamos en esas, sigamos; sigamos felices, como Nerón, tocando el arpa
mientras Roma arde.
Epílogo para una infamia
Y faltan más horrores. Ya dije que el suministro de los mercados perdidos se
contrató hace cuatro años por 4.000 millones de pesos. Como nunca les
pagaron, ahora los proveedores exigen 9.000 millones, un incremento del 125
por ciento, a lo que hay que añadirle el precio hasta ahora desconocido de
cuatro años de bodegaje, más 44 millones de pesos adicionales que cobraron
los encargados de destruir la podredumbre.
No escribo con tinta de computador, sino con sangre, porque Altenberg me
enseñó que quien escribe con sangre aprende que la sangre es el espíritu.
A punto de terminar, busco en la cabeza una palabra precisa para referirme a
quienes hayan sido los causantes de esta monstruosidad. Todos los epítetos me
parecen pobres ante la magnitud de lo ocurrido. Decía Cervantes que "solo
hay una palabra, y solo una, para expresar lo que un hombre está sintiendo".
Pero ninguna sirve para deshacerme del tarugo que tengo enquistado en el
4. fondo del corazón.
Hasta que la encontré ahí, en las páginas del propio Cervantes. Cuando
aquellos truhanes de una hospedería del camino lo molieron a palos, Don
Quijote salió del lugar lanzándoles todos los improperios que se merecían:
bribones, sinvergüenzas, granujas, perversos, malignos, villanos. No contento
con ello, subió a su caballo sarnoso y, antes de volver grupas para marcharse,
se asomó por la ventana de la posada, llenó de aire los pulmones, abrió la boca
hasta donde pudo y, con toda la fuerza de su alma, les gritó:
¡ Hideputas !
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